Mosul ha dejado de ser la ciudad del terror donde se decapitaba y torturaba durante el periodo más negro de su milenaria historia. Las banderas negras ya no ondean en sus edificios y calles, que ahora vuelven a estar llenas de vida, pero aún se cierne sobre ella la sombra de haber sido,, entre 2014 y 2017, una de las tres capitales del Estado Islámico (ISIS) junto con Raqqa, en Siria, y Sirte, en Libia.
Todavía se ven los restos de muchos edificios que fueron quemados o reducidos a escombros, como el famoso Hotel Nineveh, primera línea del frente en un momento determinado de la ofensiva contra el ISIS para recuperar Mosul. Antes de 2014 era uno de los más caros y distinguidos de la ciudad, que podía contemplarse en su totalidad desde la azotea. Los yihadistas colgaron en él su bandera negra, que la Golden Division del Ejército iraquí retiró cuando retomó el control. Pero cuatro años después continúa siendo inaccesible al estar «lleno de bombas-trampa y minas», asegura Ossama.
Así era Mosul en aquellos años oscuros, cuando el ISIS abandonaba los edificios que había ocupado dejando tras de sí bombas-trampa en puertas, ventanas, cajones, tablones del piso o hilos invisibles en pasillos, juguetes… Cualquier lugar era bueno para matar por ultima vez. Los carteles que alertan de esos peligros y de otros relacionados con el grupo yihadista aún existen en la ciudad.
En la parte antigua de Mosul se pueden ver negocios levantados sobre cimientos derruidos, impactos de metralla y disparos en paredes y puertas, pero también se observa cómo edificios destruidos empiezan a recobrar el esplendor del que gozaron hace menos de una década, gracias a un proyecto de la Unesco para la reconstrucción de la ciudad.
Al-Nuri, la famosa mezquita desde donde el líder del ISIS, Abu Baqr al-Bagdadi, proclamó el califato, fue convertida en un montón de escombros durante la batalla contra los yihadistas y se encuentra ahora en una fase primaria de su restauración, rodeada de calles transitadas y negocios en los que ya no queda rastro de los sellos que los yihadistas ponían en sus persianas para identificarlos en el pago de impuestos.
También ha desaparecido el mural gigante que mostraba a un ISIS vencedor a las puertas del Vaticano de la ciudad a la que hoy, en el marco de su trigésimo tercer viaje de su Pontificado, llegará el papa Francisco. Pero él no lo hará como vencedor sino como puente de dialogo entre las dos religiones.
La iglesia de Al-Tāhirā
Un símbolo icónico entretejido en la historia de Mosul, la antigua iglesia siríaco-católica de Al-Tāhirā se construyó en 1859 e inauguró en 1862. El templo está ubicado en el corazón de la ciudad vieja, antiguamente rodeada por las murallas otomanas en la orilla occidental del río Tigris, frente a la antigua Nínive. Sus múltiples altares, comedor y dos salas de sacristía la diferenciaban de otras iglesias de la misma época, pero muchas partes de sus arcadas y muros quedaron destruidos en 2017.
Esta es la iglesia que visitará el papa, un templo que sobrevivió al ISIS, pero no a la batalla por Mosul. Apenas son cuatro paredes a cielo abierto. Todas las cruces de las paredes que aún se mantienen en pie fueron destruidas. «Es lo primero que hicieron al llegar», recuerda Halil. Y una de las calles colindantes aún se puede leer: «Prohibido el paso Daula Islamia».
En las casas de Mosul tampoco queda rastro del nun (un semicírculo con una tilde), vigesimoquinta letra del alfabeto árabe que hace referencia a la palabra nazareno. El Corán designa así a los cristianos, kufairs (infieles) para los yihadistas, en un país donde esta comunidad suma alrededor de 300.000 fieles, una quinta parte de los que la integraban en 2003.
El nun fue el segundo aviso de los yihadistas en esta ciudad iraquí. El primero lo lanzaron por el altavoz de los minaretes: «Os convertís al islam o pagáis el impuesto u os marcháis del país». Pasado el plazo fijado, Al-Bagdadi solo les daba la opción de «la espada». Así lo sentenció en su discurso del 4 de julio de 2014 desde el púlpito de Al-Nuri.
«No es contra el papa»
Uno de los efectos colaterales de la visita del pontífice a Irak es la reactivación de las protestas que sacudieron Irak a finales del año pasado. Gaith, uno de los que organizadores de aquellas, asegura que «no es contra el papa, es porque ahora Irak centra la atención con esta visita, y así podemos difundirlo».
La plaza Tahrir de Bagdad, donde antes estaban las tiendas de campaña, está ahora ocupada de forma permanente por soldados desplegados a lo largo de la vía principal para evitar que los manifestantes puedan tomarla de nuevo, algo que han intentado en diversas ocasiones y no solo en la capital, sino también en otras ciudades como Naseriya, Basora, Diwaniyah o Amara.