Dabid Lazkanoiturburu

Resurge en Irak el fantasma de una tercera guerra civil, esta vez entre chiíes

La invasión y ocupación de Irak por parte de EEUU derivó en una guerra sectaria entre la minoría suní y la mayoría chií en 2006. El Pentágono logró reconducir la situación reclutando y armando a las tribus suníes contra lo que era el germen del ISIS. Tras la guerra civil entre suníes, los acontecimientos en torno a la revuelta popular contra los políticos de Bagdad podrían derivar en otra guerra civil, esta vez entre chiíes.

Manifestación contra el Gobierno de Bagdad en Basora, capital del sur chií de Irak. (Hussein FALEH-AFP)
Manifestación contra el Gobierno de Bagdad en Basora, capital del sur chií de Irak. (Hussein FALEH-AFP)

Los manifestantes antigubernamentales han enterrado en la ciudad santa chií de Najaf a siete compañeros muertos a tiros el jueves cuando un grupo de hombres armados disparó indiscriminadamente contra una manifestación en el centro de la ciudad.

El ataque tuvo lugar en la plaza de Al Sadrain, epicentro de las protestas que comenzaron el 1 de octubre, cuando los manifestantes se enfrentaban a seguidores del clérigo chií Moqtada al-Sadr

Al-Sadr, que al principio se sumó a las protestas contra el Gobierno de Bagdad y el protectorado que de facto ejerce Irán sobre el país árabe, dio un giro de 180 grados en enero tras la muerte por parte de EEUU del general iraní de la Fuerza Al-Quds, Kassem Soleimani.

El clérigo chií hizo un llamamiento a finales del pasado mes a sus partidarios para que desmontaran los campamentos de protesta y pusieran fin a los cierres de colegios y de edificios públicos. Y completó el desmarque respecto a las protestas el pasado fin de semana cuando dio su aval al nombramiento de Mohamed Alawi como primer ministro, rechazado por los manifestantes al considerarlo parte de la casta política.

Desde entonces, los jóvenes manifestantes y los sadristas, que marchaban juntos y compartían objetivos, se enfrentan abiertamente en un diálogo de sordos.

Estos días se han multiplicado los asaltos de los seguidores de Al-Sadr a los campamentos opositores, como ocurrió el miércoles por la noche en Diwaniya, ciudad del sur de Irak convertida en emblema de las protestas.

El pasado lunes, un manifestante murió acuchillado por un grupo de sadristas, identificables por sus gorras azules en Al-Hilla, al sur de Bagdad.

Con todo, no está clara la autoría del ataque mortífero en Najaf. El hecho de que al menos entre los 67 heridos hubiera «gorras azules» arroja dudas sobre el suceso.

Y es que la inmensa mayoría de los 490 muertos y 30.000 heridos en la represión de las protestas han sido atribuidos a las milicias chiíes pro-iraníes de Hachd al-Chaabi, a las que acusan a su vez de decenas y decenas de desapariciones de líderes y portavoces de la revuelta.

La coalición de milicias Hachd al-Chaabi (Multitud Popular) está liderada por el comandante Hadi al-Ameri, hoy diputado en Bagdad y de facto número dos del Ejecutivo.

Tras la masacre de Najaf, los manifestantes en la plaza Tahrir de Bagdad aseguran que «se han caído las máscaras» y acusan a Al-Sadr de seguir la estela de las milicias pro-iraníes.

«Ni Moqtada ni Hadi, nuestro país será libre», es el lema que corean los jóvenes y estudiantes en Diwaniya, con lo que retoman el espíritu inicial de las protestas, que denunciaban el sectarismo, chií, suní y kurdo, que EEUU implantó en plena ocupación y que, al albur de la mayoría demográfica chií y de los acontecimientos de los últimos años, ha permitido a Teherán convertir a Irak en un protectorado político y económico.

Turbulento y versátil

Reacio a comparecer ante los medios y pésimo orador, Moqtada al-Sadr, con el turbante negro que identifica a los descendientes de Mahoma, es capaz de mover el piso a toda la clase política iraquí con un solo tuit, y de movilizar a millones de personas.

Su figura genera una adhesión casi mesiánica entre sus seguidores, capaces de asumir sus mensajes contradictorios. «Si nuestro señor, nuestro comandante Sadr nos dice que vayamos directos al fuego lo hacemos», asegura Nabil, quien levantó el viernes pasado su tienda de campaña de la acampada opositora cuando Al-Sadr ordenó desmarcarse de las protestas y la volvió a montar un día después cuando el mismo líder llamó a volver a secundarlas.

«Diga lo que diga, lo haremos», coincide Nadia Abbas, una mujer de 45 años de Medina al-Sadr, barrio ultrapoblado y ultrapopular de 2 millones de habitantes en el este de Bagdad.

Nacido hace 46 años en Kufa, cerca de Najaf, este hombre de físico imponente, cara redonda y poblada barba negra y descrito como fácilmente colérico por sus más próximos, lidera la formación política más votada en Irak y según algunos recuentos cuenta con hasta 8 millones de seguidores.

Pero debe su ascendiente a su origen familiar. Cuando tenía 7 años, el ex presidente iraquí Saddam Hussein mandó eliminar al primo de su padre y gran pensador chií Mohamed Baker en 1980.

Su padre, Mohamed Sadek Sadr, fundó el primer movimiento político chií en la era de Saddam y murió tiroteado junto a dos de sus hijos en 1999 en Najaf. De aquel movimiento provienen todos los partidos de confesión chií que lucharon contra el régimen baazista y alcanzaron el poder tras el final de la ocupación estadounidense.

Gracias a esa prestigiosa línea dinástica, Moqtada al-Sadr se puso en cabeza de la resistencia chií a la invasión y ocupación. Su milicia, Ejército de El Mahdi, protagonizó dos levantamientos contra los estadounidenses. E incluso un tercero en 2008 contra el Gobierno del entonces primer ministro, Nuri al Maliki, tras el que disolvió oficialmente su milicia, formada por 60.000 hombres y acusada de perpetrar una limpieza étnica total contra la minoría suní de Bagdad durante la guerra civil que enfrentó a ambas confesiones en 2006.

Desde su regreso a primera línea de la política en 2011, Al-Sadr se ha convertido en un verdadero equilibrista.

En 2018, como líder de la primera formación política, Al-Sadr permitió la formación del Gobierno de Adel Abdel Mahdi, quien tuvo que dimitir un año después por las protestas populares apoyadas hasta ahora por los sadristas.

Tras alinearse con Arabia Saudí y liderar un movimiento que se reclama nacionalista iraquí y crítico con el ascendiente iraní, Al-Sadr apareció en setiembre del año pasado al lado del guía supremo iraní, Ali Jamenei, y del desaparecido Soleimani. Fuentes de los servicios secretos aseguran, sin embargo, que habría pedido esa audiencia para implorar protección porque temía ser objeto de un atentado contra su vida.

El penúltimo giro

El movimiento sadrista ha dado el penúltimo giro estos días y parece dispuesto a desmontar unas protestas que apoyó hasta anteayer contra un Gobierno en el que cuenta con varios ministros y contra una clase política de la que forma parte.

No está claro hasta dónde está dispuesto a llegar Al-Sadr contra un movimiento de contestación en el que participan las juventudes sadristas, que no terminan de entender ni de asumir los bandazos de su líder.

Pero los recientes acontecimientos, y la resistencia que muestran unas protestas lideradas por el Irak chií en clave nacional y no sectaria, apuntan a que el país podría estar asomándose al abismo de una guerra civil entre la mayoría de iraquíes que participan de esta confesión, aunque discrepan de su identificación en términos político-religiosos.

Limpieza étnica

Irak sufrió en 2006 una guerra civil entre chiíes y suníes espoleada por la conversión al yihadismo de la resistencia inicial suní contra EEUU. Esa guerra supuso la segregación total de las respectivas poblaciones. Los suníes fueron objeto de una limpieza étnica total y huyeron en masa de Bagdad y lo mismo hicieron los chiíes de Samarra y otras poblaciones al norte de la capital.  

Dos años más tarde, EEUU financió y armó a milicias tribales suníes para que se enfrentaran a los yihadistas del Estado Islámico de Irak (ISI), germen de lo que luego sería el ISIS de Irak y Siria, lo que provocó una segunda guerra civil entre suníes.

Esas milicias (Sawa), que doblegaron al ISIS, fueron abandonadas a su suerte por el Gobierno chií iraquí de turno con el apoyo de Teherán, lo que dejó a los suníes abandonados a su suerte y permitió el resurgir del yihadismo.

La creación del califato del ISIS en 2014 unió a todas las milicias chiíes para acabar con el yihadismo, Dos años después, esas mismas milicias descabezaron al Gobierno autónomo de Kurdistán Sur y le arrebataron Kirkuk tras el referéndum de independencia del enclave.

Ninguneados y anulados suníes iraquíes y kurdos, las formaciones sectarias chiíes se erigieron desde entonces en el único poder en Bagdad, patrocinado, eso sí, por Teherán.

Hasta que, en octubre pasado, un movimiento civil y sobre todo juvenil en Bagdad y en el sur chií de Irak decidió liberarse del yugo de la clase política, y de Irán.

La represión a varias bandas de este movimiento y su capacidad de resistencia auguran nuevos derramamientos de sangre y anticipan el riesgo de una nueva guerra, esta vez entre chiíes.