Aritz Intxusta
Redactor de actualidad

San Jerónimo y los límites de la vacunación en residencias

La residencia de Lizarra que logró blindarse en la primera ola gracias a que los cuidadores se confinaron dentro sufre ahora un brote con un tercio de los residentes infectados. Hay un muerto, pero para la mayoría el covid parece haberse convertido «en una tos».

Residencia San Jerónimo, en Lizarra. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)
Residencia San Jerónimo, en Lizarra. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)

Muchos se acordarán. El confinamiento no llevaba ni dos semanas activo y la televisión era la principal ventana a un exterior que aterraba. Los periodistas buscaban por todas partes historias que llevaran esperanza a los búnkeres que teníamos por casa. Y una de las mejores historias la encontraron en la residencia San Jerónimo de Lizarra. Salieron hasta en la sopa y con razón. Resultaba emocionante y motivador escuchar cómo quince trabajadores se habían encerrado con aquellos ancianos para no meterles el virus adentro.

Aquello fue un chute de solidaridad necesario, entre otras cosas, porque en el corte siguiente del telediario entraba otra noticia de otra residencia convertida en el infierno. En San Jerónimo se encerraron el 23 de marzo, cuando esos infiernos prácticamente solo se daban en Madrid y aún se describían con horror y detalle. Antes, por tanto, de que la pandemia pasara a un parte de muertos diario lanzado en una cifra seca.

Los trabajadores salieron de la residencia el 26 de abril después de 35 días de confinamiento solidario que salvó a los ancianos de la primera ola. Al quedarse solos, los 70 residentes celebraron un referéndum para mantenerse confinados o empezar a salir. Votaron confinarse. Poco después, se decretó que todas las residencias cerraran sus puertas. Con ese segundo encierro prolongado forzosamente libraron la segunda y hasta la tercera ola –¿alguien sabe cuántas olas van ya?–. Después de las navidades, absolutamente todos los ancianos se vacunaron.

El virus por fin logra entrar

El pasado día 26 de julio, un hombre de 96 años residente en San Jerónimo e inmunodeprimido por otra enfermedad muy grave, empezó a vomitar ostentosamente. El primer médico que lo vio creyó que era un ictus. No fue hasta el día siguiente, cuando el cuadro del anciano se agravó y volvió a verle otro facultativo, cuando sospecharon que había algo más, quizás una enfermedad respiratoria. Le hicieron los antígenos. Positivo: el maldito virus había entrado.

Aquel anciano con salud tan delicada ha fallecido esta semana. Es la primera víctima que se cobra el covid en San Jerónimo. Desde entonces, el goteo de positivos ha sido constante, principalmente en los ancianos, pero también en trabajadores. El viernes había 26 positivos de 70 residentes.

Entre los trabajadores –con un 90% de vacunados (la inmunización no es completa por las sustituciones de verano, no porque el personal fuera refractario)– se han contabilizado 10 casos sobre una plantilla de 50. Destacan, entre esos 10 positivos, varios que atendieron al primer anciano. En la residencia piensan que se infectaron porque no pudieron protegerse lo suficiente. Bastan los virus que lleva un soplo de aire para generar un contagio, y la concentración vírica de en un vómito es mucho mayor.

«Fue un bajón anímico para la plantilla esos primeros cuatro o cinco positivos que atendieron al primer enfermo», confiesa David Cabrero, el director de la residencia. Es comprensible que, para él, estos resulten días ciertamente difíciles. Su paciencia con este medio es de agradecer públicamente. «Te lo cuento por la transparencia. En su día contamos la historia en muchos medios y tenemos que ser transparentes con lo bueno y lo malo. Si ha de saberse, que se sepa de primera mano. Quiero que no se tergiverse y dar la cara. Igual que hemos salido como ejemplo, creo que ahora toca dar la cara».

El segundo positivo entre los residentes fue otro anciano al que vieron más torpón la misma tarde del día 27. Pronto se dieron cuenta de que el virus había saltado del primer grupo en los que tienen sectorizada la residencia para evitar un contagio total. Varias PCR masivas a todos los residentes han servido para dar con los 26 casos actuales

Este brote tan tardío les ha obligado a implementar un segundo plan de seguridad y aislar a los positivos en varias viviendas que tienen anejas al complejo, donde otros usuarios de la residencia llevan vidas semiautónomas.

Lo han podido hacer, de nuevo, gracias a la solidaridad. Varios residentes que viven en esas viviendas se han marchado a un hostal para que los infectados puedan usarlas un tiempo. De este modo, ya no tienen por qué pasar la infección en soledad encerrados en una habitación. Porque, y aquí está lo fundamental, la mayoría de contagiados se encuentra bien de salud. El coronavirus parece haberse convertido en una tos y no requieren siquiera que se les monitorice la saturación de oxígeno en sangre.

A pesar de todo, el coronavirus convertido en una tos puede llevarse a alguien por delante, como por desgracia ha ocurrido con el fallecido de 96 años. Además, hay otros dos casos de covid grave que han obligado a trasladar a dos usuarias al hospital. La primera de ellas evoluciona favorablemente tras más de una semana y en San Jerónimo esperan tenerla de vuelta la pronto.

«Te diría que la mayoría no tienen miedo al virus –asegura el director de San Jerónimo–. Han visto cómo la mayoría están llevando la enfermedad bien. Eso no quiere decir que no tengan en absoluto miedo al virus, pero manifiestan más miedo a contagiar a otros que a pasar ellos la enfermedad. Quieren cuidarse los unos a los otros».

Toca ser prudentes, ver cómo evolucionan los casos activos y dar al brote por agotado, porque en ejemplos extremos como el de San Jerónimo se verán los límites de las vacunas. Por de pronto, en Lizarra están pasando malos días, pero no el horror que causó el virus en residencias sin vacunar.

La gesta de los 35 días sigue siendo inapelable, aunque el virus haya dejado los finales absolutamente felices para los cuentos.