Aritz INTXUSTA

Un último esfuerzo para acabar con la hepatitis C en Nafarroa

Desde que llegaron los nuevos antivirales y, sobre todo, después de que el empuje de los enfermos tumbara el plan inhumano del PP que les negaba la cura, la lucha contra la Hepatitis C atisba la victoria. En Nafarroa se han curado 1.568 personas. Quedan otras 500.

La victoria en la lucha contra la Hepatitis C en Nafarroa está escrita en los dos hígados de Antonio García. Es un señor delgado con un aire enfermizo, muy afable en sus formas pero terco y sensato. García desprende un liderazgo natural dentro de la organización de afectados por el virus. Él logró vencer su duelo con la enfermedad que duró 35 años. Fue una batalla que libró tanto con su sistema inmunitario como con su determinación exigiendo que se les suministrara la cura.

Le ha costado casi una vida, pero ahora está sano. Ayer, Día Mundial contra la Hepatitis, Garcia salió a recordar que aún quedan enfermos, que todavía queda un último esfuerzo por hacer. Desde 2015, se ha curado ya a 1.568 pacientes en Nafarroa, incluidos todos los trasplantados, el colectivo en situación crítica. Pero se calcula que faltan todavía otros 500 infectados. Si el ritmo no decae, vencer está al alcance de la mano.

La Hepatitis C era una enfermedad incurable para la mayoría de enfermos hasta la llegada de los antivirales de acción directa que se descubrieron en 2011. La aparición del sofosbuvir y otras formulaciones inhibidoras de la proteasa, la polimerasa y la proteína NS5A han conseguido tasas de curación del 98%. A fin de cuentas, la Hepatitis C la provoca un virus y, si se logra matar al parásito, el enfermo crónico se convierte en una persona perfectamente sana y la pesadilla se acaba así de repente. Las pastillas de sofosbuvir (en conjunción con medicamentos acabados en «previr» o en «asvir») curan a prácticamente todos los enfermos crónicos en cuestión de un par de meses o menos.

Los nuevos medicamentos supusieron un paso de gigante frente al escaso 40% de efectividad de la Ribavirina y el Interferon, que eran los principios activos que se empleaban anteriormente. La Ribavirina, además, tenía unos terribles efectos secundarios. Era un tratamiento muy largo y muy duro. García así lo recuerda. A él, como a la mayoría que lo sufrieron, no le sirvió prácticamente de nada. El virus le destrozó el hígado y le tuvieron que someter a un trasplante.

«Un trasplante solo te da un tiempo más. No cura. El virus vuelve a reproducirse en el nuevo hígado, porque sigues enfermo», explica este portavoz. Es lo que le pasó a García. Su segundo hígado se estaba muriendo. De no haber surgido esta nueva medicación, su única opción hubiera sido un segundo trasplante que se hubiera vuelto a infectar. Y la mayoría de personas sometidas a un segundo trasplante de hígado mueren en un plazo de cinco años. Él vivió con esa certeza durante décadas. «Antes el tiempo corría en mi contra y desde que estoy sano siento que el tiempo corre a mi favor», afirma.

El problema que tenían esos nuevos tratamientos era que eran considerablemente caros. Por este motivo, en 2015, Ana Mato, ministra de Sanidad del PP, decidió priorizar la Ribavirina. En ese momento, García lideró un encierro de enfermos dentro del hospital de Iruñea. UPN lanzó contra ellos a los forales, pero los enfermos ganaron aquel pulso. Les apoyaban Atehna, Sare, la Comisión Ciudadana Antisida y la Plataforma NAT. Su lucha logró que el veto a que los médicos especialistas recetaran aquellas pastillas que curaban en ocho semanas se levantara meses antes de que sucediera lo mismo en el Estado. Ganaron por mantenerse firmes y porque aquella directriz de Mato rozaba lo criminal. En Galiza llegó a haber muertes de personas en lista de espera para el sofosbuvir que el PP les negaba. Hoy se calculan en más de 140.000 enfermos curados en todo el Estado por estas medicinas.

350 curaciones cada año

Desde que vencieron aquel pulso con el encierro del Complejo Hospitalario, en Nafarroa se ha ido curando a 350 personas por año. El año pasado, sin embargo, el número bajó considerablemente. Hasta las 222 personas. García entiende que esto se debe, fundamentalmente, a que los enfermos son cada ve más difíciles de localizar.

«Unos no saben que están enfermos, pero también hay personas que pueden convivir con el virus. Su sistema inmunitario lo mantiene a raya y podrían vivir hasta cien años, pero no están curados. Algunos quizá se han olvidado de que están enfermos, pero siguen pudiendo contagiar», explica García. En Nafarroa se estima que existe un abanico de entre 150 y 180 enfermos «difíciles de localizar». Por eso, desde Atehna (asociación de trasplantados hepáticos) hacen un llamamiento para que respondan a las citas que les llegan desde Osasunbidea.

La mayoría de estos enfermos sin localizar se encuentran en los colectivos más vulnerables a las principales vías de contagio. «La gente que ha compartido jeringuillas, personas que fueron sometidas a transfusiones de sangre antes de 1992, quienes se realizaron piercings o tatuajes sin las medidas de seguridad adecuadas y también hombres que tienen sexo con otros hombres», enumera García.

«Erradicar la enfermedad no se va a conseguir o será muy difícil», sostiene García. Para explicarlo, recuerda que el PP acabó con el concepto de Salud Pública, existe población migrante que no tiene a su alcance medios no ya para curarla, sino para diagnosticarla. «Aunque no se pueda erradicar, sí se puede convertir en una enfermedad residual. Una infección que se descubra, se trate y se cure. Punto. Pero aún no estamos ahí. Sigue habiendo lista de espera para los tratamientos».