Los puntos suspensivos que nos legó el visionado de la rotunda ‘592 metroz goiti’ adquieren su sentido más coherente en esta prolongación a través de la cual la cineasta Maddi Barber se ampara en el recurso de lo real y lo onírico para retratar las fases de una pesadilla que cobró forma en los valles de Nafarroa en los noventa.
El mastodóntico anacronismo de la presa de Itoitz vuelve a servir como eje de un mediometraje documental a través del cual el espectador es partícipe de las diversas fases que conllevó la progresiva desaparición de un espacio habitado y natural que cobró forma definitiva a pesar de los esfuerzos de colectivos que, como en el caso de Solidari@s con Itoitz, aportan un archivo histórico en el que se revelan las diversas acciones que emprendieron contra la construcción de la presa.
No obstante, y más allá del gran valor histórico de estas imágenes grabadas de manera guerrillera, lo que destaca es el lirísmo que Barber ha imprimido a un relato impregnado de nostalgia y anhelos. Entre la pausada galería de secuencias que retratan al monstruo que sepultó los valles –espectaculares en cuanto asoma la tormenta–, se revela el testimonio de quienes fueron protagonistas activos en la última trinchera.
A través de un paisaje que tan solo es posible observar con los ojos cerrados, estos protagonistas nos confiesan los retazos de esos sueños en los que el agua de de la presa se fusiona con las lágrimas. A Barber tan solo le basta y sobra con colocar la cámara en el momento y lugar preciso y captar las emociones de un pantano que, curiosamente, no es filmado en su más extensa y rotunda dimensión, sino que lo observa como una especie de ente artificial que, progresivamente, tiende a fusionarse con el nuevo entorno que se creó a su alrededor.