El Paso se sitúa en la frontera entre EEUU y México, directamente al otro lado del Río Grande de su otra hermana, Ciudad Juárez. Con una población de un 80% de origen latino, decenas de miles de personas cruzan la frontera para trabajar, hacer compras o visitar a sus familias. El autor de la matanza de El Paso, haciéndose eco de las palabras repetidamente usadas por Donald Trump, consideró esa realidad como una prueba de la «invasión» latina de EEUU. Y según la Policía, decidió matar a mexicanos para responder.
El uso de la palabra «invasión» es un buen ejemplo de la retórica del supremacismo blanco que falsamente idealiza EEUU como una «patria blanca» y obvia que, por ejemplo, Texas formó parte de México hasta 1836.
Trump, con sus repetidas palabras de «invasiones de hispanos» que «marchan por miles hacia la frontera sur» de un país que sería «infestado de alimañas», ha dado rienda suelta a un racismo y odio mortífero que es endémico en EEUU y que ha llegado a un punto de ebullición que recuerda los linchamientos contra los negros que jalonan su historia.
Los linchamientos de entonces eran grupales y coordinados, perpetrados por agentes de la ley o miembros de Ku Klux Klan, y buscaban que los negros vivieran con miedo. Los tiroteos en masa contra inmigrantes de hoy, contra latinos, musulmanes, negros o judíos, son actos normalmente individuales pero tienen mismo origen –un percibido desafío al supremacismo blanco– y mismo mensaje: «volver a vuestros lugares de origen o ateneos a las consecuencias en esta tierra que no os quiere».
Antimexicanismo endémico
El racismo del siglo XIX en EEUU se basó en la defensa del esclavismo y en una noción darwinista de jerarquías raciales. El racismo del siglo XXI se asienta sobre el mito de la pérdida de una edad dorada para la prosperidad y felicidad de los blancos, una época de tranquilidad robada por oleadas de gentes de otros colores que ni son bienvenidos ni son asimilables. Se centra en la condición de víctima de los blancos, y en la expulsión y exclusión de los «otros».
En concreto, el sentimiento antimexicano, cuyas raíces son muy profundas en EEUU, fue y sigue siendo una forma de nativismo practicada por los colonialistas y por sus herederos. Ya desde principios del siglo XIX, cuando se establecieron con o sin permiso los primeros colonos blancos en lo que hoy es Texas, a los mexicanos les arrebataron sus tierras, los lincharon, los encarcelaron y esterilizaron a las mujeres. Y cuando México abolió el esclavismo en 1830, colonos blancos y propietarios de esclavos se aliaron para hacer la guerra al gobierno mexicano y terminaron para terminar por apropiares Texas en 1856.