Pablo CABEZA
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El talento analógico de Byrne supera el digital de The XX y TCB

Dos jornadas en la vida real, una y media desde el campamento base en Kobetamendi, donde se celebra el Bilbao BBK Live. Días donde se han cruzado nombres populares con otros llegados del espacio. Unos y otros han aportado en cada escenario. Unos petándolo, otros frente a cien o diez. Pero aquí se juega a música con músicos y con un público que quiere divertirse, pero no necesariamente entre vulgaridad y oportunismo.

Comienza la musicota tarde-nocturna, disfrutas entre notas del verde del entorno, te tumbas, «me comería esta hierba», te dices, aunque lo cierto es que la mayoría lo que se lían es un peta, que sigue en horas altas. Hay sol aún, viernes, y queda por delante una jornada de esas que la mente no olvidará jamás, ni el cuerpo o sus restos tras horas nocturnas de lluvia. Kobetamendi es campas, árboles y asfalto, ¿lo justo?, agregado para poder armar con recursos y gloria bilbaina el escenario principal, que es muy King Kong. A esto añádasele el color de los multihistogramas de sonrisas, caras, maquillajes, ropa y miradas que se cruzan. Conste que uno de los puestos que más “cola” tiene es uno de una marca de preservativos. Qué buen rollo. No hay mundo. Está aquí.

La lluvia llegó cobarde camuflada entre la niebla del viernes al sábado. El agua es la beb(v)ida de nuestra existencia, pero dependiendo de cómo nos la den, cuándo y de qué manera, no vean cómo importuna o jode. El primer calificativo se piensa desde casa o leyendo este manual de supervivencia emocional, la segunda es la que se siente dentro de las murallas de tu sueño de tres días. Y la lluvia caló a miles –otra noche de todo vendido–, y se hizo barro y de este no surgió ninguna vida, sino mala hostia. Empapados llegamos al lejano armario de prensa. Camisa fuera aunque uno ya no esté para estriptis; gorro fuera, debía ser del Primark, los cuatro pelos, como la cabeza de Hommer Simpson. Y por dentro, recocido. No sabemos por qué, pero en la sala de prensa comenzamos a jugar a recordar “La salve”, “El credo”, “El padre nuestro” y hasta las virtudes teologales, que nuestra estimada compañera de curro, Marisol Ramírez, no recuerda. Sí, fe, esperanza y caridad. Es lo que tiene la lluvia y la llegada a un lugar seco, que alienta lo que fuimos, lo que nos inculcaron y lo que quizá somos.

Tener en una noche a King Gizzard & the Lizard Wizard, My Bloody Valentine, The XX, David Byrne y The Chemical Brothers es morrocotudo. De hecho, la realidad ha superado a los nombres del cartel.

Todas esas grafías aportaron una efectividad músico-visual asombrosa, pero David Byrne venía de las estrellas con todo el conocimiento universal en su cerebro. El escenario se convierte en un rectángulo con tres caras interiores densas en hilos, sin barroquismos. Elegante. En el centro hacia atrás, una mesa y un cerebro sobre ella. Ni un instrumento a la vista, ni amplificadores, cables, ni polillas por el aire. Solo la caja, el futuro. The XX había conmocionado a la Congregación con sus visuales espectaculares y esa guitarra que tanto les singulariza, como The Chemical Brothers harían posteriormente con sus proyecciones y luces de impacto, más un sonido hormigonera capaz de sacar al Patxi del Valle de los Caídos sin necesidad de obra. Brutales, centrifugantes. Pero lo del neoyorquino fue carnal. Byrne entró con “Here” y el cerebro en una mano. Existencial, crítico y artista, a Byrne se le fueron uniendo magos a la escena: percusionistas, cantantes, bajo, guitarra, teclados, viento... Todos con la premisa de saber bailar, gestualizar, moverse, tener memorizados los numerosos movimientos, tocar y cantar. Noche muy percusiva, con soul, rock, art pop, afro, worldbeat y lo que sea que haga Byrne. De siete a catorce en escena con unas coreografías mágicas. ¡Hola Broadway! Todos de traje, todos de gris, y Byrne con pelo níveo y una presencia, voz y sentido del ritmo y la melodía luminosa orbital. Sonaron canciones de su reciente “American utopia” y de los recordados Talking Head. Música negra, blanca, teatro, humanos frente a la descarga de efectos y pregrabados de XX y Chemical Brothers, ambos de nueve. Pero Byrne fue humano y más avanzado que los ordenadores. Byrne tiene 66 años, de mayores queremos ser como él.

My Bloody Valentine no dejaron sacar fotos, quizá Kevin Patrick, guitarra y voz, se vea viejo y calvo a sus 55 años. Además de una cara de vinagre peor que un Don Simón de diez años. Volumen brutal.El bajo de Debbie Googe todavía sonando por Urano y en nuestra cabeza, que está en Plutón. Sicodelia, noise, post-punk y mucha belleza dentro de tanto barullo voluntario. Nunca llegamos a escuchar la voz ni de Blinda ni del propio Kevin, pero se leía perfectamente en sus labios al cantar “I only said”, “When you sleep”, “Only tomorrow” o “New You”.

En la jornada de ayer la organización cubrió muchas partes con paja. Dorados, verdes, contraluces, olores y gente jugando con ella, inocencia sutil. Los guipuzcoanos Joe La Reina se han vuelto trascendentales y menos folkies. No hubo enganche, pero tienen valores. eMe son Haritz Harreguy, Rubén Caballero y Nora Izagirre. Posee molde, buenas canciones y pegada ambiental, pero les falta escena. La noche a ras de tierra y paja. Repleta de sonrisas. No llueve.