Maider IANTZI
DONOSTIA

Adinkide: amistades que alegran la vida de las personas mayores

Adinkide es una entidad sin ánimo de lucro que por medio del cariño y la amistad de las voluntarias intenta paliar la creciente soledad no deseada que merma la salud de las personas mayores. El proyecto está dando los primeros pasos en Gipuzkoa y los participantes, tanto jóvenes como mayores, ya expresan que les está cambiando la vida.

El Día de los Voluntarios, el pasado 5 de diciembre, Adinkide se presentó en Gipuzkoa con un doble llamamiento: a la sociedad para fomentar el voluntariado y a los servicios sociales y de atención primaria de salud para derivar casos con el fin de paliar la creciente soledad. Esta entidad forma parte de la Fundación Amigos de los Mayores, presente en Madrid y Pontevedra, con 14 años de trayectoria y 600 mayores acompañados.

Con el respaldo de la Diputación de Gipuzkoa, trabajan desde el pasado mayo en Donostia y Lasarte-Oria. En la actualidad trece voluntarias (doce mujeres y un hombre) ofrecen compañía, apoyo afectivo y amistad a siete personas mayores. El perfil del voluntariado es muy variado, como muestran los entrevistados de este reportaje. Ainhoa Rodríguez tiene 18 años y estudia Enfermería. Iñigo Martínez, de 43 años, trabaja. Y Encarni Cencillo corresponde a otra franja de personas que están prejubiladas o jubiladas, que tienen muchas cosas que hacer, pero que dedican un hueco de su tiempo a hacer voluntariado.

«Son dos horas a la semana –indica Leire García, responsable de desarrollo social de Adinkide–. Ellos expresan qué día les viene mejor, lo acordamos con los mayores y se pone en marcha el acompañamiento. Tenemos en cuenta aspectos como la cercanía geográfica, las aficiones y la manera de ser. Hacemos una valoración de cada persona mayor para saber cuál es su salud, qué dificultades puede haber en su domicilio a nivel de accesibilidad, qué personas querría tener y qué cosas le gustaría realizar».

José y Antxon

Ainhoa Rodríguez conoció el proyecto a través de la Universidad. La joven acompaña a José y Antxon, compañeros de residencia. «El primer contacto con ellos fue visual porque fuimos con Leire y la trabajadora social y hablaron más ellos. El primer día en que fui sola a donde Antxon pensaba que sería más incómodo, que habría silencios al no conocernos, pero fluyó todo muy bien. Con José lo mismo. Ya el primer día me recibió con un regalo. Suele hacer pulseras».

«Con Antxon solemos bajar al patio. Se fuma su cigarro hablando conmigo, luego entramos y estamos un rato si hace mal tiempo, si no fuera; seguimos hablando, tomamos un chocolate, se fuma su segundo cigarro y ya sobre las 18.00 se suele cansar y sube a la habitación. Con José voy directamente a una biblioteca que tienen allí y me enseña lo que ha estado haciendo durante la semana: pulseras y otras manualidades. Siempre me regala algo y solemos hablar, ir a tomar algo… hasta que llega la hora».

Antxon, de 67 años, le resulta una persona fácil de llevar porque es tranquilo, habla con él y le sigue… José, de 77, tiene más carácter pero habla de cualquier tema. La coordinadora le pregunta si percibe algún cambio en ellos desde que comenzaron. «No lo sé, porque ya desde el primer día les veía con tantas ganas... Antxon siempre nos dice que está feliz de habernos conocido a Anne, otra compañera, y a mí. Dice que tiene mucha suerte y que está deseando que llegue el martes para tener ese ratito con nosotras. José igual no lo dice pero con los regalillos lo expresa».

A Rodríguez le aportan su conocimiento y su vida. Con José aprende manualidades. «Este tiene la ilusión de que su trabajo es para alguien. No es solamente el día de la visita; es la preparación», explica García.

Josefa

Encarni Cencillo acompaña a Josefa, gallega de 88 años que lleva más de 50 años aquí. Vive sola. Los hijos le visitan, pero hay muchas horas en que está sola. «Al principio no sabía ni qué decirle, pero enseguida nos amoldamos. Nos llevamos muy bien y cada vez que voy me está esperando y me dice: ‘¡Ay, corazón!’. Lo que más le llama la atención es cómo puedo venir de mi tiempo sin cobrar. No lo entiende».

«Ni el resto tampoco», asegura la coordinadora. Dentro de todas las actividades que hacen en Adinkide en grupo, organizan meriendas para que se conozcan los voluntarios y también las personas mayores. «Hace poco celebramos la fiesta de Navidad en un hotel cercano y lo pagamos nosotros, evidentemente. Los mayores no lo entendían: ‘Tendremos que pagar algo’», relata entre risas.

García apunta que el hecho de hacer el acompañamiento en el domicilio es un plus, ya que dejan entrar a alguien desconocido. «Por eso, desde la fundación hacemos esa criba, ese seguimiento y por esa parte deberían de estar tranquilos».

Encarni pregunta a Josefa, especialmente del pasado, de cuando vivía en Galicia, y entonces ella habla y habla. Gracias a ello, su memoria está mejorando. «Incluso se levanta de la cama a escribir los refranes que recuerda para cuando yo le visite el martes. Son refranes graciosos de su tierra. Luego le pregunto qué hacían. Vivían en una aldea, en Ourense. ‘Como buena gallega, me tendrá que enseñar cómo se hace el pulpo’. Y me explica. El otro día nos pusimos a recordar los nombres de sus familiares. Yo los iba escribiendo en un papel. Ella misma se sorprendía de cuánto recordaba. Rellenamos una hoja grande y cuando empezamos a leer me decía: ‘¿has visto cómo me he acordado?’». Está orgullosa de recordar refranes y cosas que creía olvidadas.

Josefa es pequeñita, finita y muy salerosa. Se arregla perfectamente con los trabajos de casa. «No te quiero como a un hijo porque los hijos son hijos, pero te tengo muy en la familia», le dijo recientemente a Cencillo. «Yo también estoy encantada. Le noto un gran cambio desde que la conocí en mayo: lo alegre y sonriente que está; antes estaba triste. Ahora le sale la conversación más fluida. Estamos muy bien. Hoy me toca visitarle».

La voluntaria lasartearra ha trabajado en una residencia de ancianos. Le gusta mucho escucharles, sobre todo cuando hablan de las cosas antiguas, porque lo reviven.

Milagros

Iñigo Martínez es el compañero de Milagros, que tiene 91 años y vive en su casa con una nieta. «Hace un año tuvo una caída y se rompió una cadera. Ha recuperado bastante movilidad. Camina con su bastón, siempre acompañada, porque se coge inseguridad, tanto ella como los de su alrededor. Cuando llegué lo primero que quería era salir a la calle», cuenta Martínez.

En invierno hay muchos días en que no pueden salir, ya sea por la lluvia o el frío. «Nos quedamos en casa y tengo que pensar en el plan B. A Milagros le encanta la historia y yo estoy aprendiendo con ella. Tiene muy buena memoria. Se acuerda muy bien de personajes históricos, de historias de la guerra… Siempre miro en internet porque es muy curiosa, es como yo. Quiere saber algo y lo necesita saber ya. Desde el primer día hemos tenido muy buena sintonía porque somos muy parecidos en muchas cosas. Eso me ha llamado la atención. Yo tengo 43 años, ella 91, y te proyectas en el tiempo. Ella es impaciente, yo también. Lo que más valora es su autonomía y le entiendo perfectamente. Nos gusta hablar de sicología, observar, analizar... Me pregunta y me tengo que exprimir la cabeza para responderle». Ella ha sido muy autónoma y ha tenido mucha iniciativa y energía. Llevó su propio negocio».

Martínez se identificó con este proyecto porque cree que hacerse mayor no es fácil. «Cada día estamos más solos, y ¿a quién le gusta eso? A mí también me gustaría que en el futuro me acompañara alguien adaptado a mis necesidades. Eso es vital, porque necesitas ser comprendido desde las emociones», destaca.