Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua
Interview
Ramón Barea
Actor y director

«La actitud de los teatreros es de ‘vamos a llegar hasta donde se pueda’»

A sus 71 años, Ramón Barea anda metido en la piel de don Arturo Galván, el patriarca de la compañía que recorre andando los caminos de la posguerra en la emocionante “El viaje a ninguna parte”, de Fernando Fernán Gómez. En tiempos de pandemia, este canto al teatro salta al Arriaga.

Ramón Barea, en el teatro Arriaga.
Ramón Barea, en el teatro Arriaga.

Primero, en 1985, se publicó la novela. El autor, Fernando Fernán Gómez (1921-2007), uno de los grandes del teatro en castellano, dibujó en sus páginas un emocionante homenaje a su profesión, al retratar a una compañía de comedia de la posguerra que recorría los caminos de la península, malviviendo y actuando donde le dejaban. El propio Fernán Gómez la convirtió en serial radiofónico, y luego la dirigió para la pantalla grande. En 1986, arrasó en la primera edición de los Goya: mejor película, mejor director, mejor guión, mejor montaje y mejor maquillaje y peluquería. Le faltó el mejor actor, por aquel Arturo Galván al que el mundo del cine avergonzaba y convencía de que su forma engolada de actuar había pasado a mejor vida.

Hasta ahora, es curioso, esta historia solo había sido llevada una vez al teatro por una compañía profesional. Fue en 2014, en un montaje del Centro Dramático Nacional. Se representó durante algo más de un mes y nunca salió de gira. Cosas de los cambios de política ministerial. Ahora, en una coproducción con el Teatro Fernán Gómez, esta noche el Teatro Arriaga estrena una versión que bien podría parecer, a la vista de sus elementos, un retrato generacional del teatro vasco con los veteranos Ramón Barea e Itziar Lazkano; Patxo Telleria, que es Carlos Galván, el hijo de Arturo en la ficción; Mikel Losada, hijo de Carlos en la obra y alumno de Itziar Lazkano en su día... Las interacciones dan para mucho en este “El viaje a ninguna parte”, cuyo elenco se completa con Irene Bau, Olatz Ganboa, Diego Pérez y Adrián García de los Ojos. Están previstas siete funciones hasta el día 24, y luego, a rodar por las carreteras. Barea no puede quejarse: en 2020, ha actuado en “Shock (el cóndor y el puma)” –montaje teatral dirigido por Andrés Lima–, y en las películas “La boda de Rosa”, “Abuelos” y “Voces”. Mientras, ha seguido con Pabellón 6, un espacio autogestionado e impulsado por las gentes del teatro como él.

Un estreno, en esta situación «rara». Después del padrón del año pasado, se tenía miedo al 2021. No se sabe si va haber teatros donde estrenar, si van a mantenerse las ayudas...

Ese es el anuncio. Calixto Bieito [director artístico del Arriaga] ayer comentaba que en Barcelona han abierto una bolsa de alimentos para gente del mundo del teatro que está en paro total. Y dices, yo soy un privilegiado: estoy actuando aquí, ahora mismo en Pabellón 6 hay dos espectáculos… La actitud de los teatreros que tenemos la suerte de estar trabajando es: vamos a llegar hasta donde se pueda. Entre estar parado o activo hemos optado por esto. Lo que nos ha mantenido es que hacías las funciones y se llenaba medio aforo de la función, tanto de Pabellón 6 como en el espacio de la Compañía Joven. Y se llenaban jueves, viernes, sábado y domingo, porque se hacían más sesiones. Esta ha sido otra apuesta: lo que nos falta de espectadores, compensarlo con más días. Decíamos: vamos a acabar como los cómicos de antes, que hacían dos funciones diarias, cuando quitarlas fue todo un éxito sindical. Ahora, ya hay algunos casos de quienes hacen doble función. En el nuestro, la actitud fue: si esto se corta mañana, porque hay una crisis enorme, pues se para. Lo que sí notamos es que hay un público... no en general, porque tampoco el teatro es algo mayoritario, porque la gente que va es un tanto por ciento muy concreto de la población... pero ese tanto por ciento se ha vuelto más grande, más visible cuando ha acudido a este tipo de cosas. ¿Quienes son?: Gente que quiere ir al teatro, que en el teatro ha encontrado la posibilidad de ir a una sala sin miedo.

Y de salir un poco, de tener la sensación de disfrutar un rato.

Sí, y eso ha funcionado con un público teatrero, al que se lo agradeces mucho. Yo ‘inventé’ una cosa que he visto que la han usado más, que es que somos como un teatro de guardia que atiende a la gente que lo necesita y está abierto: en pequeño, pero está abierto. Un teatro de guardia, porque que no es ni negocio ni nada.

Alguna vez le he oído hablar de que no existía solo una burbuja inmobiliaria, sino también una burbuja cultural: teatros hechos y gestionados con dinero público. Y eso se ha notado ahora, con la pandemia: la falta de iniciativa privada.

Nosotros, en Pabellón 6, por ejemplo, seguramente nos hemos mantenido porque, aún siendo un proyecto ayudado, en lo que tenemos de empresa privada, la apuesta ha sido desde la autogestión. Nuestro potencial es que la sala está creada, está apoyada por dinero público, pero no hemos seguido funcionando porque teníamos un presupuesto que nos cubría, sino porque hemos asumido, como siempre, el riesgo de taquilla. Y luego ves curiosidades: en La Coruña. se sigue organizando teatro. Hace un mes, el teatro equivalente al Arriaga, el Rosalía de Castro, tenía un máximo de 70 espectadores. Una cosa absurda, porque no es rentable. Es dinero público, pero ahí se te plantea un dilema moral. Estuve con “Shock” allí hace dos meses y habían bajado el aforo a treinta personas. El espectáculo es una plataforma giratoria y iba girando la plataforma: tres personas; otra vuelta, y cuatro...

Volviendo a “El viaje a ninguna parte”, coincide que este 2021 es el centenario del nacimiento de Fernando Fernán Gómez. ¿Lo eligieron por ese motivo?

No. Da un poco de vergüenza decir que no sabía en qué año había nacido. Me lo dijo su nieta. Cuando se hizo el primer planteamiento con el Arriaga, me dio miedo porque me parecía que la película es un icono del cine. Es como las zarzuelas, que hay gente que se sabe los trozos de memoria. Como la película marcó tanto, da respeto meterse con ella.

Conoció personalmente a Fernán Gómez cuando protagonizó el Quijote en “Vivir loco, vivir cuerdo”, que él dirigió. En la distancia corta, ¿cómo era?

Mucho más amable. Además yo le conocí en el momento final de su vida, porque murió dos años después. Ya era un Fernando mayor, absolutamente lúcido y divertido, con comentarios siempre muy incisivos. Muy respetuoso con los actores, a nosotros nos parecida que excesivamente… era como un caballero cambiado de siglo. Era una pose, porque él era más canalla pero, por razones de trabajo, tenía esa cosa de: ‘Yo te respeto, me gusta cómo lo haces, pero pienso que podíamos llevarlo con este matiz’. Jamás se enfadó. Llevó los ensayos él mismo. Venía con Emma Cohen y ya estaba muy mal de las piernas, tenía dificultades para moverse. Nosotros pensábamos que Emma Cohen, que estaba pegada a él, iba a estar en los ensayos, incluso que los codirigiría… pero jamás pisó la sala y, cuando se hacía un pase, sí aparecía. Tengo un recuerdo particular de él, que me emociona mucho. Yo era el protagonista y este, en la escena de la muerte, abraza un rayo de luz, que de alguna manera es el ideal de mujer que adoraba... léase, Emma Cohen. En esa escena, Emma lloraba de todas. El reparto me dijo: ‘¿Tú le ves a Fernando durante la muerte?’. Tenía yo un largo monólogo. ‘No le veo’, respondí. Le miro y ¿qué le pasaba en el monólogo? Que estaba haciendo lo mismo que yo, diciendo el texto exactamente igual que yo.

No me extraña que ella llorase.

Era una mezcla de cosas: la muerte rondando, el amor por una mujer, y aquello me llegaba al alma. Pero no fue el Fernán Gómez que te imaginas... aunque sí lo vi de bronca, solo un día, también con una cosa muy bonita, que es que en los ensayos faltaba la silueta del árbol para una de las escenas. Tú veías que de vez en cuando preguntaba por el árbol y este no estaba. Un día: ‘Oye ¿y el árbol?’. ‘No te preocupes’, dice el escenógrafo. Y se levanta, con la dificultad que tenía, y: ‘¡Que soy viejo, pero no idiota!’. Es la única vez que dijo: ‘Se acabó el ensayo y yo me voy a tomar un whisky’. Un silencio, se vació el escenario y alguien le trajo un whisky.