Las impactantes imágenes televisadas de una horda en la ciudad de Bat Yam que sacó a un palestino de su vehículo, lo tiró al suelo, lo linchó y siguió golpeándolo cuando yacía ya inconsciente dieron el miércoles una idea del nivel de enfrentamiento que se ha extendido por las ciudades de Israel con población palestina.
Paralelamente a la ofensiva israelí sobre Gaza, que ha provocado ya más de cien muertos y ha devastado centenares de edificios, la violencia ha llegado a niveles no vistos en décadas en estas ciudades.
Casi a la vez que el suceso de Bat Yam, en Acre, un docente de escuela, judío de 37 años, fue atacado por un grupo de manifestantes palestinos.
Ambos se encuentran en estado crítico, al igual que otros dos hombres, uno judío y otro árabe, que se encuentran en grave estado tras ser apuñalados en las ciudades de Lod y Jerusalén respectivamente.
«Guerra civil»
La ciudad de Lod, con un 40% de población palestina, ha sido una de las que ha concentrado los mayores incidentes, incluso después de que el Gobierno israelí declarada el estado de emergencia.
El alcalde afirmó que la ciudad se encuentra «al borde de la guerra civil», pero la situación se extiende a otras localidades como, Haifa, Jerusalén, Acre o Ramla.
Apuñalamientos, quema de vehículos, enfrentamientos, allanamientos de viviendas, sinagogas incendiadas...
Israel ha optado por la militarización para intentar frenar la escalada de enfrentamientos. Al menos 10 brigadas de la Policía fronteriza se han desplazado a estas ciudades.
El Primer Ministro israelí en funciones, Benjamin Netanyahu, se dirigió a ellos en Lod afirmando que actúen con contundencia y sin temor a sanciones: «tienen todo nuestro respaldo, no tengan miedo de las comisiones de investigación».
«El mayor peligro que afronta el país»
Netanyahu advirtió de que esta violencia en las ciudades de Israel «es el mayor peligro» que afronta el país, superior a los ataques desde Gaza, y el presidente del país, Reuven Rivlin, también aseguró que «una guerra civil sería más peligrosa para nuestra existencia que todas las amenazas exteriores».
Las protestas de la población palestina de estas ciudades contra la ocupación policial de la mezquita de Al-Aqsa y contra la expulsión de palestinos de sus hogares en Jerusalén Este reactivaron la hostilidad que de forma larvada ha ido aumentando entre la población judía hacia la comunidad palestina.
Como reacción a las manifestaciones, grupos de judíos ultras salieron a las calles a quemar comercios y vehículos y atacar a los palestinos al grito de «Muerte a los árabes», en verdaderos pogromos que han llegado a asaltar casas y señalar viviendas.
Racismo creciente en la sociedad y el Gobierno
La respuesta sionista no es casual, sino que responde a una hostilidad creciente en los últimos años, alimentada por la derechización de la sociedad y la políica israelíes, y amparada por las políticas de los Gobiernos de Tel Aviv.
Ya el pasado 22 de abril, antes de que cayeran las bombas sobre Gaza, tuvo lugar en Jerusalén una marcha convocada por la organización judía de extrema derecha Lehava, un movimiento que pide la segregación, especialmente con la oposición a matrimonios interreligioso. Marcharon con gritos de «muerte a los árabes».
La denominada comunidad palestina «de 1948» es la que no huyó ni fue expulsada en sus hogares tras la creación del Estado de Israel –la «Nakba», que expulsó a más de 750.000 palestinos de sus tierras– y sus descendientes.
Poseen ciudadanía israelí, votan en las elecciones pero también tienen una historia de persecución. Viven bajo leyes discriminatorias en un Estado que declara su «naturaleza judía».
Estas alimentan el racismo contra ellos en una sociedad judía que, a su vez, presiona al Gobierno para aumentar la exclusión.
Según una encuesta del centro de investigaciones Madar, con sede en Ramala, el 42% de los judíos israelíes quieren que el Gobierno aliente a los ciudadanos árabes a abandonar el país.
Decenas de leyes, de forma directa o velada, limitan derechos de participación política, propiedad, educación, salud o religiosos y la tercera generación post-Nakba ha comprobado que Israel no les permite vivir en condiciones de igualdad. Ahora empiezan además a sufrir las condiciones que expulsaron a sus abuelos.
La crisis política
A este contexto se añade el factor político. Benjamin Netanyahu se encuentra envuelto en una larga crisis política que pone en riesgo su continuidad en el poder. Tras las últimas elecciones, las cuartas en dos años, no ha conseguido formar gobierno y sigue enjuiciado por tres delitos de corrupción.
Era el turno de la oposición del partido Yesh Atid del laico Yair Lapid, que comenzó la difícil tarea de conponer una alternativa de Gobierno, para la que tenía que encajar piezas muy diversas, como la formación de derechas Yamina, de Naftali Bennett, y el apoyo de los diputados de la Lista Árabe.
Pero la actual crisis ha hecho saltar por los aires esta posibilidad después. La Lista Árabe ha suspendido las negociaciones por el ataque israelí y, aunque la situación, se calme, será aún más difícil unir las piezas.
Por su parte, Netanyahu se presenta como la única alternaiva y el «hombre fuerte» para seguir gobernando frente a la «amenaza palestina» o para forzar unas quintas elecciones. Vía libre para seguir en el poder.