Primer día de festival. Pilas cargadas. Niveles de energía al máximo. Ganas infinitas de devorar cine y, aún mejor, ambición ilimitada para enfrentarse a los temas más candentes. A los más peliagudos. Después, a lo mejor, nos quemamos, pero no importa. Aquí hemos venido, en parte, a tomarle el pulso al mundo en el que nos ha tocado vivir. Y es que podría parecer que los festivales de cine son esas burbujas perfectas, ajenas al ruido y tensiones de nuestros tiempos, pero en realidad, la membrana que les da forma es altamente permeable. Para entendernos: ni la alfombra roja ni los flashes de las cámaras pueden construir una fantasía lo suficientemente potente como para que nosotros olvidemos los problemas con los que llegamos a la fiesta.
Por ejemplo, antes de Zinemaldia se celebró, ya lo sabemos, el Festival de Cine de Venecia. La Mostra, vaya, que en su 75ª edición, deslumbrante en lo que a glamour y calidad artística se refiere, no pudo evitar verse salpicada por la tormenta que, finalmente, ha acabado sacudiendo la industria cinematográfica. Año uno después del escándalo Harvey Weinstein. En el curso pasado, a estas alturas, nos indignábamos (y que viva la hipocresía) con los terribles testigos de las mujeres que, a lo largo de las últimas décadas, sufrieron toda clase de abusos por parte del fundador de Miramax.
El secreto a voces se hizo oficial; la vergüenza se convirtió en furia, y ésta en orgullo. Nació el movimiento #MeToo, con la promesa de que ya nada volvería a ser igual. De esto, como ya he dicho, hará ya un año, y los festivales, como decía, deben servir también como barómetro del estado de la cuestión. Volvemos a Venecia, a esa 75ª Mostra que se enorgullece de su impresionante selección de películas... pero que se sonroja cuando cae, por su propio peso, la proporción más sangrante.
En la Competición por el último León de Oro, participaron 21 films... de los cuales solo 1 estuvo dirigido por una mujer. 2018, año uno de la era #MeToo. Tenía que ser el punto de inflexión visible en la consecución de la tan deseada paridad de sexos como representación de todo el capital humano que da forma al séptimo arte. De acuerdo, pedir tanto en tan poco tiempo, a lo mejor era desmesurado, pero no menos cierto es que se esperaban ver, por lo menos, gestos más perceptibles de cambio.
Preguntado por el asunto, Alberto Barbera, director de la Mostra, decidió ponerse a la defensiva. Las películas que habían llegado a Venecia, juraba él, lo habían hecho única y exclusivamente por sus méritos artísticos. Después el hombre pasó al ataque, amenazando con la dimisión si alguna vez se le imponía un sistema de cuotas por sexos en la selección de películas. Los ánimos, como era de esperar, no se enfriaron... y así llegamos a la proyección de la única cinta firmada por una directora. Era 'The Nightingale', de Jennifer Kent, quien por cierto fue despedida con insultos sexistas al término de dicha sesión, escupidos por un periodista acreditado. La organización, al menos, tuvo la decencia de identificar al energúmeno y de expulsarle del festival.
Por si todavía quedaban dudas sobre los deberes por hacer.
Pero entonces, ¿cómo le pilla el asunto a Zinemaldia? Bien, pues para empezar, con un organigrama y con una Competición mucho más saludables. Arriba de todo de la organización, aparece el nombre de José Luis Rebordinos, director apoyado en dos subdirectoras, Maialen Beloki y Lucía Olaciregui. En la composición tanto del Comité de Dirección como en el de Selección, se impone una igualdad entre sexos casi absoluta. Lo mismo puede decirse de la red internacional de delegados. La paridad en la cosecha final de películas, empieza a construirse aquí.
Y así llegamos al momento de la verdad: en el Concurso por la Concha de Oro, encontramos 18 títulos; 5 dirigidos por mujeres. Claire Denis, Naomi Kawase, Valeria Sarmiento, Icíar Bollaín y Tuva Novotni forman un repoker de lujo. Un combinado de voces nuevas y experimentadas; de pedigrí y de promesas que dan sentido a los vientos de feminismo renovador que soplan ahora tanto dentro como fuera de la burbuja.
Queda aún para el punto óptimo de igualdad, pero al menos aquí parece que estamos más cerca de alcanzarlo. Lo habremos hecho cuando nadie tenga escribir sobre esto.