En lo que va de año, hasta mediados de agosto, alrededor de 50.000 migrantes han cruzado la frontera entre Colombia y Panamá, la misma cantidad que en los últimos cuatro años juntos, huyendo de la crisis generada por el covid-19, la pobreza y la violencia en sus países de origen.
La situación amenaza con desbordar los centros de atención que las autoridades panameñas han instalado para brindar atención a quienes atraviesan desde territorio colombiano la inhóspita y peligrosa selva del Darién, convertida en un auténtico corredor para la migración irregular.
El pasado 6 de agosto, delegaciones encabezadas por las ministras de Exteriores de Colombia, Marta Lucía Ramírez, y Panamá, Érika Mouynes, se reunieron en la localidad panameña de Nicanor, en la provincia que también lleva el nombre de Darién.
En este encuentro, los dos países llegaron a un acuerdo sobre «dos puntos muy importantes»: el número de migrantes que llegan a la zona y el intercambio de información. «Para nosotros son imprescindibles tener estos dos elementos para poder mantener un flujo controlado», subrayó entonces Mouynes.
Tanto Colombia como Panamá han pedido ayuda internacional, incluido Estados Unidos, para afrontar esta crisis migratoria. «Debemos integrarnos entre nosotros, pero también con Estados Unidos. Este es nuestro continente y lo que pase en la Patagonia o en Alaska nos afecta a todos», afirmó Ramírez.
Ríos caudalosos, animales salvajes y traficantes de personas
Miles de migrantes, entre ellos muchos menores de edad y mujeres embarazadas, aguardaban en el puerto de Necoclí, en el Caribe colombiano, las embarcaciones que los lleven hasta la frontera con Panamá para atravesar el Darién.
Este corredor selvático de 266 kilómetros entre Colombia y Panamá se ha convertido en paso obligado para la inmigración irregular que desde Sudamérica y el Caribe trata de llegar hasta México, Estados Unidos y Canadá.
Los migrantes cruzan la jungla, una superficie de 575.000 hectáreas, pese a que no hay vías de comunicación terrestres y deben enfrentarse a grupos criminales que trafican con las personas, ríos caudalosos y animales salvajes.
«El crimen organizando, viendo este efecto de la migración, trata de sacar provecho», por lo que «vamos hacer más planes de seguridad» con intercambio de información de inteligencia, indicó el ministro panameño de Seguridad, Juan Pino.
«Darién es muy inmenso, tiene muchas trochas y caminos, y estamos tratando de hacer todo lo posible para tener un flujo controlado, rápido y seguro«, añadió Pino.
En una década, más de 150.000 ‘peregrinos’
Según datos oficiales, en la última década más de 150.000 personas cruzaron el Darién. Aunque la pandemia ha reducido mucho el tránsito, en 2021 se ha vuelto a disparar. Y en lo que va de año han cruzado la frontera 49.000 personas, en su gran mayoría procedentes de Haití y de Cuba, aunque también hay quienes llegan desde Asia o de África.
Tras cruzar la selva, los migrantes son atendidos en campamentos instalados por el Gobierno panameño, que les ofrece atención y ayuda humanitaria junto a la ONU y otras organizaciones internacionales. Pero una hipotética llegada masiva pondría colapsar estos centros.
«Evidentemente es un número que podría impactar la capacidad de las estaciones de recepción migratoria, que definitivamente no tienen esa cobertura», advierte a AFP Santiago Paz, jefe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Panamá.
En la época de lluvias, más riesgos
Los expertos resaltan que antes de la pandemia los migrantes atravesaban Panamá durante la temporada seca (usualmente entre diciembre y abril), debido a que las condiciones climáticas hacen menos dificultoso cruzar la selva. Pero ahora, desesperados por la pandemia, la pobreza y la violencia, realizan la travesía en cualquier época del año.
«Sabemos que la pandemia impactó de manera muy seria a toda la población» y eso se ha traducido en «ansias y necesidades» por «cumplir el sueño americano», comenta Paz.
Sin embargo, advierte, «no solo pueden ser víctimas de traficantes de personas, sino que pueden perder la vida» por las condiciones extremas de la ruta selvática.