Joaquín Beltrán no era trabajador de Verter Recycling sino de una pequeña empresa, prácticamente familiar, que llevaba su nombre. Era el jefe de la misma pero también el que se montaba en la retroexcavadora. Y desde ahí barruntó perfectamente la catástrofe que podía producirse.
Lo hizo días antes, cuando aparecieron grietas, pero también segundos antes, cuando notó que la tierra se movió bajo los pies. Los informes llegados al Juzgado de Durango van confirmando que el desastre se vio venir en los días precedentes sin que llegaran a tomarse medidas efectivas.
Nacido hace 51 años en una familia procedente de Málaga pero asentada en Euskal Herria, Beltrán había echado raíces en Zalla, desde donde cada día se desplazaba a Zaldibar, cruzando Bizkaia.
Era el mayor de ocho hermanos, uno de los cuales, Txisko, trabajaba también en la empresa y estaba aquel día en el vertedero de la tragedia. Ha participado en las labores de búsqueda, en estos meses terribles. Igual que su hermano reveló lo que podía producir la sobreexplotación, Txisko Beltrán ha puesto el dedo en la llaga de la descoordinación y la falta de empatía, sobre todo en los primeros días.
La relación de los Beltrán y la Administración Urkullu ha sido tensa. A la familia no le gustó nada que en una declaración oficial del Ejecutivo se situara la responsabilidad en Verter Recycling pero se citara también a Excavaciones y Construcciones Beltrán.
Antes, en marzo del pasado año la familia ya emitió un comunicado en el que negaba que hubiera acompañado a Urkullu a Zaldibar y revelaba que el director de Comunicación de Lakua les había instado a tener «mucho cuidado con lo que decís en los medios».