Iraia OIARZABAL
BILBO

Un estudio desnuda la relación entre violencia de género y exclusión social

Un informe elaborado por Bizitegi y la Universidad de Deusto ha estudiado el fenómeno de la exclusión social y el sinhogarismo centrado en la perspectiva de género. Las conclusiones evidencian que existe una invisibilización de la mujer y un alto porcentaje de víctimas de la violencia de género entre quienes se encuentran en esta situación.

Con el objetivo de fomentar buenas prácticas en el acompañamiento a las mujeres en situación de exclusión social y habitacional y visibilizar esta cuestión, la asociación Bizitegi y la Universidad de Deusto han elaborado un trabajo de investigación que socializaron ayer en Bilbo. Conscientes de la dificultad de abordar el fenómeno, su primer paso fue analizarlo para contrastar la situación que viven las mujeres sin hogar. Y la primera conclusión extraída por el grupo de trabajo formado por Sonia Carrasco, Itziar Gandarias, Miguel Angel Navarro y Pablo Ruiz es que uno de los principales escollos es que la problemática de las mujeres que acuden a albergues o están en situación de exclusión residencial se torna invisible.

Los datos refuerzan esta idea, ya que según Emakunde en 2016 solo el 7% de las personas que pernoctan en albergues o refugios nocturnos eran mujeres. Sin embargo, estima que de las personas que se encuentran sin vivienda las mujeres son el 29%, y de las que están en exclusión residencial son aproximadamente el 50%.

Los autores del informe –elaborado sobre una muestra de 2.009 personas sin hogar, de las cuales 504 (25,1%) eran mujeres– constatan que aquellas personas con las que se han encontrado durante su investigación viven en situaciones muy precarias y de manera frecuente son víctimas de violencia o abuso, aproximadamente un 67% de ellas.

Jóvenes y madres

El perfil de las afectadas responde a familias monomarentales con menores a su cargo y en muchas ocasiones víctimas de desahucio, mujeres refugiadas y mujeres víctimas de la violencia de género. Además, se constata que se trata de mujeres más jóvenes que lo que se detectaba otros años.

También presentan un mayor deterioro físico y mental, especialmente en las situaciones de calle. Son, en la mayoría de los casos, mujeres que han sufrido un gran número de sucesos vitales estresantes a lo largo de su vida.

Estas personas viven además en condiciones precarias y cuando llegan a los servicios sociales generalmente lo hacen en peores condiciones que los hombres. En este punto, conviene destacar que suele ser difícil dar con ellas porque acuden en menor medida a este tipo de servicios y tiran generalmente de su entorno familiar y social. Es por ello que los autores inciden en el concepto de «sinhogarismo encubierto» en referencia a todas esas mujeres que no llegan a Bizitegi y otro tipo de entidades pero están ahí.

Sobre la tendencia a mantener su situación en el ámbito de lo privado, el estudio destaca como factor determinante que los propios recursos y servicios que atienden a las personas sin hogar están «diseñados para los hombres». Gandarias reflejó muy bien esta idea al proponer el ejercicio de pensar qué rostro ponemos a las personas sin hogar y ofrecer la respuesta generalizada: «El sinhogarismo tiene rostro de hombre».

Recomendaciones

Con esta fotografía de la realidad en la mano, ¿qué ocurre cuando una mujer pernocta en la calle? ¿Y cuando recurre a un albergue? Según recoge el informe, sufren una mayor victimización que los hombres que se encuentran en su misma situación. El 20% de las mujeres sin hogar afirma haber sufrido agresiones sexuales cuando dormía en la calle, frente a un 2% de los hombres en las mismas circunstancias.

Además, el 49% de las mujeres que duermen en la calle afirman haber sufrido insultos y amenazas; a un 45% les han robado sus pertenencias y un 30% han padecido agresiones físicas.

Desde su labor en Bizitegi, Ruiz explicó que muchas veces la sensación de amenaza se reproduce en los albergues en los que comparten espacio con hombres. Tras aclarar que no cree que la solución resida en crear espacios separados por sexos, planteó la necesidad de construir espacios seguros, diseñar programas de acompañamiento integral con una visión de género y formar a los profesionales en la materia.

Y sobre todo, sacar a la luz una realidad aún hoy en la sombra creando mecanismos que permitan localizar mejor a mujeres sin hogar que permanecen invisibles al sistema.