Los talibanes vuelven a ganar, Afganistán siempre pierde
El mulah Abdul Ghani Baradar, jefe de la oficina política talibán en Qatar, ha declarado el fin de la guerra de Afganistán y la victoria militar total del movimiento rigorista del país centroasiático, un triunfo cantado pero inesperado por su rapidez y que se completó ayer con la huida del presidente títere, Ashraf Ghani, y la toma sin resistencia de la capital, Kabul.
«Hemos alcanzado una victoria que no se esperaba (...) debemos mostrar humildad ante Alah», ha loado el portavoz islamista en la primera declaración pública de un líder talibán tras la reconquista del país.
En el primer día en Afganistán bajo control talibán desde que fueran expulsados del poder por la invasión estadounidense en 2001, Baradar ha utilizado un tono humilde y circunspecto al augurar que «estamos ante el momento de la prueba».
«Ahora se trata de cómo servimos y protegemos a nuestra gente, y de cómo aseguramos su futuro, para ofrecer una buena vida lo mejor que podamos», ha añadido Baradar, cofundador del movimiento talibán junto con el mulah Omar, mientras los guerrilleros patrullan las calles de la ciudad.
Por de pronto, el movimiento talibán ha prometido devolver la seguridad a un país desangrado por 40 años de ocupaciones militares y guerras y anegado por la corrupción de sus «señores de la guerra».
«El Emirato Islámico (como se autodenominan los talibanes) ha ordenado a sus muyahidines y una vez más reitera que nadie puede entrar en la casa de nadie sin permiso. La vida, la propiedad y el honor de nadie serán dañados, estos deben ser protegidos», ha advertido en Twitter el portavoz talibán Suhail Saheen.
Esa misma promesa les llevó al poder en 1996, cuando Afganistán estaba hundido en una guerra civil y de rapiña que siguió a la salida del país de los ocupantes soviéticos.
Pero si entonces los talibán necesitaron dos años de ofensiva, apoyada sin ambages por Pakistán, para entrar en Kabul, esta vez les han bastado diez días, en medio de la anunciada retirada estadounidense y en plena desbandada del «Ejército afgano» y del gobierno títere instaurado por EEUU.
Pocos dudan de que los talibanes aplicarán mano dura para instaurar y mantener su orden. El temor, por no decir la evidencia, es que reinstauren el orden islamista rigorista deobandí que convirtió en un purgatorio de burkas, prohibiciones y miedo la vida del ya atribulado país, sobre todo de las afganas.
No parece que el futuro de estas esté entre las primeras preocupaciones de un Occidente que se bate en vergonzosa retirada. Tampoco en las de China, cuyo ministro de Exteriores, Wang Yi, recibía en Pekín con todos los honores al propio Baradar días antes del inicio de la ¿Blitzkrieg? (Guerra Relámpago) talibán.
A China lo único que le preocupa es que los talibanes apoyen y den alas a grupos armados de corte islamista-yihadista contra la colonización y la represión por parte de Pekín de la etnia uigur en Xinjiang (el histórico Turkestán Oriental).
Los talibanes habrían dado garantías a China de que no frenarán ni obstaculizarán la expansión del gigantesco proyecto de nueva Ruta de la Seda.
También Rusia quiere garantías de que los talibanes no mueven su patio trasero en las repúblicas centroasiáticas de Uzbekistán y Tayikistán, sobre todo en el inestable y estratégico valle de Fergana.
El Kremlin ha anunciado que el embajador ruso en Kabul, Dmitri Jirnov, se va a reunir mañana martes mismo con el nuevo poder talibán.
Pese a que se ha erigido, tanto en el Cáucaso Norte como en Oriente Medio (Siria, Libia..) como el ariete mundial contra el islamismo-yihadismo, Moscú no ha tenido problemas, en los últimos años, para entablar relaciones, e incluso proporcionar ayuda logística, y militar, a los talibanes en su guerra contra el ocupante estadounidense.
Rusia no olvida el apoyo entusiasta de EEUU a los muyahidines afganos durante la guerra contra la ocupación soviética y saborea, 40 años más tarde y con una indisimulada sonrisa, su venganza.
Tampoco le preocupa al actual poder ruso la suerte de las afganas y busca, como Pekín, garantías de que los talibanes no se conviertan otra vez en refugio-ejemplo para yihadistas.
Al punto de que Rusia está dispuesta a reconocer al nuevo poder en Afganistán. «El reconocimiento o no dependerá de las actuaciones del nuevo régimen», ha señalado el portavoz del Kremlin, Zamir Kaboulov.
Hay quien apunta a que los talibán no cometerán el mismo error de amparar, aludiendo a la tradicional hospitalidad islámica, a grupos como Al Qaeda. Su política de fronteras para adentro es otro cantar.
La biografía de los nuevos liderazgos talibanes no abona precisamente el optimismo. Tanto Baradar como el máximo líder talibán, Haibatullah Akhundzada, son mulahs (equivalente a ulema o experto en el Corán y la jurisprudencia islámica). Este último fue nombrado «emir de los creyentes» en 2016 y fue inmediatamente reconocido como tal por el líder de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri.
Akhundzada fue elegido con la misión de recoser las fracturas del movimiento talibán tras la muerte de su predecesor, Mansur, por un dron estadounidense en Pakistán, y la revelación entonces de que el fundador, mulah Omar, había muerto de enfermedad tres años antes, en 2013.
Con su hijo, el mulah Yaqoub, como jefe, más simbólico que real, de la estratégica comisión militar talibán, cobra relevancia el papel del número dos del movimiento, Sirajuddin Haqqani.
Jefe de la red del mismo nombre e hijo del histórico muyaihidin contra los soviéticos Jalaluddin Haqqani, el número dos talibán no ha ocultado nunca sus lazos con Al Qaeda en sus feudos del este de Afganistán.
Por contra, Baradar, una suerte de ministro de Exteriores talibán, es percibido como más moderado y en 2001 lideró una iniciativa para reconocer al Gobierno de Kabul, plan que fracasó por una mezcla de arrogancia ocupante estadounidense junto con la negativa de los señores de la guerra aupados al poder a negociar con los derrotados talibanes.
Baradar, jefe militar desde entonces de la resistencia, fue detenido en 2010 en Pakistán y excarcelado en 2018 por presiones de EEUU. Desde entonces ha encabezado la delegación negociadora talibán y ha sido el artífice del acuerdo por el que Washington se aseguraba su retirada sin ser atacado.
Porque EEUU, como Rusia y China, negoció, negocia y negociará con los talibanes. Y no parece, más allá de que el movimiento talibán es todo menos monolítico, que la agenda del sufrido pueblo afgano vaya a estar alguna vez encima de la mesa.