Alberto PRADILLA

La «razón» y la soledad de Catalunya en Comú

Catalunya en Comú se queda con ocho escaños y su reacción es dar validez a su lectura a pesar del resultado. Su papel puede ser clave para ampliar el bloque soberanista en clave democrática.

Xavi Domènech, cabeza de lista de Catalunya en Comú Podem (CeC-P), dejó escrito en la porra secreta de un programa de Antena 3 que esperaba obtener 24 escaños en el Parlament. El número de asientos obtenidos se ha quedado en ocho, un tercio de los esperados, pero en la línea de lo que vaticinaban las encuestas. La diferencia entre las expectativas y la realidad son el reflejo de una apuesta que siempre presumió de haberse impuesto en el Principat en las dos elecciones estatales pero que en unos comicios marcados por la aplicación del 155, la represión y la confrontación entre independentismo y unionismo ha sido incapaz de encontrar su espacio. Quizás el dato más doloroso es quedar tres diputados por debajo de los obtenidos en 2015 por Catalunya Sí Que Es Pot, candidatura que, en aquel tiempo, tampoco respondió a lo que esperaba un Podemos que se encontraba en pleno auge.

Sus escaños resultan irrelevantes en la aritmética parlamentaria y, sin embargo, cometería un error el soberanismo si los ignora. Blindado el sector del 155 –C’s, PSC y el menguante PP–, el espacio de los comunes es el único permeable a la construcción de un bloque soberanista en clave democrática.

Uno de los principales mensajes de CeC-P fue que serían la llave ante la polarización entre independentismo y unionismo. Una línea arriesgada, ya que reconocía desde el principio su propia subalternidad. Salir asumiendo que vas a perder no suele ser una estrategia exitosa. Lo que buscaban era una carambola que tenía más de realismo mágico que de perspectiva real. La idea del «candidato Borgen»&flexSpace;nunca cuajó. Hacía referencia a la serie danesa en la que la protagonista, Birgitte Nyborg, llega a primera ministra siendo el tercer partido por la incapacidad de los dos grandes de ponerse de acuerdo.

En este caso, la aspiración era reeditar el tripartit de Pasqual Maragall y José Montilla (PSC, ERC e ICV), confiando en que los vetos mutuos entre los republicanos y Miquel Iceta les permitieran acceder a la Presidencia de la Generalitat. Con Oriol Junqueras en la cárcel y el PSOE aplaudiendo, no parecía razonable que existiese margen para este entendimiento.

En realidad, la disyuntiva en la que podía haberse encontrado era mucho menos halagüeña, sobre todo teniendo en cuenta los efectos que sus decisiones tendrían en Madrid. En caso de ser llave entre el bloque independentista y el unionista, no había decisión buena. Permitir un gobierno de ERC o JxCat resultaba suicida en una España hipernacionalista y facilitar que Inés Arrimadas llegase al Govern suponía ponerse detrás de la derecha naranja a la que Pablo Iglesias ha convertido en su Némesis. Ser responsables de una repetición electoral tampoco era plato de buen gusto después de la experiencia de 2016.

Que CeC-P haya eludido elegir entre «susto y muerte» no implica que su posición sea buena. Su reacción ante los resultados evidencia una lectura sorprendentemente autocomplaciente. En primer lugar, por su insistencia en cargar contra la «victoria de las derechas» que ubica en el mismo plano al president exiliado, Carles Puigdemont, y a la líder de Ciudadanos, el partido al que la aplicación del 155 le supo a poco. Resulta curioso que quienes hicieron bandera del «ni de derechas ni de izquierdas» se atrincheren ahora en la descalificación del proceso independentista como algo liderado por la burguesía.

En segundo lugar, su insistencia en defender su análisis a pesar de los resultados proyecta la imagen de que quien cree que sigue teniendo toda la razón a pesar de que nadie (es un decir) le ha votado. Da la sensación de que, ante el batacazo, prefiere abroncar a los electores que replantearse qué ha hecho mal.

Otra damnificada, aunque sea de rebote, es Ada Colau. La alcaldesa de Barcelona se ha implicado en campaña y CeC-P ha quedado como quinto partido en la capital del Principat, mal presagio de cara a las municipales de dentro de año y medio. Aunque también es verdad que no se pueden comparar citas electorales y en Catalunya existe un amplio sector de votantes que fluctúa entre opciones aparentemente irreconciliables.

Los ocho escaños de CeC-P todavía pueden tener la virtud del desbloqueo. Sobre todo si se retoma la idea del proceso constituyente, que puede ensanchar los márgenes del soberanismo. No parece que los discursos de sus portavoces tras los malos resultados vayan por esta línea. Lo que puede desatarse en los próximos meses (causa general contra el independentismo, reclamación de la presidencia por parte de Puigdemont...) no se resuelve con un «ni DUI ni 155». Aunque una cosa es lo que se dice en campaña y otra cómo se actúa cuando la realpolitik te pasa por encima.