El comisario de la Policía española Juan Carlos Castro, autor de un informe técnico sobre el uso del material antidisturbios remitido al Juzgado de Instrucción de Bilbo meses después de la muerte de Iñigo Cabacas por el impacto de una pelota de goma, declaró ayer que en una actuación destinada a resolver altercados deben primar los criterios de «oportunidad y proporcionalidad y congruencia».
A través de videoconferencia, el mando policial expuso que ese tipo de operativos son «tremendamente complejos» y que habitualmente en su caso se suelen encomendar a los agentes de la Unidad de Intervención Policial, adiestrados a tal efecto, y señaló que ante situaciones como la expuesta suelen actuar en base a un procedimiento secuencial y progresivo, donde el uso del material antidisturbios constituye «el último peldaño».
Explicó que entre los primeros pasos de ese procedimiento se halla la simple presencia física de la Policía, que muchas veces sirve para ahuyentar a los alborotadores, presencia que es más intimidatoria en cuanto los agentes van pertrechándose con su ropaje y material. Si aun así continuaran los incidentes, dijo que se propone el uso progresivo de otros medios, como las defensas y porras, si es posible, insistendo en que el último paso sería utilizar los peloteros.
En este punto, Jone Goirizelaia, abogada de la familia Cabacas-Liceranzu, le describió la situación que según han indicado los testigos se vivió el 5 de abril de 2012 en María Díaz de Haro: un callejón o plazoleta estrecha, repleta de gente, donde solo un pequeño grupo de cuatro o cinco personas, localizadas, estaría tirando unos botellines. Y le preguntó si en ese contexto se requiere el uso de material antidisturbios, a lo que el comisario replicó que «en mi opinión, no».
Asimismo, preguntado por la distancia mínima requerida para utilizar este tipo de armas, el policía español indicó que hasta 2013 la distancia mínima que estaba fijada en sus protocolos era de 50 metros, salvo circunstancia excepcionales, añadiendo que a raíz de la muerte del joven aficionado del Athletic el Ministerio del Interior ordenó reevaluar los protocolos, de modo que ahora hay opciones de ralentizar la velocidad y minorizar la fuerza de los proyectiles.
«Evidentemente», es letal
Castro también hizo referencia a la forma en que se debe disparar los peloteros, indicando que salvo circunstancias muy excepcionales en las que corra peligro la vida de los agentes o de otras personas en la zona, los disparos no deben ser «tensos» o directos a un objetivo, sino que deben «buscar el rebote».
Por contra, todos los testigos que se han referido a lo ocurrido aquella noche en Indautxu han afirmado que los ertzainas disparaban recto, en horizontal, y la distancia no alcanzaba ni mucho menos los 50 metros. De hecho, los tiros derribaron una barra de bar y agujerearon una jaima instalada en la plaza.
Del mismo modo, cuando se le preguntó si los policías son conscientes de que un proyectil de este tipo es capaz de matar a una persona, el comisario respondió que «evidentemente, el lanzamiento de una pelota de caucho puede causar la muerte si impacta en un órgano vital». Sin embargo, tanto el lunes algunos de los acusados como ayer el jefe de la Ertzaintza sostuvieron que en 2012 no sabían «que las pelotas mataban».
Aldekoa trata de exonerar a Ugarteko pero reconoce que controlaba todo el operativo
El actual jefe de la Ertzaintza, Jorge Aldekoa, era en 2012 el máximo responsable de la comisaría de Bilbo y por tanto el superior de los agentes y oficiales que participaron en el operativo que acabó con la muerte de Iñigo Cabacas. No está imputado, pero ayer tuvo que declarar como testigo, y lo hizo con un evidente ánimo de exculpar al Jefe de Operaciones de esa noche, el agente 3316, Ugarteko.
Para ello, trató de endosar toda la responsabilidad de lo ocurrido al oficial 3389, ertzaina de mayor rango en el sector 1 –donde se ubicaba la calle María Díaz de Haro–, que ya está jubilado y que en la primera sesión dijo que él sólo estaba al mando de su furgoneta y que no era partidario de cargar. Aldekoa, sin embargo, sostuvo que entre las funciones de ese oficial estaba la de tomar las decisiones y que a él le correspondía «decidir hacer o no hacer». Con todo, este hilo argumental no impidió que, a preguntas de la acusación particular, el responsable de la Ertzaintza, que aquella noche estaba en San Mamés, admitiera que era Ugarteko quien recibía todas las informaciones y comunicaciones de los ertzainas desplegados en la zona y que controlaba todo lo que ocurría, confirmando así la cadena de mando.
En cualquier caso, Aldekoa insistió en cargar la prueba contra el oficial 3389, y preguntado por la propia presidenta del tribunal, Reyes Goenaga, declaró que en caso de discrepancia entre el oficial 3389 y Ugarteko era aquél el que tenía la última palabra. Estas palabras se contradicen con las grabaciones de las comunicaciones internas entre los mandos de la Ertzaintza, en las que se aprecia que Ugarteko ordena imperativamente al oficial que entre «con todo» en el callejón «de la herriko» y tome la zona, a pesar de que su interlocutor aseguraba que la situación estaba bajo control.
Precisamente, Iñaki Irizar, el abogado del ertzaina jubilado, mantuvo un tenso interrogatorio con Aldekoa, a quien preguntó, entre otras cosas, cómo era posible atribuir toda la responsabilidad a su defendido cuando éste ni siquera conocía que antes de que llegara él ya había dos furgonetas, la 1 y la 6, en el lugar de los hechos. El letrado le recordó que el oficial 3389 no conocía esa circunstancia, ya que no tenía acceso a ese canal de comunicación, a diferencia de Ugarteko, y preguntó quién había ordenado que esas furgonetas fueran al callejón de María Díaz de Haro. El jefe de la Ertzaintza replicó con evasivas, y cuando ante la insistencia en las preguntas la presidenta instó al abogado a que cesara, éste reprochó a Aldekoa que no quisiera responder.
Antes de concluir, Goirizelaia tomó la palabra para preguntarle si compartía las declaraciones efectuadas hace unos años por el director general de la Ertzaintza, Gervasio Gabirondo, reconociendo que la decisión de cargar no estuvo bien tomada, viendo las consecuencias. «Ni comparto ni no comparto, no estaba allí», zanjó.I. B.
Vecinos de Indautxu corroboran que el ambiente era festivo
En la primera parte de la sesión de ayer pudieron escucharse los testimonios de varios vecinos y vecinas de la zona donde se produjo la carga policial, así como de personas que estaban trabajando allí. Así, Juan Carlos Hernández y María José Villate, que desde sus domicilios pudieron ver con nitidez lo que pasaba, coincidieron en declarar que el ambiente antes de la carga era festivo y que fue el sonido de los tiros lo que les llevó a asomarse, sin que antes hubieran notado «nada raro».
Hernández dijo que desde su balcón pudo fijarse en un ertzaina que disparaba «recto» hacia la plaza. Y al contrario, no vio a nadie que arrojara nada a los policías, ni encapuchados. Villate, que reside justo enfrente de la plazoleta, relató que estuvo viendo «aquella fiesta con tranquilidad», sin percibir altercado alguno, y que estaba en la cocina cuando empezó a oír unos ruidos que pensaba que eran cohetes. Al salir a la terraza comprobó que eran los pelotazos de la Ertzaintza, y explicó que hubo «una estampida», con gente que trataba de escapar o de guarecerse en las paredes del callejón. Ella sí vio, en una esquina, a «cuatro chicos» que tiraron vidrios a los policías, pero no iban encapuchados y se fueron de allí después. Al respecto, declaró que «no podía entender que la Policía no fuese a por ellos, porque estaban en un punto muy concreto, y en cambio disparaban al callejón».
Como indicador de lo que había visto, señaló que «me daba miedo hasta a mí cómo estaban disparando», y apostilló que a las personas que estaban en la plaza les costó mucho huir, ya que la única salida es un paso estrecho que da a Licenciado Poza.
Margarita Salcedo, por su parte, estaba trabajando en una vivienda de la calle María Díaz de Haro, y confirmó tanto el ambiente de fiesta como la inexistencia de peleas antes de que llegara la Ertzaintza. Tampoco vio a nadie encapuchado, y sí a «unas pocas personas» que tiraron botellas, también «pocas» a los uniformados. Coincidió en que los congregados trataron de huir, y que los ertzainas dispararon a la gente del callejón y que dispararon «recto».
Oihane Olabarrieta, trabajadora de Kirruli, y Carlos Joaquín López, dueño del Oktoberfest, narraron las escenas de pánico que se vivieron dentro de los bares. Olabarrieta dijo que no le «entraba en la cabeza» que estuvieran cargando hacia allí, pues no había motivo, y que se asustó cuando una pelota pasó cerca. Decidió bajar la persiana, igual que ocurrió en el bar de al lado, donde según indicó López llegaron a entrar tres proyectiles.
La trabajadora de Kirruli también relató que cuando salió, un ertzaina sin verduguillo que parecía estar al mando y que dijo llamarse Juanjo –el oficial 3389 se llama Juan José– le dijo que entrara dentro, porque sus compañeros estaban «muy calientes». Luego les dejó salir, pero en grupos de cinco personas, ya que los ertzainas, insistió, estaban «nerviosos». I.B.