La falta de precedentes explica y excusa que no haya una regulación al respecto, pero en caso de que se repita algo así, y no apostaría por lo contrario, habría que prohibir que en una misma semana coincidan el final de un estado de alarma y el inicio de una campaña electoral.
Es de sentido común. Cualquier observador neutral, cualquiera de nosotros a principios de año, se echaría las manos a la cabeza si le contaran que después de estar confinada varios meses y con los derechos restringidos como nunca antes, dictaduras al margen, la ciudadanía iba a ser llamada a las urnas de inmediato, sin tiempo siquiera de asimilar lo ocurrido y cuando sigue contando muertos casi todos los días.
No es solo una cuestión sanitaria, no basta con garantizar –a ver quién se fía– que ir a votar no va a suponer un riesgo para la salud. Es que mucha gente todavía está tocada y muchas familias de duelo. Las terrazas están llenas, sí, cómo no van a estarlo. Pero hay temor, aprensión y preocupación, sentimientos lógicos después de una experiencia traumática pero que no deberían guiar el sentido del voto.
¿Quizá sea eso lo que se busca? En la referencial “La doctrina del shock”, Naomi Klein analiza los impactos causados en la psicología social por desastres o contingencias extraordinarias. Habla desde una perspectiva global, de reformas económicas y sociales aprobadas en un contexto de conmoción y confusión, pero sirve el ejemplo para unos comicios. ¿Qué necesita alguien que teme perderlo todo? Seguridad, certidumbre, algo a lo que agarrarse. ¿Y a quién le beneficia ir a las urnas deprisa y corriendo, con la mitad de la sociedad con el susto en el cuerpo y la otra mitad intentando pasar página cuanto antes? Annick Laruelle, profesora de Fundamentos del Análisis Económico y experta en procesos electorales, nos da una pista en un artículo publicado en “The Conversation”, del que nos hicimos eco en estas páginas el 11 de mayo. No hace falta ser un lince para adivinarlo.
Había más opciones; podía haberse dejado reposar la situación, que la gente disfrutara del verano, que aireara el cuerpo y la mente. Podía haberse esperado a que se conocieran las consecuencias de esta crisis para decidir la respuesta con criterio y con tiempo. Sencillamente, podía haberse repetido el calendario de hace cuatro años y poner las elecciones en setiembre. Pero no se ha querido.
El 12J se decide cómo vamos a salir de esto. Yo la única certeza que pido es que no vaya a volver a hacer cola en una mesa electoral cuando todavía no puedo abrazar a mi ama y a mi aita sin miedo.