El encierro vuelve a ser una realidad en un Madrid aturdido hasta el hartazgo
Más de cinco millones de personas vuelven a estar encerradas en sus ciudades en el tercer estado de alarma dictado por el Estado en democracia. Escenas de estrés, angustia e incertidumbre se viven en las terminales de la capital, repletas de policías. Cabreo generalizado y polarización de la gente ante un espectáculo político lamentable.
Dos efectivos de la Policía Nacional reciben la consulta de un joven con un papel en la mano. Se lo enseña y empiezan a debatir. Hay un coche de la PN aparcado en la mismísima puerta sur de la estación de Atocha, la terminal de trenes más importante de toda la península. Se hace visible en el paisaje que acaba de entrar en vigencia el estado de alarma y que la autonomía madrileña ya no rige aquí.
Uno de esos policías, de forma antipática y poco cordial, se niega a dar información a GARA sobre el horario en que les pidieron que comenzara el operativo. Un trabajador de seguridad privada del Cercanías sí quiso comentar a este medio que las decenas de miembros de ese cuerpo policial fueron llegando a la estación entre las 15.00 y las 16.00. Moncloa dispuso un operativo de 7.000 agentes de la Policía y la Guardia Civil para controlar los accesos de entrada y salida de las diez ciudades madrileñas que han sido confinadas.
Ya cerca de las 17.00 había largas colas en la entrada al sector de trenes de larga distancia. Pasajeros de muchas provincias y de todo tipo, con las maletas y los papeles que –ilusionados– esperaban que fueran el salvoconducto para hacer el viaje esperado. Era difícil encontrar madrileños del centro: hay que recordar que de los millones de pasajeros mensuales que pasan por esta estación, muchos son de tránsito, es decir, enlazan ciudades del interior con Madrid y su destino final.
«Esta es una cacicada del Gobierno, una medida dictatorial», dice Paco, de unos 50 años. Preguntado por GARA mientras espera su turno para ser revisado por el policía y poder coger el AVE, no oculta su cabreo. Todos los días entra y sale de la capital estatal porque reside en Puertollano, en la provincia manchega de Ciudad Real. «Hay muchos pueblos de mi comunidad y en otras que están igual de mal que Madrid. Es la incapacidad manifiesta del Gobierno, que solo sabe imponer», opina, aunque admite que «había que adoptar medidas», pero reclama otras formas.
En la otra cola –había dos, atendidas solamente por cuatro policías, mientras la seguridad privada de la estación había sido corrida de su labor tradicional de control–, una joven con cara de angustia le pide por favor que la dejen pasar. Enseña el DNI y se lo permiten. Quienes puedan demostrar que van a sus residencias no tienen problema, aunque se sabe que en Madrid son multitud quienes viven allí pero mantienen su empadronamiento en otras provincias.
Débora está tensa. Le cuenta a GARA que ella vive en Rivas (sureste de la CAM) y se acercó a Atocha para coger el AVE a Valencia a reencontrarse con su novio. Su ciudad no está entre las perimetradas pero un policía le alertó de que esto ya era Madrid y no sabe si iba a poder pasar. «Sí, estoy nerviosa y expectante. Tengo el billete hace mucho tiempo». Sobre la situación que vuelven a padecer los madrileños de a pie, dice que «era de esperar».
«Estoy totalmente de acuerdo con las restricciones, lo que no puedo creer es lo de la Ayuso. Estoy indignada por lo que ha sucedido. Tenían mucha prisa para pasar de fase y no han contratado ni rastreadores. Esto se podría haber evitado», afirma, y ve como algo «lógico» el accionar del Gobierno.
«La paciencia tiene un límite», dijo en rueda de prensa el ministro de Sanidad, Salvador Illa. Vaya si lo saben los madrileños, que en menos de 72 horas vieron transformados sus derechos fundamentales dos veces. El encierro más grande del Estado desde el 22 de junio pasado no era tan palpable, es cierto. El aeropuerto de Barajas, ubicado dentro de los límites de la capital, era un entrar y salir de personas sin control, al igual que las grandes terminales de Atocha y Chamartín.
Pero Moncloa ha elegido una exhibición de autoridad y ha tomado las competencias de seguridad de forma inmediata, visible y contundente. Un efectivo de la Policía Municipal que pidió el anonimato dijo a GARA que hasta ese momento no habían recibido ninguna orden de dar apoyo al nuevo operativo y que «no había cambios» para su labor.
Apenas decretado el estado de alarma, Telemadrid hizo hincapié en reportajes sobre el daño económico de las nuevas medidas, con lógicas quejas de operadores de agencias turísticas que recibían una catarata de reclamos y que ahora deberían enfrentar la devolución de muchas ventas.
Carreteras atestadas a mediodía
El puente del Pilar, el último con un clima benigno hasta 2021 –de hecho las temperaturas descenderán a los 3 grados en el corazón de la meseta castellana la semana que viene– fue truncado también para los muchos habitantes de la capital con segundas residencias. Cerca del mediodía, las carreteras en dirección a las localidades de la Sierra de Guadarrama estaban ya atestadas de coches que en un crudo operativo huida querían aprovechar la demora entre la firma del Consejo de Ministros y la publicación en el Boletín Oficial.
Pero no todas han sido malas noticias para la región. La ciudad de Alcalá de Henares, de casi 200.000 habitantes, ha sido liberada del perímetro. Según Illa, fue por la mejora en sus datos epidemiológicos. Paradojas de la pandemia: algunos de sus vecinos se quejaban por TV de no tener las restricciones por temor a que pronto vuelva a saturarse el sistema.
El duelo Sánchez-Ayuso fue zanjado con la imposición del estado de alarma pero no parece poner un bálsamo para la crispación. A los madrileños que esperaban que este encierro de (como mínimo) dos semanas les trajera un poco de sosiego, el presidente de Vox, Santiago Abascal, ya les quitó la ilusión: este lunes la extrema derecha saldrá a las calles contra «la dictadura». A ajustarse el cinturón, vienen curvas con un 12 de octubre de encierro y agitación.