En su Vistalegre III, Vox arremete contra el 8M y se radicaliza contra la inmigración
Santiago Abascal ha llamado «aquelarre» a la manifestación feminista y ha denunciado una «auténtica invasión» de inmigrantes que «desestabiliza Europa». Además, ha realizado un fuerte llamamientoo a sus votantes para lograr entrar al Parlamento de Gasteiz el 5A.
Vox busca la disrupción y crecer a partir de ella. Por eso, no ha sido casual que su cúpula eligiera justamente el 8 de marzo para su Vistalegre III, el tercer acto en menos de un año y medio que realiza en el estadio ubicado al sur de Madrid. Con visibles lagunas en los extremos de la tribuna y decenas de sillas vacías en la platea, a diferencia de las veces anteriores, el partido ultra no ha logrado colmar de gente su evento, pero sí ha dado una vez más rienda suelta a su arenga contra los colectivos feministas, la inmigración irregular, el «criminal» Gobierno de coalición, los separatistas y los medios de comunicación.
Todos los oradores le han dedicado un poco de furia en sus discursos a la manifestación del 8M. La primera ha sido la presidenta del grupo en la Asamblea de Madrid, Rocío Monasterio, quien ha acusado a las «mujeres del consenso progre» de querer a las políticas de Vox tenerlas metidas «en su aquelarre gritando contra el Estado opresor y defendiendo sus chiringuitos».
Luego, la secretaria general del grupo en el Congreso, Macarena Olona, ha subido la apuesta al decir que «el hombre no viola, viola un violador» y que este 8 de marzo quería dejar claro que «el violador no es el hombre por ser hombre». Y el propio Abascal ha llamado a «decir basta a que la izquierda imponga ideas» y ha fustigado al PP, llamándolo «derecha cobarde, que sigue siéndolo, como lo ha demostrado este 8 de marzo, y aún así les llaman fachas de todas maneras», en referencia a la decisión del partido de Pablo Casado de asistir este año a las movilizaciones por el 8M.
Además de calificar de «locas del odio» a las feministas que lo critican, el líder de Vox ha cuestionado que se constituyera el Ministerio de Igualdad «a la medida de la mujer del vicepresidente (Pablo Iglesias) cuyo objetivo es que las mujeres lleguen solas y borrachas mientras bajan las penas a los violadores», en una referencia velada al proyecto de reforma sobre delitos sexuales.
Abascal ha ironizado con que el líder de Podemos «salió cual macho alfa a defender a su mujer», Irene Montero, a quien ha señalado por estar «más cerca de la corrupción de menores y de la pedofilia que de la educación» por la insistencia de la ministra en la educación sexual primaria, y ha culminado uniendo el tema con el otro leitmotiv de su discurso: los inmigrantes.
Según el reelegido presidente de Vox, desde que gobierna Pedro Sánchez «no han parado de aumentar las violaciones y extranjeros con antecedentes se pasean libremente por la calle mientras las ONG siguen introduciéndolos a mansalva sin control». Abascal ha exigido a Moncloa que aporte «los datos que ocultan» sobre la nacionalidad de los presuntos agresores y ha asegurado que, basado en recopilación de la prensa, el 26% de los agresores son de nacionalidad desconocida y el 50%, extranjeros. La retórica apologista del miedo a la inmigración ha despertado la primera ovación de pie de todo el mitin.
También el portavoz adjunto del grupo, Javier Ortega Smith, ha embestido sin complejos contra la «inmigración ilegal» y ha prometido que luchará «para que las ayudas lleguen primero a los españoles, que primero lo necesitan y primero lo merecen».
Abascal escenifica el giro «trumpista»
El presidente de Vox –cuya candidatura fue proclamada por unanimidad ayer en asamblea a pesar que el disidente interno de su partido en Canarias, Carmelo González, denunció que no le dejaron entrar y que buscará su impugnación– ha elegido el día de hoy para formalizar el giro del relato partidario. Por primera vez, de hecho, no ha habido ninguna mención a la bajada de impuestos en ninguno de los discursos.
Abascal ha cuestionado a los «globalistas» que quieren ceder soberanía y permiten «la entrada de productos extracomunitarios» cuya producción «no respeta el medio ambiente y la hacen trabajadores sin ningún derecho», lo que afecta en competencia desleal «a las pymes y a los campos», y ha reclamado una «economía que proteja a las pymes» y a la industria española.
El exdirigente juvenil del PP vasco aleja así a su partido de planteamientos más liberales en lo económico –aunque en la práctica ha apoyado masivas rebajas impositivas en Madrid y Andalucía para la clase media y alta– e incorpora a su narrativa palabras como «pymes» y guiños a los agricultores locales. Un espejo, en parte al menos, de la retórica del presidente estadounidense, Donald Trump, con la que cosechó el apoyo en las regiones posindustriales de su país de una clase media empobrecida y enfadada.
Lo que no ha cambiado es el ataque a la prensa, especialmente la progresista, a la que descalifica con definiciones como «medios de manipulación absolutamente sectarios, convertidos en máquinas de picar carne y de destrucción de la alternativa», e insiste en sus críticas al Partido Popular por haberlos «entregado en bandeja» al supuesto progresismo. Incluso ha ido más allá al plantear que habría que «dirigirse directamente a los accionistas que están detrás de esos medios», como el «duopolio» de Atresmedia y Mediaset.
Otro gesto hacia el nacionalpopulismo menos liberal ha sido el agradecimiento durante su discurso a la presencia en la platea de un miembro del Gabinete del primer ministro húngaro, Viktor Orban, a quien ha elogiado.
La mira en el País Vasco y Galicia
Además de proferir una cascada de agravios al Gobierno de coalición «socialcomunista», Vox ha hecho hincapié en las elecciones autonómicas del próximo 5 de abril en la CAV y Galiza. Un buen ejemplo de ello ha sido Olona, quien ha lanzado la que tal vez ha sido la frase más dura de la jornada al recordar la «oposición frontal» que realizó el partido ultra contra la decisión del Gobierno de permitir que Pablo Iglesias ponga «sus sucias manos narcocomunistas en el CNI», algo que Vox recurrió. En tono desafiante, ha señalado que participará personalmente en la campaña electoral en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa y ha lanzado el órdago final: «¡Que tiemble el PNV!».
Ortega Smith, por su parte, ha avizorado que Vox «entrará al Parlamento vasco y al gallego» y ha anunciado que en la campaña van a «darlo todo» enfrentando «la opresión del totalitarismo nacionalista» porque está «en juego la libertad». También ha abogado por acabar con el Concierto Económico y ha pedido a los militantes que no dejen ninguna mesa electoral sin control, «vigilando hasta la última papeleta».
Promediado su discurso –el más extenso, de lejos–, Abascal pidió «estar tranquilos» a sus militantes porque «muy pronto» la voz estará en donde todavía no está, como la CAV y Galiza: «Vox tiene mucho que decir en la tierra vasca y la tierra gallega».
En tanto, y según fuentes de prensa del partido, la concurrencia en el Palacio de Vistalegre ha rondado las 9.000 personas, es decir, un 25% menos de las 12.000 que Vox aseguró haber congregar en el acto realizado en el mismo lugar el año pasado. «Lo del coronavirus, seguramente, ha influido», ha comentado a NAIZ uno de los miembros del área de comunicación poco antes del inicio del acto, ya palpitando que los medios se harían eco de las lagunas en las tribunas.
Entre la concurrencia, muchas personas mayores y poca juventud, y un gran despliegue de banderas españolas, de la Cruz de Borgoña, así como de la Guardia Civil y de la Policía. En los momentos previos a los discursos, los vídeos del partido han mostrado los inicios de la formación y también han cuestionado al PP, incitando a los militantes a que gritaran contra «la derechita cobarde».
El acto estaba previsto para las 12 pero ha comenzado con más de media hora de retraso a la espera de que Vistalegre se llenara lo máximo posible. En las inmediaciones se ha visto menos gente y menos entusiasmo que en las ocasiones anteriores. Pero no han faltado los vendedores que han intentado hacer su negocio un domingo con el marketing del españolismo ultra: se vendían las banderas rojigualdas a cinco euros y las bufandas verdes con la marca de Vox a diez euros.