¿Puede realmente ganar Illa?
Catalunya vuelve a las urnas, en esta ocasión, obligada por los tribunales. No es la única paradoja de una cita en la que el aparente empuje de Illa puede alimentar el entendimiento entre soberanistas.
La respuesta rápida a la pregunta que encabeza este texto es muy sencilla: sí. Tendemos a olvidarlo, pero la candidata que más votos obtuvo en las elecciones del 21 de diciembre de 2017 fue Inés Arrimadas, de Ciudadanos. El unionismo, con el apoyo del aparato estatal, valga la redundancia, hizo entonces su apuesta por el partido naranja, pero ahora es el PSC quien recibe los favores del CIS y los tribunales. Illa pisa las mismas alfombras rojas que hace tres años llevaban en volandas a Arrimadas. Otra cosa es que ser el candidato más votado le vaya a servir de algo. ¿Alguien diría que el unionismo ganó las elecciones de 2017?
Igual que en casi todo lo importante últimamente, han sido unos jueces los que han decidido que los catalanes, ahora sí, vayan a votar, después de anular el aplazamiento decretado por el Govern ante la mala situación epidemiológica. No tiene vuelta de hoja, «nos obligan a votar» no parece un gran lema para un soberanismo que basa sus demandas, precisamente, en poder votar sobre su futuro.
Constatar esto no supone ignorar que, efectivamente, los tribunales han favorecido las tesis del PSC, que se opuso al aplazamiento para tratar de aprovechar lo que ya se llamaba ‘efecto Illa’ antes de que conociésemos su candidatura. Es un efecto prefabricado, performativo, de laboratorio; pero es real. Las elecciones, ahora mismo, versan sobre el exministro. «Ella o Illa» dice Laura Borràs.
El efecto existe, pero ¿cuál va a ser?
No está claro, sin embargo, cuál va a ser el efecto. El abanico de posibilidades no es pequeño, dado que, en una pandemia, dos semanas dan para mucho. Si la cita llega con los hospitales saturados y con miles de personas en cuarentena, podría llegar a girarse en contra de los intereses del PSC.
Del mismo modo, está por ver también si de verdad cotiza tan al alza el uso pornográficamente electoralista de un puesto tan sensible actualmente como el de ministro de Sanidad. El silencio de Illa sobre el aplazamiento de las elecciones ha sido elocuente; quizá porque como candidato defiende una cosa, y como ministro de Sanidad debería abogar por la contraria. Si sus oponentes llevan a primer plano estas contradicciones, la jugada puede no ser tan redonda.
Por último, antes de la pandemia, a Illa no se le conocía en Catalunya más carisma que a un perchero. Nunca ha encabezado una lista y está por ver cómo se desempeña como candidato. El talante parsimonioso y sereno que tanto rédito le ha dado en el gallinero de Madrid, por novedoso, no es exclusiva suya en Catalunya. Los únicos que gritan allí son los de Cs, en horas bajas.
De hecho, es este declive de Cs el que garantiza al PSC –con Illa o con Iceta–, un crecimiento importante. Si se hiciesen con la mitad de los 36 escaños de Cs, se situarían con opciones reales de ganar. Está por ver, sin embargo, cuántos escaños van al PSC y cuántos al otro extremo del arco unionista, Vox, cuya entrada al Parlament parece segura.
Que Illa, de carácter nítidamente antindependentista, tenga además que centrar su apuesta electoral en recuperar los votos que se le fueron a Cs puede dificultarle el juego postelectoral. Aunque está por ver hasta qué punto. En política siempre hay cierta distancia entre lo que se dice y lo que se hace, pero en Catalunya está separación puede llegar a medirse en años luz.
¿35 escaños en el Parlament son muchos o pocos?
La transformación del mapa político catalán en la última década ha sido de tal calibre que ganar las elecciones no garantiza nada. En 1999, CiU obtuvo 56 diputados y el PSC 50, casi el 80% de los escaños en juego. El próximo 14F, esos espacios políticos apenas sumarán el 50% de los asientos. Todo depende, hoy en día, de las alianzas posteriores, que durante el procés se han alineado siguiendo el vector nacional.
En este escenario, es probable que la irrupción del PSC como candidato a ganar, con el apoyo del Estado, alimente la confrontación entre los bloques independentista y unionista. Illa alimenta un marco que, paradójicamente, va contra sus opciones de llegar a Palau. De momento, ERC y Junts ya tienen adversario común, lo que puede suavizar el despelleje mutuo que prometían. No es poco.
La «Operación Illa» es una incógnita, pero los efectos colaterales ya están aquí
A ERC le ha cambiado el guion de pies a cabeza. Esperaba hacer una campaña como caballo ganador, como rival a batir, con la centralidad que ello otorga, y va a tener que cambiar los planes, con un candidato, Pere Aragonés, con menos punch que un ficus. El concurso de un Illa a la caza de Cs, por contra, puede favorecer la posición de Junts, que basa su discurso en denunciar que la vía negociadora de ERC es una vía muerta.
Pere Aragonés (ERC), junto a Oriol Junqueras, recién salido de prisión, el viernes. (Lluís GENÉ/AFP)
Con todo, sería una sorpresa –siempre relativa, vistos los antecedentes–, que en la pugna independentista se impusiera el espacio exconvergente, que se presenta dividido, con un PDeCAT al que las encuestas le dan pocas opciones de lograr representación y un Junts en posiciones maximalistas, con una lista electoral elegida por primarias en la que se han colado especímenes de toda clase.
Como ya se ha anticipado, el «efecto Illa», si se confirma, también influirá en el escenario postelectoral, aunque este juego vendrá determinado por la distancia que separe a las tres principales candidaturas. Una victoria del PSC puede hacer más fácil el entendimiento entre independentistas, mientras que una ERC con una ventaja considerable podría verse capaz de ensayar nuevas fórmulas.
En cualquier caso, y aquí la candidatura de Illa puede despistar, en el centro del tablero sigue Esquerra. Si ganase Junts, la única fuerza con la que podría pactar sería ERC. Si ganase el PSC, la posibilidad de que lograse entrar en el Palau sin el concurso de ERC es electoralmente remota –es improbable que el unionismo logre los 68 escaños necesarios– y políticamente muy compleja de articular –en tal caso, necesitaría el apoyo desde Vox a los Comuns–.
Una invitada que nadie quiere mentar
La abstención. Catalunya viene de una espectacular participación del 79% en 2017, por lo que el crecimiento de la abstención va a ser algo normal. La celebración de los comicios en el pico hospitalario de la tercera ola, sin embargo, puede hacer que la participación mengüe más de lo esperado, por mucho que la competencia que la candidatura de Illa ha generado sea un factor movilizador.
Es difícil prever a quién puede beneficiar un crecimiento de la abstención, un peligro que el PSC ya ha confesado que ha querido paliar con la «Operación Illa». De entrada, atendiendo a los manuales de politología y a la abstención diferencial –electores que votan en las estatales y no en las autonómicas–, cabe suponer que una cita al Parlament favorece la participación de los independentistas; más todavía cuando no existe el grado de tensión política que llevó al unionismo a movilizarse como nunca antes en 2017.
Está por ver, sin embargo, si las batallas internas y la falta de dirección clara en el independentismo llevan a algunos de sus electores a la abstención. A esto hay que unir la incógnita sobre la incidencia de la pandemia, que habrá que ver cómo se reparte. La diferencia entre el voto metropolitano y del resto del territorio es muy grande en Catalunya, por lo que si la abstención se repartiese de forma geográficamente desigual, tendría también un impacto considerable en los resultados.
Laura Borràs (Junts), con la imagen de Puigdemont detrás, el viernes. (Joan MATEU/EUROPA PRESS)
Una barrera por superar
Al margen de la Operación Illa, el independentismo tiene el reto de superar el 50% de los votos, en el que el desempeño de la CUP será también importante. Es una barrera que no se ha superado todavía. Si se diese esa abstención del voto unionista –ya ocurrió en la CAV en julio–, podrían tenerlo al alcance de la mano, aunque el potencial movilizador de este reto sería probablemente mayor si los partidos soberanistas acordasen, desde un punto de partida realista, qué implica superar esa barrera. No parece, de momento, que ello vaya a ser posible.