Los comicios catalanes llegan con la incertidumbre flotando en el ambiente. No solo ante la posibilidad de que la justicia desconvoque la cita antes del día 8. También la pandemia augura que los niveles de participación –como acaba de suceder en Portugal– quedarán lejos de los registrados a lo largo de la etapa democrática. Más allá de ello, se especula que las urnas dejarán un hemiciclo más fragmentado que el actual, propiciando un nuevo período de inestabilidad en el que, aparte de la ingerencia de los aparatos del Estado, el futuro gobierno se verá obligado a jugar con la geometría variable.
Polos enfrentados
El 14F viene empañado por el coronavirus, pero a efectos políticos, el tablero se prefigura igual de polarizado que el surgido el 21 de diciembre de 2017, cuando a causa de la represión contra los líderes del Procés, la atención estuvo centrada en saber si el independentismo conservaría la mayoría ante un unionismo que buscaba hacerse con el Palau de la Generalitat.
También en estos comicios los dos bloques medirán sus fuerzas, con la diferencia de que los actores han cambiado de estrategia para disputarse la hegemonía en sus propios espacios.
El caso más notable es el del PSC, que con la candidatura de Salvador Illa ha endurecido su discurso españolista para recuperar los votantes que hace cuatro años se fueron a Ciudadanos. Aprovechando el tirón mediático del exministro, los socialistas llegan con la ambición de asaltar la Generalitat para que Catalunya «pase página al Procés» y evite ser gobernada por un ejecutivo que, a su juicio, ha dividido a los catalanes.
A través del eslogan “Illa president” y un programa que rompe el consenso de la inmersión lingüística, el PSC se postula como la fuerza que, gracias a su lealtad con Madrid, permitirá a Catalunya recuperar «la senda del progreso y la concordia con el resto del Estado».
El “efecto Illa” ha sacudido tanto el guión electoral que ERC y Junts buscarán el cuerpo a cuerpo con los socialistas para arrastrar el máximo de sensibilidades que reúne el independentismo. Mientras el partido de Pere Aragonès ha sacado a relucir la idea de “Via àmplia a la independència”, recordando a los líderes que han salido del PSC para abrazar la causa republicana, la formación de Carles Puigdemont exprime el carisma de Laura Borràs mediante el juego dialéctico “Ella o Illa”; es decir, o Borràs o el exministro que, según los últimos balances, peor ha gestionado la pandemia en Europa.
También han dejado de ser monolíticas las recetas sobre el conflicto territorial. Ni en el campo unionista, en el que el PSC ofrece «acuerdo y concordia» en contraposición a un PP que presume de ser «la única alternativa al separatismo y al sanchismo»; ni tampoco entre las fuerzas soberanistas. Mientras ERC plantea un ejecutivo de “frente amplio” integrado por independentistas y autodeterministas –en alusión a Catalunya en Comú– para desbloquear la mesa de diálogo con Madrid, JxCAT ha rescatado un antiguo lema convergente –“Junts per fer, Junts per ser”– para representar la épica que supuso el referéndum del 1 de octubre y mantener el No surrender (“no rendición”) que encumbran Puigdemont y sus consejeros represaliados. Conseguir que el conjunto del independentismo supere el 50% de sufragios sería, especialmente para estos últimos, la llave que abriría la «confrontación definitiva» con el Estado español.
“Outsiders” decisivos
En los márgenes de la parrilla electoral, la CUP y Catalunya en Comú también buscarán ampliar su perímetro de votantes a base de resituar algunas de las ideas-fuerza que les han caracterizado. Así lo pretenden los comunes, que bajo Jessica Albiach esperan sacar rédito a «las lecciones aprendidas con la crisis» y, tras un estimulante «siempre hay una primera vez», mostrarse decisiva mediante una consigna que recuerda al PSC de los años 90: “El canvi que Catalunya mereix”.
En una lógica similar, la izquierda independentista ha abandonado su imagen coral para centrarse en la figura de Dolors Sabater, referente de los movimientos sociales y del progresismo más transformador. “Un nou cicle per guanyar” es el lema escogido por los anticapitalistas, que ante la necesidad de ser útiles en la nueva etapa, enarbolan la bandera del antifascismo –avanzándose a la posible entrada de Vox en el Parlament– y la promesa de un referéndum de autodeterminación para el 2025.
De esta forma empieza una inédita carrera electoral en cuyo epicentro se situará el debate territorial, pero también la pandemia causada por el coronavirus y las posibles alternativas para salir de ella. Con Salvador Illa de protagonista y el espacio independentista en disputa, la polarización está más que servida.