Según ciertas lecturas en medios de comunicación, las elecciones regionales y departamentales del pasado domingo eran en gran medida un calentamiento para la revancha anticipada entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen en las presidenciales del próximo año. Parecía un guion escrito. Un neoliberal ni de izquierdas ni de derechas frente a la ultraderecha; ni la izquierda ni la derecha gaullista, nada más aparecía en el radar.
Visto así, en esos términos, los resultados han mostrado otra cosa. Macron y Le Pen, ambos fracasan y son los grandes perdedores de estas elecciones. Ni Le Pen logra hacerse con ninguna región ni con sus resortes de poder, ni siquiera en Provence-Alpes-Côte d'Azur. Su oportunidad para demostrar sus credenciales como partido de poder digno de confianza ha desaparecido y no son descartables que surjan voces ante una líder que consideran que se ha «ablandado». Pero tampoco La République en Marche de Macron echa raíces en el terreno: no logra establecerse localmente, ni siquiera puede decirse que sea realmente un partido.
Por contra, el gaullismo conservador agrupado en Les Républicains, que revalidó todas sus plazas, ha demostrado que es posible resistir a Macron sin hacerle el juego a Le Pen. Ni los «viejos» partidos han muerto, ni el «efecto Macron» que arrasó en 2017 ha fagocitado al gaullismo conservador. Y de hecho, Xavier Bertrand, reelegido con claridad en la región norteña de Hauts-de-France, donde la ultraderecha obtuvo un 40% en 2015, ya se proyecta oficialmente como candidato presidencial. Macron-Le Pen-Bertrand, no ya los dos contendientes, ni siquiera se sabe el que representaría a la derecha frente a la izquierda como hipótesis.
Una izquierda que, aunque dividida e irreconciliable en algunas regiones, ha demostrado que unida tiene opciones reales –ha reeditado las cinco regiones que gobernaba–. Una izquierda que, si juega sus cartas y hace sus deberes, podría forzar que las presidenciales de 2022 se decidieran entre un candidato de la derecha y uno de la izquierda, que no se convirtiera en una contienda entre candidatos de la derecha, sea el duelo Macron-Le Pen, Bertrand-Le Pen o Macron-Bertrand.
Posición de vulnerabilidad
Otra lección que nos dejan estas elecciones es que todos los gobernantes han sido reelegidos. Ni voto de castigo ni vuelco electoral, todos los mandatarios han ganado. No es que los franceses ya no tengan ganas de derrocar al poder, pero tampoco ha funcionado la obsesión por desalojar. No es, quizá, que se hayan premiado los méritos en la gestión, pero todos han ganado sin excepción.
Macron, indiferente a los pésimos resultados de su partido, puede sentirse protegido en ese «premio al poder», agazapado en las encuestas que le son favorables, seguro de que la carrera presidencial es un asunto muy diferente de unas elecciones regionales.
Pero el malestar social y el sentimiento anti-París y antisistema que se manifestó con aquellos chalecos amarillos está muy vivo y espera su oportunidad para morder. El partido de Macron, mayoritario en la Asamble Nacional, está desorganizado, no tiene base territorial. Se vio en las elecciones europeas, y en las municipales, y en estas también. Ya humillado en la primera vuelta, ha visto a sus pocos candidatos en la segunda ser duramente golpeados.
Macron toma nota pero no hará nada salvo hacer dimitir a algún ministro discreto. Desde el domingo, su posición es mucho más vulnerable.
Simeoni gana con solvencia a pesar de la división nacionalista
No es ganar de calle, pero la reelección de Gilles Simeoni ha sido incontestable. Sin los aliados nacionalistas con los que gobierna la isla desde 2015, el presidente del Consejo Ejecutivo ha ganado la segunda vuelta con un 40,6% de los votos, frente al líder de la derecha y exalcalde de Aiacciu, Laurent Marcangeli (32%). La lista de Fà Populu Inseme obtiene la mayoría absoluta en la Asamblea de Corsica. En tercer lugar se sitúa la lista nacionalista de Jean-Christophe Angelini, alcalde de Porto-Vecchio, con un 15%; le sigue la de Paul-Félix Benedetti (12,3%). Con una participación del 58,9%, récord a nivel estatal, los nacionalistas, aun divididos, reafirman su hegemonía. Y Simeoni, a pesar de una gestión discutida, incluso en su propio campo, ratifica su condición de líder de la isla.M. Z.