El esperado año 2000 resultó especialmente crudo por lo que respecta al conflicto vasco, tras el cierre del paréntesis de Lizarra-Garazi. Mejor que nadie lo saben el otxandiarra Ibon Garate, que perdió en febrero en accidente a su hermano Rubén cuando volvía de Alcalá-Meco de ver a un amigo preso, y la catalana Rosa Lluch, cuyo padre Ernest murió a manos de ETA en noviembre.
Pasados ya 18 años, esta mañana ambos han compartido micrófonos en Radio Euskadi, aprovechando la visita de Lluch a Euskal Herria. Una iniciativa auspiciada por el Foro Social Permanente, que apunta que nunca se había producido un «cara a cara» público de este tipo, y con potencial inspirador al abordar cuestiones que hasta ahora solo aparecían como fuente de conflicto.
Por ejemplo, los ongi etorris a exprisioneros. Matizando que habla desde la distancia dado que no reside en este país, Lluch ha apuntado que «no siempre he visto ahí una provocación, lo que he visto es una felicidad por cumplir condena. Y no sé hasta qué punto hay mala fe en esos actos. Pero creo que es posible limar asperezas en torno a ello». Garate, por su parte, ha dicho que «comprendo que un ongi etorri pueda herir a una víctima. Este mismo encuentro puede llevarnos a reflexionar sobre eso».
Se ha abordado igualmente la otra cara de la moneda: la posición de las víctimas de ETA ante el alejamiento de los presos. La hija de Ernest Lluch ha reiterado su conocida disconformidad con esa política, desde su sensación concreta: «A mí me da igual si quien mató a mi padre está en Almería, Albacete o Hernani, no me aporta nada. Y la dispersión no tiene razón de ser, porque la familia no ha cometido el delito».
El entrevistador le ha planteado si estaría entonces dispuesta a movilizarse contra la política carcelaria, y ahí Rosa Lluch ha matizado que el problema es que muchos interpretarían que con ello estaba representando a su padre, lo que la obliga a «ser muy prudente. Me costaría imaginarme ahí. Y creo que me generaría incomodidad por alguno de los participantes, más que por el motivo». En la charla que ofreció el jueves en Bilbo junto a Ane Muguruza, hija de Josu Muguruza, Lluch detalló que en alguna de sus visitas a Donostia tras la muerte de su padre ha padecido alguna muestra de desprecio, como la de un joven que escupió a su paso.
¿E Ibon Garate? ¿Participaría en un homenaje a una víctima de ETA? «Participar no sé, pero mostrar el máximo respeto, sí –ha respondido–. Yo empatizo totalmente con una víctima de ETA porque ese dolor lo he sufrido en mis carnes».
Una violencia que sigue
Continuando con la dispersión, el hermano de Rubén Garate ha puesto sobre la mesa un dato objetivo: «ETA se ha disuelto, pero la violencia que mató a mi hermano sigue estando ahí. Rubén era entonces el octavo muerto por la dispersión y ahora ya van 16, y este mismo fin de semana es posible que lleguen el 17 o el 18, con centenares de personas haciendo miles de kilómetros».
Ha incidido Garate en que «el papel de la víctima debería ser dar testimonio de lo ocurrido, de su sufrimiento, pero no deben condicionar las políticas». Y ha asentido Lluch: «Lo comparto. Las víctimas hablamos desde el estómago y para buscar soluciones no se puede hablar desde el estómago, sino desde la tranquilidad y la objetividad. Las víctimas no podemos mediatizar la solución».
Sobre el reconocimiento y la reparación, la profesora catalana reitera que hay mucha mayor desatención oficial a las víctimas de ETA de lo que se cree en Euskal Herria. Garate ha añadido por su parte que si hay alguna situación marginada intencionadamente, es la de los fallecidos por la dispersión carcelaria: «Hay víctimas de primera, de segunda, y luego nosotras, que no existimos».
Ambos han concluido saludando que «estos encuentros ayudan a sellar bien las cosas».