Dabid Lazkanoiturburu

Joe Biden, el candidato «normal» que asoma e intenta hacerse oir

Confinado en casa desde hace más de un mes y con la amenaza de una acusación por agresión sexual, el candidato Joe Biden tiene grandes dificultades para hacerse oír pese a que cuenta con el apoyo de todo el aparato demócrata, el último el de la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi.

Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)
Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)

«Mientras afrontamos el coronavirus, Joe ha sido la voz de la razón y de la tenacidad, al trazar un camino claro para sacarnos de esta crisis», señaló la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, haciendo una descalificación más que implícita a la gestión del presidente, Donald Trump.

Más de 2.500 legisladores y personalidades demócratas se han alineado ya tras la candidatura de Biden, encabezados por el expresidente Barack Obama.

Este apoyo unánime, inusual en medio de unas primarias y que incluye a su hasta ayer máximo rival, el senador socialista Bernie Sanders, le debería haber permitido acortar la ventaja de un Trump que era ya candidato a su reelección en noviembre tras su llegada a la Casa Blanca hace cuatro años.

La pandemia lo ha dejado todo congelado.

Desde el sótano de su casa en Wilmington (Estado de Delaware), donde ha improvisado un estudio de televisión, el candidato multiplica sus comparecencias y entrevistas.

Pero no puede competir con un presidente omnipresente en los medios e incluso con personalidades al pie del cañón de la crisis como el gobernador demócrata de Nueva York, Andrew Cuomo.

Quizás tampoco le haya venido mal ese ostracismo. Y es que Biden no es precisamente un orador, y lo sabe. En 1987 tuvo que retirarse de la carrera presidencial –volvió a hacerlo a la segunda, en 2008– cuando se descubrió que plagiaba discursos.

En las actuales primarias no han sido pocas las veces en que ha metido la pata y ha trastabillado en los debates, legado de la tartamudez que sufrió de niño.

David Axerold, exitoso estratega político en las campañas de Obama, define a Biden como «un candidato de porcelana». Fragilidad que el aspirante a presidente de EEUU quiere vender como una virtud, la de un «tipo normal», capaz de equivocarse y lejos de esa cohorte de políticos que parecen haber aprendido oratoria en la misma escuela de pago.

Todo ello para vencer a un Trump que podría pagar su sobreexposición, más si sigue mandando consejos como el de inyectarse desinfectante para atajar el coronavirus, y que no termina de ampliar sus apoyos en medio de la crisis.

Pero otro frente acecha a Biden.

Una mujer, Tara Reade, le acusó en un podcast difundido el 25 de marzo de haberle agredido sexualmente en agosto de 1993, cuando era senador y ella trabajaba en su equipo en Washington.

Desde entonces, ella ha repetido sus acusaciones y presentó a principios de abril un informe a la Policía de Washington sin citar el nombre de Biden, según los medios de comunicación.

«Eso no ha pasado, no es verdad», ha desmentido categóricamente la portavoz del candidato, Kate Bedingfield.

Hace un año, Reade y otras mujeres le acusaron de gestos ofensivos y de contactos físicos no solicitados. Biden se disculpó alegando su «empatía» y admitiendo que los estándares han cambiado.

Lo habrán hecho, porque ya en 1991, cuando presidía las audiencias para la nominación del juez del Supremo Clarence Thomas, Biden fue acusado de tratar con condescendencia a una mujer, Anita Hall, que acusaba al aspirante al alto tribunal de acoso sexual.

Una de las voces más oídas del movimiento #MeToo, la actriz Alyssa Milano, que apoya la candidatura de Biden, ha señalado que le «incomodaría que no hubiera una investigación profunda sobre un hombre honorable al que conozco desde hace quince años».

Un affaire que no es la mejor carta de presentación ante el electorado progresista, pese a su compromiso de que, si llega a la Casa Blanca, EEUU tendrá por primera vez una mujer vicepresidenta.

Biden sabe que necesita ese voto para ganar y no lo tiene seguro. El 60% de los votantes de Sanders tiene serias dudas sobre su idoneidad como candidato. El 8% de los que apoyaron al senador por Vermont frente a Hillary Clinton en 2016 votó a Trump en las presidenciales y muchos otros optaron por candidaturas sin posibilidades o por la abstención.

La larga experiencia política de Biden es aquí un problema. Los que desconfían de él no olvidan que votó a favor de la guerra de Irak, de la desregulación bancaria… Le ven como el representante de la deriva elitista en el Partido Demócrata y el affaire de su hijo con la gasera ucraniana, que motivo el fracasado impeachment contra Trump, sigue ahí, amenazante.

Su pragmatismo y su capacidad de tejer consensos con los republicanos –a veces incluso tapándose la nariz– pueden ser un haber en el sistema político estadounidense de contrapesos pero lo ven como un debe todos aquellos que aspiran a una ruptura con el status quo.

Biden y su equipo esperan que la crisis del coronavirus agudice el deseo-añoranza de muchos estadounidenses por la vuelta a la normalidad frente a los sobresaltos de los cuatro años de Trump.

Los analistas recuerdan que las propias primarias demócratas apuntaron claramente en ese sentido al premiar al candidato «normal» frente al «provocador» (Sanders) el «nuevo» (Pette Butigieg) y la «planificadora» (Elizabeth Warren).

Esta tendencia, aún por confirmar, podría allanar el camino a un Biden que presenta a su vez una biografía personal marcada por la pérdida de sus seres más queridos y a la vez por su determinación para sobreponerse y seguir adelante, incluso ante derrotas políticas sonadas como las que ha sufrido en su longeva carrera.

El exvicepresidente de Obama afronta su tercer intento para llegar, ya con 78 años, a la Casa Blanca. Una nueva derrota sería la última.