Resulta estimulante topar en la pantalla con un debut en formato largo que apueste por el riesgo y, sobre todo, que invite a la reflexión. Todo ello lo encontramos en esta poderosa tarjeta de presentación firmada por Maider Fernández Iriarte la cual plantea ante su propia cámara un emotivo diálogo con el protagonista, Jordi, un hombre de 50 años con parálisis cerebral que se encuentra en plena crisis de fe.
En su empeño por recuperar esa voz que dice escuchar dentro de él pero que se tornó en silencio, el protagonista revela a su cómplice su necesidad de viajar a Lourdes. En este punto, por todo lo que conlleva un lugar como el que anhela visitar Jordi, reconozco haber sentido un escalofrío y una duda relativa al giro que hubiera podido conllevar semejante odisea interior.
Por fortuna, lo que se plantea ante la cámara es un inteligente y sutil espacio dedicado a la comunicación entre Jordi y Maider y la incomunicación que padece el primero ante el silencio que tanto le atormenta.
A través de una tablilla de letras, el protagonista mantiene un hilo silente de comunicación con un espectador que repasa junto al dedo de Jordi una ruta alfabética que se fusiona con un espacio extraño entre las velas de los peregrinos que recalan en Lourdes en busca de una recuperación física y espiritual.
A título personal, la propia esencia de lo que conlleva Lourdes me obligó a distanciarme de este paisaje pero la poética que emana de la película logra su propósito de guiarnos a través de una frontera en la que confluyen la fe, los sueños y la siempre imperiosa necesidad de comunicarnos. En este territorio de abstracción y de búsqueda iniciática e incluso mística, me resultó inevitable rememorar los pasajes musicales de Mikel Laboa en su rupturista ‘Komunikazioa-Inkomunikazioa’, un tema perfecto para acompañar ese vuelo onírico que la cineasta regala a su interlocutor.