Daniel   Galvalizi
Periodista

Trump se va de la Casa Blanca pero ¿qué ocurrirá con el trumpismo?

La nueva derecha que lidera el presidente saliente congrega a millones de votantes activados y furiosos. El reto de los republicanos, evitar una fractura a favor de un líder que puede volver en 2024. El de Biden, gobernar una sociedad que en parte lo considera ilegítimo.

Trump, con Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln en el monte Rushmore. (Saul LOEB | AFP)
Trump, con Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln en el monte Rushmore. (Saul LOEB | AFP)

Este miércoles se acaba la era Trump. El presidente de Estados Unidos llega a su último día en medio de un escándalo sin precedentes por la insurrección de sus militantes en el Capitolio y la vergüenza internacional que vivió su país. En el medio, además, es el primer mandatario en enfrentar un segundo proceso de impeachment, y de modo inédito al final de su administración. El demócrata Joe Biden tomará juramento sin su antecesor, que anunció, en otro hecho muy poco frecuente, que no acudirá a la tradicional ceremonia en el imponente National Mall de Washington.

¿Pero qué sucederá con Trump y la coalición ecléctica que lo apoya? Esa coalición, desvencijada ahora por el enfrentamiento del líder republicano con algunos medios importantes que lo respaldaban como Fox News y el desmarque de varios legisladores y líderes estaduales con respecto a su figura, perderá algo de peso pero no se desvanecerá y podría convertirse en un factor ineludible de la política estadounidense de los próximos años.

¿Por qué? Porque Trump ha logrado cautivar a decenas de millones de votantes en una relación directa a través de las redes y con un lenguaje insolente y políticamente incorrecto que permeó de manera casi inédita. Otro hito: será el primer presidente en cuatro décadas que estará constitucionalmente habilitado para volver a competir por otro turno presidencial, cuyas primarias comenzarán en tres años.

Por su polémico legado tal vez le vaya a ser muy difícil volver a la Casa Blanca, pero una minoría ruidosa y activa puede darle dolores de cabeza en la gobernabilidad a Biden y especialmente espantar toda regeneración dentro del Partido Republicano, debido a un sistema de partidos abierto con primarias obligatorias y que define sus candidaturas de abajo hacia arriba.

Impeachment: solución o suicidio

El proceso de juicio político in extremis abierto contra Trump y votado por la mayoría demócrata en el Congreso (y apoyado por diez republicanos) es un arma de doble filo. Ante todo, el enjuiciamiento comenzará después de que haya asumido el cargo Biden, por lo que su impacto con la política cotidiana será nulo. Pero sí lo será a futuro.

Según la Constitución norteamericana, la aprobación del impeachment no impedirá que Trump vuelva a competir por la presidencia. Tampoco si el Senado lo encuentra culpable de «incitación a la insurrección», según lo define la acusación de la Cámara baja. Dos tercios de los cien senadores deberían votar a favor de condenarlo y, además, añadir a la sentencia su inhabilitación para todo cargo público. De hecho, según ‘The New York Times’, por temor a esta improbable pero posible variante, algunos consejeros del equipo presidencial han sugerido a Trump que renuncie a su cargo unos pocos días antes de que culmine su mandato para evitar ese riesgo.

Pero si los propios republicanos se pliegan a la embestida demócrata, en algunos estados en las próximas primarias pueden verse castigados por sus electores. Incluso por aquellos que no sean fervientes trumpistas pero sí vean como un regalo demasiado generoso entregar a la izquierda la cabeza de Trump.

A su vez, impedir en la condena –que por ahora nadie apuesta por que salga aprobada– que vuelva a competir bajaría las expectativas en torno su persona y podría perder apoyos. Y sobre todo, impediría que conforme un tercer partido y fracture el voto conservador, siendo funcional a los demócratas con tal de frenar otro liderazgo.

Pero la historia demuestra que los terceros partidos en Estados Unidos no suelen prosperar. La última experiencia fue del populista conservador Ross Perot, que en 1992 obtuvo el 18% de los votos y acabó ayudando a que el demócrata Bill Clinton le ganara a George Bush padre.

«Históricamente los realineamientos políticos fuera de los dos grandes partidos no tienen éxito. Lo que suele ocurrir después de una ruptura es la vuelta a la competición entre demócratas y republicanos, que son el principal clivaje político de los últimos 150 años en Estados Unidos. Esto lo sabe Trump y lo tendría en cuenta a la hora de pensar si rompe el partido», dice a GARA el licenciado en Relaciones Internacionales e investigador del King’s College London, Roy Cobby.

Según Cobby –valenciano hijo de inglés y egresado de la London School of Economics– «es evidente que el trumpismo no desaparece, porque un ala del Partido Republicano ha visto en Trump un buen aglutinador de votos y ha habido un trabajo importante trumpista para asegurarse tener permanencia en instituciones, en muchos foros de discusión y en organizaciones partidarias de formación de candidatos».

Además, señala que por ser un sistema electoral «en el que el ganador se lo lleva todo», al ser circunscripciones uninominales, hay muchas regiones en las que los republicanos «no son un basurero de votos conservadores, como New York o California, sino que los republicanos tienen hegemonía absoluta y se puede elegir [en las primarias] a candidatos trumpistas. Por mucho que los demócratas hayan ganado la presidencia y las dos cámaras, y que se apoyen en el cambio demográfico, la aritmética electoral juega en contra».

Para Cobby, «el arma fundamental del trumpismo será tener capacidad movilizadora en las próximas primarias y en elecciones clave, desde el consejo escolar hasta una gobernación. Si logran mantener esta movilización, será complicado contrarrestar la influencia de Trump y podría hasta volver con más fuerza en 2024».

«Tenemos que tener en cuenta que las encuestas han mostrado sobre lo sucedido en el Capitolio que al menos una mitad del votante potencial republicano ve legítima la ocupación. Es imposible imaginar entonces un proceso de ‘midterms’ (elecciones de mitad de mandato legislativas) sin que la voz de Trump sea fundamental para la victoria, sobre todo en lugares donde el resultado está ajustado. Habrá regiones donde los conservadores tengan cómoda la victoria y allí liberarse de Trump será mas fácil, pero donde haya diferencias cortas, su apoyo será fundamental», señala.

Inestabilidad para rato

Según Cobby, es normal que «algunos republicanos quieran un exorcismo de Trump para eliminarlo de sus coordinadas pero el ciclo electoral estadounidense es muy corto» y después del verano se empezará a pensar en las primarias para las legislativas de 2022. «Trump no sería el primer político que con edad avanzada quiera seguir teniendo influencia. Además de que el destino de sus empresas como negocio está vinculado a su capacidad política. Tampoco sería extraño que impulse la carrera de algunos de sus hijos o su yerno. Creo que es bastante obvio que, de no ser descalificado, intentará entrar en la carrera presidencial de 2024».

Preguntado sobre si el sistema estadounidense puede en la era Biden entrar en un período de mayor sosiego tras los años de crispación, responde: «Es evidente que seguirá la inestabilidad, lo del Capitolio es un síntoma. Se trata del principio de una energía diferente, ya que el trumpismo fuera del poder puede tener más problemático su encaje. Muchos republicanos, de hecho, en forma anónima dejan trascender que su apoyo a Trump se origina en el miedo a los grupos extremistas y a su intimidación. Una vez roto este tabú del Capitolio, la tendencia será incluso mayor porque muchos votantes creen que ha habido una traición al pueblo y a los resultados».

Tampoco puede dejarse pasar un aspecto importante de la influencia remanente del trumpismo: la judicatura. «Si hay un buen trabajo que ha hecho esta administración es haber conseguido no sólo la mayoría conservadora en la Corte Suprema sino en las escalas inferiores, que están copadas por jueces educados y seleccionados por la derecha del viejo Tea Party y ahora trumpista. Una de las maneras más sencillas en las que el trumpismo sin Trump va a continuar existiendo es en el Poder Judicial», afirma Cobby.

De hecho, un informe de septiembre pasado hecho por ‘Financial Times’ detallaba cómo Trump logró imponer 217 jueces en varias instancias, incluyendo 53 magistrados en las poderosas cortes de apelaciones. Se trata de la ratio de nombramientos judiciales más rápida y cuantiosa de cualquier presidente.

En el lado de enfrente, también influirá en la estabilidad la coexistencia entre las alas más progresista y la más centrista de los demócratas. El establishment del partido volcó muchos recursos en candidatos moderados en zonas tradicionalmente republicanas al ver que en las encuestas se acercaban, pero la estrategia acabó sin éxito. Mientras tanto, cuando se construyeron coaliciones urbanas entre distintos grupos culturales de base, hubo éxito, como ocurrió con Georgia. «Los datos demuestran que esta segunda opción, en coaliciones basadas en políticas más concretas como la sanidad o salario mínimo, es la que lidera el camino, aunque el establishment demócrata quiera atraer a republicanos desencantados», subraya Cobby.

La mera existencia del trumpismo provoca una polarización que permite ganar en determinados bastiones conservadores pero a su vez, como se vio en noviembre, moviliza mucho a las bases progresistas. Esta derecha alternativa y populista no tiene incentivos para desaparecer porque el propio sistema estadounidense le da oxígeno. No sólo porque le permite seguir en posiciones estratégicas y ganar primarias, sino porque le otorga, en el partido, en el territorio y en la judicatura, un nada despreciable poder de veto.