Los jóvenes que escuchen las perlas que regala Jaime Mayor Oreja estas últimas semanas se preguntarán cómo pudo ser ministro del Interior no hace muchos años: en la respuesta hay que incluir necesariamente que era vasco, de Donostia. Sus reflexiones entre la mística y el absurdo solo parecen comparables a las de otro que llevó la misma cartera, Jorge Fernández Díaz, nacido en Valladolid pero criado en Barcelona desde los tres años y con carrera allí. Si se hace memoria de los ministros del Interior más impresentables, no tardará en aparecer otro vasco, José Luis Corcuera, vizcaino de pura cepa aunque naciera en Burgos.
El label explica en gran parte que los actuales cabezas de lista del PSOE en Bizkaia y Araba hayan llegado a presidente del Congreso y portavoz del Gobierno: en Euskal Herria el portugalujo Patxi López es básicamente el advenedizo que llegó a lehendakari por la trampa de la ilegalización y vio pasar la historia en un tren, y la bilbaína Isabel Celaá, una consejera de Educación de aprobado raspado. Al gasteiztarra Alfonso Alonso lo elevó Rajoy a portavoz del PP en el Congreso, pero a la vuelta se ha revelado como lo que es: el responsable del fiasco de quedarse sin diputados en la CAV en abril por vez primera. A su paisano Maroto también lo encumbró Génova por vasco, pero ha acabado en Sotosalbos (Segovia).
Sin haber nacido en Sodupe Rosa Díez nunca hubiera llegado a crear en Madrid un partido llamado UPyD. Sin ser de Amurrio Santiago Abascal no estaría este lunes en el «primer time». A Narcís Serra le lanzó ser barcelonés para alcanzar la vicepresidencia y la cartera de Defensa, como a Josep Piqué ser de Vilanova i la Geltrú para llegar a ministro de Economía, o antes a Carlos Solchaga haber nacido Tafalla (¿qué mejor que un vasco para hacer aquella «reconversión» a lo bestia?). De otro Josep, Borrell, ni hablamos. Rivera empezó a encandilar en Madrid por llamarse Albert; Arrimadas, por hablar un catalán que no se esperaba de alguien nacida en Jerez de la Frontera.
No hace falta ampliar la lista para certificar que venir de las naciones irredentas es un plus para medrar en el páramo jacobino de Madrid. Otra cosa es el camino de vuelta. Que se lo pregunten a Manuel Valls, que soñó con conquistar Barcelona por haber sido primer ministro francés y hoy pena con una concejalía que solo le da para el trapicheo.