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Hace 60 años nació la Feria del Toro en Iruñea

Aunque parece que existe «desde toda la vida», la Feria del Toro de Iruñea, tal como hoy la conocemos, no surgió hasta 1959. Las dificultades económicas obligaron a la Casa de Misericordia a optar entre buenos toreros o buenos toros, y decidió prescindir de grandes figuras del toreo para poder traer reses de prestigio. Con esta historia, subimos el peldaño de abril.

Cartel de José Antonio Eslava para la Feria del Toro de 2017.
Cartel de José Antonio Eslava para la Feria del Toro de 2017.

El golpe de Estado de 1936 y la posguerra no afectó solo a la población civil, sino también a las fiestas de San Fermín. La escasez de alimentos se notaba en todas las actividades de la vida cotidiana, y el ganado bravo no fue una excepción.

En 1957, la Casa de Misericordia contrató a Miguel Criado Barragán para encargarse de la compra de toros para los sanfermines. Dos años más tarde se planteó la posibilidad de contratar a Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez para torear en el coso iruindarra, pero el problema era que no había dinero suficiente para pagar a estas figuras y pagar también toros de ganaderías prestigiosas.

En vísperas de los sanfermines de aquel año de 1959, la Meca decidió prescindir de ambos toreros y dedicar sus recursos a traer a la plaza de Iruñea reses que ofreciesen un buen espectáculo. Así fue como surgió la primera edición de la Feria del Toro, cuyo cartel anunciador fue obra del pintor sevillano Martínez de León.

En él se puede ver que las ganaderías contratadas fueron las de Domecq, Miura, Pablo Romero, Carlos Núñez, Benito Cubero y Garci-Grande.

Así pues, la Feria del Toro sanferminera cumple ahora 60 años, y en cada edición los responsables de la Meca se preocupan de contratar las ganaderías que mejor juego pueden dar tanto en los encierros como en las corridas.

En 1962 se modificó el reglamento taurino a nivel estatal para establecer las diferencias entre novillos y toros en función de la dentición de las reses, y ahí surgió la polémica. Unos decían que, para ser toro, debía tener cuatro años y ocho dientes totalmente desarrollados, mientras que otros sostenían que también se consideraban toros si presentaban seis dientes desarrollados y dos de leche.

Para evitar discusiones sobre si eran novillos o toros, la Meca optó por pagar una prima por cada ejemplar que presentara los ocho dientes permanentes, y de esa forma garantizó que casi todos los morlacos que llegaban a las fiestas de Iruñea fuesen toros-toros.