Iñaki Williams, que venía de sacarse un último slalom entre la zaga armera pero sin suerte en el disparo a puerta, y Dani García, de nuevo nuestro particular N´Golo Kante, golpearon sus pechos henchidos desprendiendo la misma testosterona que esos intimidadores pívots que celebran con esa particular liturgia una buena canasta o un espectacular tapón. El trencilla de turno acababa de pitar el final del derbi y los puntos se quedaban en San Mamés. Los navarros San José y Raúl García cruzaban una sonrisa cómplice entre los saludos, abrazos y tamizados gritos por respeto al rival de sus compañeros. Una horas antes, Messi acababa de tener otro día en la oficina, tres goles y una asistencia, paso de gigante en el Pizjuán y entre los azulgranas apenas unos besos en la mejilla, un protocolario choque de manos y poco más. La diferencia entre estar acostumbrado a ganar y estar acostumbrado a sufrir. El Athletic, este Athletic de Gaizka Garitano también, gana, y pierde, sufriendo. Por eso cada victoria sabe a eso, a victoria.
Cada gol del enrachado Raúl García –supera a Pablo Sarabia como centrocampista con más goles en la Liga en las últimas tres temporadas (24)– lo celebra el navarro como si diera un título. Su entrenador tampoco se cortó un pelo al festejarlo con Patxi Ferreira y no se llevaba ni un minuto de encuentro. Como en El Alcoraz, como en tantos últimos exámenes con agónicas victorias, los rostros de los leones reflejaban tras ese pitido final no solo lo mal que lo han pasado en la primera mitad de la temporada sino ese convencimiento de que por fin parecen haber salido del pozo. Y uno se imagina el vestuario culé entre vistazos al móvil y prisas por coger el avión de vuelta, y el rojiblanco, doloridos, desfondados por el derroche pero con los espejos empañados por esa felicidad que transpira el equipo.
«Vales lo que valen tus compromisos», decía el corresponsal de guerra Miguel Gil, muerto en una emboscada en Sierra Leona. El Athletic lo ha sido siempre, y lo es en su máxima expresión con Garitano, un conjunto comprometido. Todos corren, todos disputan, todos sufren. El del sábado fue un choque para no perder la concentración, de muchos duelos individuales, de ganar disputas y segundos balones, de chocar, de capear el temporal armero como en el arranque del segundo acto y acabar el partido con más opciones que tu rival. Lo hemos visto más veces. Delanteros que defienden, defensas que atacan. Partido sin florituras ni despistes, no hay lugar para las escuelas de amor. Como en Huesca. Y, aunque la grada siempre pide más, no dudó en aplaudir a Yeray cuando comprometió a su equipo en una pérdida de balón que acabó con falta y amarilla, y reclamó el perdón de compañeros y público. O la ovación a un inasequible De Marcos cuando, tras casi aprovechar en el minuto 85 un rechace de Riesgo, a renglón seguido cortó el avance rival tras una última misión a la carrera. Lo más virtuoso que vimos fue ese golpeo exterior de Beñat a la madera, amén de la jugada del gol. El resto, un Vietnam.
El Athletic parece sentirse cómodo en estos partidos de trinchera –recordemos, es el único que no ha marcado tres goles en un encuentro–, proponiendo al rival una suerte de juego de buscaminas, y exprimiendo esas ocasiones que sabe se le presentarán. En siete de los nueve partidos con Garitano en que ha anotado, solo ha hecho un gol. Efectividad máxima, y cerrojo atrás. Liderados por un titánico Iñigo Martínez y el ‘Popeye’ Capa en ese juramento defensivo colectivo, el Athletic es el menos goleado en Primera este 2019. Sólo ha encajado 5 goles en las 11 últimas jornadas, lo que le hace acreedor a ser no solo el menos goleado sino que en una miniliga de estas once últimas fechas con Garitano, los rojiblancos serían cuartos con 22 puntos, tras Barça, Madrid y Atlético. Soñar sí, pero despiertos.