Aritz INTXUSTA

Nafarroa entra en la recta final de la lucha contra Hepatitis C

Desde que llegaron los antivirales de acción directa en 2011 y, sobre todo, después de que la lucha de los enfermos echara por tierra el plan inhumano de Ana Mato para que la Sanidad les suministrara la cura, la lucha contra la Hepatitis C puede acabar en una victoria. Se han curado 1.568 pacientes, quedan unos 500 enfermos. De ellos, solo están localizados 366.

Antonio García, durante el encierro de 2015 en el Hospital. (I. URIZ/FOKU)
Antonio García, durante el encierro de 2015 en el Hospital. (I. URIZ/FOKU)

La victoria de la lucha contra la Hepatitis C en Nafarroa está escrita en los dos hígados de Antonio García. Delgado con un aire enfermizo, muy suave en sus formas, terco y sensato, García ejerce un liderazgo natural dentro de la organización de afectados por el virus. García venció un duelo con la enfermedad que duró 35 años. Fue una batalla tanto con su sistema inmunitario como con su determinación demandando una cura. 

Le ha costado casi una vida, pero ahora está sano. Ayer, Día Mundial contra la Hepatitis, Garcia salió a recordar que aún quedan enfermos, que todavía queda un último esfuerzo por hacer. Desde 2015, se han curado ya a 1.568 pacientes en Nafarroa, incluidos todos los trasplantados, el colectivo más vulnerable. Pero se calcula que faltan todavía otro medio millar de infectados. Vencer está al alcance de la mano. 

La Hepatitis C era una enfermedad incurable para la mayoría de enfermos hasta la llegada de los antivirales de acción directa que se descubrieron en 2011. La aparición del sofosbuvir y otras formulaciones inhibidoras de la proteasa, la polimerasa y la proteína NS5A han coneseguido tasas de curación del 98%. A fin de cuentas, la Hepatitis C la provoca un virus y, si se logra matar al parásito, el enfermo crónico se convierte en una persona perfectamente sana. La pesadilla se acaba. Las pastillas de sofosbuvir (en conjunción con medicamentos acabados en «previr» o en «asvir») curan a prácticamente todos los enfermos crónicos en un par de meses.

Los nuevos medicamentos supusieron un paso de gigante frente al escaso 40% de efectividad de la Ribavirina y el Interferon, que eran los principios activos que se empleaban en los tratamientos anteriores. La Ribavirina, además, tenía unos terribles efectos secundarios. Era un tratamiento muy largo y muy duro. García así lo recuerda. A él, como a la mayoría que lo sufrieron, no le sirvió prácticamente de nada. El virus le destrozó el hígado y le tuvieron que someter a un trasplante. 

«Un trasplante solo te da un tiempo mas. No cura. El virus vuelve a reproducirse en el nuevo hígado, porque sigues enfermo», explica este portavoz. Es lo que le pasó a García. Su segundo hígado se estaba muriendo. De no haber surgido esta cura, su única opción hubiera sido un segundo trasplante que se hubiera vuelto a infectar. Y la mayoría de personas sometidas a un segundo trasplante de hígado mueren en un plazo de cinco años. «Antes el tiempo corría en mi contra y desde que estoy sano siento que el tiempo corre a mi favor», afirma. 

El problema que tenían esos nuevos tratamientos era que eran considerablemente caros. Ana Mato, ministra de Sanidad del PP, decidió priorizar la Ribavirina por mera cuestión económico. Por eso, en 2015, García lideró un encierro de enfermos dentro del hospital de Iruñea. UPN lanzó contra ellos a los forales, pero los enfermos ganaron aquel pulso. Les apoyaban Atehna, Sare, la Comisión Ciudadana Antisida y la plataforma NAT. El veto a que los médicos especialistas recetaran aquellas pastillas milagrosas se levantó meses antes de que sucediera lo mismo en el Estado. Porque aquella directriz de Mato rozaba lo criminal y en Galiza llegó a haber muertes de personas en lista de espera para el sofosbuvir que el PP les negaba. Hoy se calculan en más de 140.000 enfermos curados en todo el Estado por las medicinas que Rato negaba a terminales.

Desde que vencieron aquel pulso con el encierro del Complejo Hospitalario, en Nafarroa se ha ido curando a 350 personas por año. El año pasado, sin embargo, el número bajó considerablemente. Hasta las 222 personas. García entiende que esto se debe, fundamentalmente, a que los enfermos son cada ve más difíciles de localizar.

«Unos no saben que están enfermos, pero también hay personas que pueden convivir con el virus. Su sistema inmunitario lo mantiene a raya y podrían vivir hasta cien años, pero no están curados. Algunos quizá se han olvidado de que están enfermos, pero siguen pudiendo contagiar a otros», explica García. Concretamente, en Nafarroa se estima que existe un abanico de entre 150 y 180 de enfermos «difíciles de localizar». Por eso, desde Atehna (asociación de trasplantados hepáticos) hacen un llamamiento para que respondan a las citas que les llegan desde Osasunbidea. «Que no corran riesgos, pueden acabar contagiando a sus propios hijos o a sus seres más queridos», insiste García. 

La mayoría de estos enfermos esquivos se encuentran en colectivos más vulnerables a las principales vías de contagio. «La gente que ha compartido jeringuillas, personas que fueron sometidas a transfusiones de sangre antes de 1992, quienes se realizaron piercings o tatuajes sin las medidas de seguridad adecuadas y también hombres que tienen sexo con otros hombres», detalla García. 

«Erradicar la enfermedad no se va a conseguir o será muy difícil», sostiene García. Para explicarlo, recuerda que el PP acabó con el concepto de Salud Pública, existe población migrante que no tiene a su alcance medios no ya para curarla, sino para diagnosticarla. «Aunque no se pueda erradicar, sí se puede convertir en una enfermedad residual. Una infección que se descubra, se trate y se cure. Punto. Pero aún no estamos ahí. Sigue habiendo lista de espera para los tratamientos».