«La competición en el seno de la derecha acentuará unas visiones recentralizadoras»
Si, parafraseando a Vázquez Montalbán, existe hoy en día un destacado polaco en la corte del Estado español, ese es Enric Juliana. Uno de los pocos pilares en pie del maltrecho puente entre Barcelona y Madrid al que conviene no perder la vista.
Ya se sabe que un periodista vale más por lo que no dice que por lo que dice, así que no extraña que Enric Juliana (Badalona, 1957), probablemente uno de los periodistas más influyentes del Estado español, calle más de lo que hable. Con todo, sus análisis –nunca inocentes– son referencia ineludible cuando de política catalana y española se trata. Acertadas o no, las predicciones que publica en las páginas de “La Vanguardia” –periódico del cual es director adjunto y delegado en la capital española– son siempre tenidas en cuenta en los despachos de Madrid y Barcelona. La semana pasada estuvo de gira en Euskal Herria y dio unos minutos a GARA. De su conferencia en Bilbo y de aquella conversación salen las siguientes pinceladas sobre el momento catalán y español. Siempre en forma de titular.
Las batallas de la derecha
Los resultados del 21D han puesto a Ciudadanos en el escaparate español con renovado brío. «Se abre una competición entre el PP y Ciudadanos», algo que no ocurría en la derecha española desde el fin de la UCD, a finales de los 70 y principios de los 80. Sobre semejante pugna advierte: «Cuidado, las peleas en la izquierda y en la derecha son diferentes», y son a las primeras a las que estamos acostumbrados.
«Las competiciones por la primacía electoral en el interior de la derecha son un poco más complejas que las competiciones en la izquierda, y además una parte de ellas no discurre a la vista del público, sino que se dirime en la decantación de los apoyos fuertes, en los despachos», explica un Juliana que, no obstante, avisa: «El PP del 2018 no es la UCD de 1981, pese a todos los problemas que ha tenido y sigue teniendo, el PP es un partido más fuerte, tiene un anclaje territorial muy potente, una base electoral bastante sólida y es muy disciplinado». «No estamos ante la descomposición del PP», asegura.
Peligro de recentralización
Juliana trasluce cierta admiración por el PNV, y no duda en loar el papel de Iñigo Urkullu en el proceso catalán. En esta competición entre PP y Ciudadanos, destaca que lo que Mariano Rajoy necesita es tiempo para poder agotar la legislatura, y aquí entran los jeltzales: Rajoy necesita unos presupuestos sobre los que el PNV tiene la última palabra. En su charla en Bilbo hizo una mención especial a la transferencia de prisiones y remató: «El PNV tiene mucho que decir en la competición entre PP y Ciudadanos, tiene una responsabilidad». Se entiende que con la estabilidad del Estado, un tótem para Juliana, que lo distingue mucho y bien de lo que es el Gobierno: No ahorra críticas a la hora de calificar la gestión de Moncloa durante el 1 de octubre, pero apenas entra a valorar la acción de otros actores destacados del Estado.
Pero más allá de lo que el PNV pueda lograr a corto plazo, concede que existe un riesgo de involución a medio plazo: «Así como la competición entre partidos soberanistas en Catalunya ha acentuado el discurso soberanista, la competición en el interior de la derecha acentuará unas visiones de carácter más recentralizador». Y al respecto deja otro titular: «El proyecto plurinacional está en arresto domiciliario».
El precinto del 155
Entre los errores que Juliana achaca al independentismo durante los últimos meses destaca el de haber quitado el precinto al artículo 155 de la Constitución. «Los funcionarios del Estado le tenían cierto respeto», explica. Pero ahora la veda está abierta. Evitarlo era, según el periodista catalán, una de las obsesiones de Urkullu: «Todos los consejos que le transmitió a Carles Puigdemont giraban alrededor de este punto: evitar la aplicación del 155, porque supondría un antes y un después».
Juliana es de los que considera que la convocatoria de elecciones por parte de Puigdemont el día 26 de octubre hubiese evitado la aplicación del 155, pese a que no había garantías expresas de ello. El 25 por la noche la decisión estaba tomada, pero en la versión de los hechos que aporta, el conseller Santi Vila, que dimitió al día siguiente, apuntó: unas elecciones no se convocan de madrugada. «Levantinos, os pierde la estética», Juliana recuerda de Unamuno.
«Creo que a Puigdemont la situación se le escapó un poco de las manos cuando vio que se creaba un clima muy adverso incluso hacia su persona, cuando gente de su partido le transmitió con cierto dramatismo que aquello podría ser una hecatombe electoral para el PDeCAT. Probablemente en aquel momento no tenía decidido volver a presentarse, por lo que la situación ambiental acabó de torcer una decisión que quizá tampoco lo convencía al 100%», se explaya el periodista.
Errores independentistas
Además de la retirada del precinto al 155, algo de lo que culpa al independentismo, Juliana apunta otros errores del soberanismo. Por ejemplo, «subestimar al Estado» y sobreestimar el apoyo que podría llegar de Europa. «Las relaciones internacionales son más frías que el espacio exterior», explica, advirtiendo del peligro de «confundir notoriedad e incluso simpatía, con capacidad de influencia». El 1-O dio a Catalunya mucho de lo primero, pero no de lo segundo.
Y lo prueba el hecho de que fallasen todas las tentativas de mediación, a la que se mostraron dispuestos, según el periodista de “La Vanguardia”, un viejo conocido en Euskal Herria como Jonathan Powell, el ex primer ministro italiano Romano Prodi –siempre que el Estado estuviera de acuerdo– y el expresidente austríaco Heinz Fischer. La Generalitat también habría llamado a la puerta del vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, que se habría negado en redondo. Ninguna mediación llegó, pero a Juliana le «consta que en algún momento el Gobierno español estuvo muy preocupado».
El empantanamiento
Otro de los errores que apunta es la falta de estrategia clara tras el 1 de octubre, que provoca el «empantanamiento final» que nos lleva a la situación actual, que califica de «dramática» en cuanto al exilio y el encarcelamiento de líderes independentistas. «En la medida en la que no había una estrategia clara, la competición entre los partidos acabó apoderándose de la situación», añade, apuntando una de las constantes que, asegura, explican la actualidad catalana: la competición entre la antigua Convergència y ERC por la hegemonía electoral en el seno del soberanismo.
Una batalla que Esquerra parecía tener ganada pero a la cual Puigdemont y un artefacto improvisado como Junts per Catalunya han dado la vuelta. Una lista fraguada en Bruselas contra la opinión del PDeCAT que Juliana no ha tardado en bautizar como «plataforma de reconstrucción de Convergència».
Resolver la investidura
«Los independentistas tienen un suelo muy fuerte, pero también un techo», apunta sobre la doble lectura del 21D, en la que destaca el espectacular resultado del independentismo, pero también el hecho de quedarse, de nuevo, a las puertas de la victoria en número de votos. «No es lo mismo 47% que 60%», evidencia. Y en este sentido, marca el que entiende que debería ser el próximo reto «realista» del soberanismo: «Llegar al menos a ese 50% de los votos».
Considera que existen elementos objetivos –como la menor capacidad de influencia de la CUP– que darán paso a una legislatura que seguirá siendo tensa, «pero sin escenarios de ruptura» como los vividos en los últimos meses. «La Generalitat necesita volver a la gestión», considera.
Pero para ello, antes tendrá que resolverse, en la próxima quincena, la investidura de un nuevo president. Juliana es tajante a la hora de considerar «prácticamente imposible» la investidura a distancia de Carles Puigdemont, por lo que contempla, a grandes rasgos, tres escenarios. El primero, inverosímil, pasa porque el president exiliado logre burlar la seguridad del Estado y logre presentarse en el Parlament en una nueva versión del Conde de Montecristo. Complicado, como poco. Por ello, la investidura viable que evite el colapso pasa, según Juliana, «por un acuerdo político para seguir considerando a Carles Puigdemont president, pero actuar de forma pragmática y nombrar a un president en Catalunya que se comprometa a ejercer de conseller en cap». Algo así como un president en el exterior y un primer ministro ejecutivo en el interior. La alternativa, advierte, pasa por una repetición que solo al PP le podría venir bien. «Mientras, el 155 sigue».