Día 10 de enero. La toma de posesión oficial como presidente reelecto de Nicolás Maduro a principios de año, después de su victoria en las elecciones de mayo de 2018, se desarrolló en un clima de sorprendente calma política a pesar de la grave situación económica producto de la guerra, el bloqueo, las mafias especuladoras, las redes corruptas y la impunidad denunciada por el chavismo de base y comunal.
La primera medida del nuevo gobierno, anunciada ante la Asamblea Nacional Constituyente fue decretar un aumento de un 400% del salario mínimo, (de 4.500 a 18.000 bolívares), lanzando un claro guiño a los sectores populares. Sin embargo, en apenas una semana la creciente espiral especulativa asociada a la guerra contra el valor de la moneda nacional, el bolívar, pulverizó la recuperación del poder adquisitivo de las y los asalariados.
De cualquier manera, la mayoría de analistas en el país dibujaban un panorama político caracterizado por la desmovilización de los dos bloques políticos mayoritarios (derecha y chavismo oficial) y por una cotidianidad muy dura en la que la gran masa dedicaba casi todas sus energías y recursos al sostenimiento precario de su núcleo familiar. En concreto, en las bases de la derecha reinaban teóricamente la apatía, la frustración y las pocas expectativas.
23 de enero. Bajo esas coordenadas, casi nadie preveía una movilización importante, y mucho menos un intento de golpe, como el que se puso en marcha el pasado miércoles, en el 61º aniversario de la caída de la última dictadura en el país, la comandada por el general Marcos Pérez Jiménez. 6 décadas después, aprovechando el simbolismo de la fecha y las manifestaciones anuales, un sector de la derecha venezolana volvía de nuevo, por enésima vez, a intentar derrocar al gobierno por la vía del golpe. Para intentar comprender este último golpe, más de efecto que de facto, por ahora, hay que analizar tres escenarios del teatro político: por un lado, el reality show golpista, es decir, el circo mediático; por otro lado, los camerinos, donde se planifica la trama golpista; y por último, la real politik, que es donde se juega realmente la partida de ajedrez.
Reality show golpista. En un tiempo récord el latifundio mediático global logró, a través de la ya conocida doctrina del shock, aturdir a miles de millones de personas con las imágenes combinadas de un supuesto líder venezolano que se autoproclamaba presidente frente a las masas y que en breve tiempo conseguía ser reconocido por la principal potencia mundial, EEUU y por importantes países de la región, como Brasil, Argentina, Colombia, etc. A esto se agregaba una falsa matriz de opinión que presentaba a un gobierno acorralado desde el exterior y con las horas contadas.
Esto logró un efecto político a corto plazo muy contundente ya que mucha gente fuera de Venezuela empezó a creer esa versión ficticia, incluidos sectores de la izquierda internacional, que manifestaban una enorme preocupación, e incluso desanimo, a través de la redes. Paralelamente, en Caracas, la marcha chavista concluía y la dirigencia animaba a las bases a regresar a sus hogares, lanzando mensajes de que todo estaba bajo control. La histeria exterior provocada artificialmente se contraponía a al mundo real en el país caribeño.
La trama golpista. Es obvio que más allá de la dramatización teatral hay un plan real para volver intentar derrocar al actual Ejecutivo y materializar una restauración conservadora. Los principales actores del actual Termidor son, además de los habituales (la Casa Blanca y la derecha criolla), el autodenominado Grupo de Lima, más conocido en Venezuela como el «Cartel» de Lima, que agrupa a los gobiernos anti-populares de América Latina subordinados a EEUU.
En la trama, los gobiernos de estos países lideran el bloque duro golpista, mientras que el bloque blando está siendo liderado por la Unión Europea. Mientras que los primeros han desconocido al presidente electo en las urnas, la UE tratará de mantener cierto equilibrio reconociendo la legitimidad de los diferentes actores pero amenazando a Maduro para que convoque elecciones.
En este contexto de posicionamientos, sorprende la torpeza política del partido hegemónico vasco, el PNV, a quien le gusta presumir de centralidad política, pero que ahora ha decidido ubicarse más cerca de hooligans políticos como Trump y Bolsonaro que de sectores políticamente más inteligentes y pragmáticos de su ámbito ideológico en el arco europeo. Probablemente algún sector empresarial vasco con inversiones en la región termine dándoles un buen tirón de orejas a los burukides más despistados de Sabin Etxea.
Real Politik. Por encima del reality show mediático la política cruda de verdad nos muestra las verdaderas cartas con las que se está jugando esta partida. En primer lugar, la derecha venezolana hoy día no tiene el músculo de antaño y su incapacidad de mover el tablero nacional le ha obligado a tener que poner toda la carne en el asador foráneo. En otra época habrían marchado hacia el Palacio de Gobierno e intentado superar la barrera simbólica que separa el este (pudiente) del oeste (popular) de Caracas. Ahora tuvieron que recurrir a los EEUU y sus súbditos para presumir de una fuerza de la que realmente carecen en el país.
En segundo lugar, la joven «promesa» de la cantera del partido ultra Voluntad Popular, Juan Guaidó, tiene más el perfil de un suicida político que el de un líder con futuro. En un supuesto encuentro privado con altos cargos del gobierno reconoció que estaba siendo cada vez más presionado «por los gringos» y por su capo partidario, Leopoldo López. Teniendo en cuenta que el Ejecutivo bolivariano en los últimos años ha actuado con la contundencia esperada contra algunos golpistas de la oposición, las opciones de futuro del joven Guaidó no son muchas a corto plazo: o un exilio dorado, o una larga estancia en alguna prisión del país.
En tercer lugar, tanto Washington como Miami saben que el nuevo «presidente» no tiene la capacidad efectiva de ejercer el control real sobre el territorio. El Ejecutivo de Maduro sigue teniendo el control de los recursos estratégicos (petróleo y minerales) y la lealtad de las Fuerzas Armadas, probablemente por un periodo bastante más largo de lo que desearían sus enemigos. No solo la cúpula de la FAB sino todas las regiones militares han dejado claro su apoyo al gobierno electo.
Cuarto, el apoyo de dos potencias como Rusia y China, visto el discurrir reciente de algunos conflictos en el actual tablero geopolítico mundial, es un indicador relevante para prever que la caída del gobierno venezolano no la van a poder provocar fácilmente EEUU y sus aliados europeos.
Finalmente, la violencia planificada por la derecha, volviendo a contratar a grupos de malandros (delincuentes) para que generen caos nocturno en los barrios populares, están siendo respondido no solo por la Policía bolivariana, sino también por el chavismo de base que sabe de nuevo lo que está en juego.
La Real Politik también provocará una nueva ronda de negociación, no tanto para acordar unas nuevas presidenciales (recientemente celebradas) sino para fijar una fecha para las próximas parlamentarias, que por ley debían realizarse en 2020 pero quizás puedan adelantarse a este año, y así superar la anomalía de la existencia de dos Asambleas. Ahí la derecha tendría otra oportunidad, si gana, para legislar y no para intentar derrocar al Ejecutivo.