Existían varios locales que se dedicaban a la venta de txakoli, como el de Culancho, situado en la calle Ansoleaga; el del Sastrico, en Jarauta; el del Cosechero, en San Nicolás, y el de Mientefuerte, en la calle San Lorenzo, número 10, según recoge Javier Laspeñas en su trabajo ‘Pamplona ayer’.
En los sótanos de estos locales estaban ubicados los lagos donde se pisaban las uvas y cuyo jugo era guardado en grandes cubas. Posteriormente era subido a la barra en cubos y servido en jarras de barro. Cada una de ellas costaba cinco céntimos y un litro salía por 25 céntimos.
Como su actividad como establecimientos de venta de txakoli era muy temporal, el resto del año, estos locales se dedicaban a otras actividades complementarias. Por ejemplo, uno de ellos se transformaba en peluquería y donde también se ofrecían clases de guitarra al mismo tiempo. Así, mientras afeitaba a un cliente, el responsable del local dirigía a sus tres o cuatro pupilos, que tocaban con sus instrumentos algún tema conocido de la época.