Txisko Fernández
Donostia

Un corto viaje en el Topo hacia una nueva normalidad

La estación de Lugaritz, en Donostia. (Andoni CANELLADA | FOKU)
La estación de Lugaritz, en Donostia. (Andoni CANELLADA | FOKU)

La una y media pasadas. Hora de ir a comer a casa. En los andenes de la estación de Lugaritz de Donostia hay menos gente de la habitual, pero resulta lógico teniendo en cuenta el cierre educativo y que es viernes.

Entro en el vagón y me coloco en uno de los «compartimentos» de cuatro asientos que está vacío. Al otro lado del pasillo, un chaval en la misma situación.

A punto de que arranque el tren, una chica entra corriendo, un poco sofocada. Opta por sentarse en otro de los compartimentos vacíos. Mientras el convoy discurre por el túnel camino de Amara, estornuda un par de veces y se suena las narices.

Nada más que sea reseñable hasta que llegamos a la estación «central» de EuskoTren en Donostia. Aquí, un hombre de unos 30 años entra en el vagón utilizando un mechero para presionar el botón de apertura de la puerta, evitando tocarlo con el dedo.

Se sienta junto a la puerta de enfrente, en uno de los asientos plegables. Es decir, como hemos hecho los demás, tiene un espacio de cuatro para él. Pero, entonces, se sube la cremallera del plumífero hasta taparse la boca. Se cala la gorra que llevaba puesta y, por encima, se coloca la capucha del plumífero. Solo deja libre los ojos y se pone a teclear en el móvil.

Han entrado otras personas que se reparten, más o menos respetando un espacio amplio entre ellas.

Siguiente estación: Anoeta. Tampoco sube mucha gente, pero ya no quedan tantos huecos. Una de las que entran en nuestro vagón es una mujer con una mascarilla de protección, de esas que parecen buenas (tipo FFP2), y se sienta en el mismo «compartimento» que yo. Se pone a leer tranquilamente.

Yo sigo observando cómo se distribuye la gente. Cada vez que la joven sentada detrás estornuda, miro al hombre embozado, a quien ni siquiera le veo los ojos porque sigue centrado en el teléfono y con la cabeza casi entre las piernas.

Me bajo en la siguiente parada. Han sido quince minutos, solo quince minutos, pero me ha quedado claro que, en los próximos días, los viajes de la redacción a casa estarán fuera de la «normalidad». ¿Cuál será la próxima estación?