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El último terremoto ha convertido a las mujeres haitianas en más vulnerables todavía

En un campamento improvisado que le ha servido de refugio desde que se derrumbó su casa, Vesta Guerrier expresa un temor común en muchas mujeres haitianas, a quienes el terremoto del 14 de agosto hizo extremadamente vulnerables. «No estamos a salvo», lamenta.

Vesta Guerrier, de 48 años, en el campamento de refugiados haitiano de Los Cayos. (Richard PIERRIN/AFP)
Vesta Guerrier, de 48 años, en el campamento de refugiados haitiano de Los Cayos. (Richard PIERRIN/AFP)

Bajo un frágil manto de sábanas y lonas de plástico, vive con su esposo y tres hijos en la más absoluta indigencia en el césped de un campo de fútbol llamado Gabions, en la localidad de Los Cayos.

Ya traumatizada por la destrucción de su casa por el efecto del terremoto de magnitud 7,2 que sacudió días atrás a este pobre país caribeño, además no se siente protegida.

«Nos puede pasar cualquier cosa», subraya Guerrier, de 48 años. «Especialmente por la noche, cualquier persona entra al campo», puntualiza.

Más que nada, teme ser víctima de violencia sexual, terriblemente frecuente después del terremoto de 2010 que devastó Haití y obligó a cientos de miles de personas a refugiarse en campamentos.

En los 150 días posteriores al terremoto, al menos 250 mujeres fueron violadas en los campamentos, según un informe de Amnistía Internacional (AI) publicado en enero de 2014.

En el campo de Gabions, donde 200 refugiados tienen que convivir sin reservas, preservar la privacidad es imposible.

Vesta Guerrier reconoce que no se desnuda nunca por completo para ducharse y espera siempre a que se ponga el sol antes de higienizarse.

Pero «puede ser que me venga a enfocar una luz y ahí no sé si la persona que me ilumina es alguien que vive aquí con nosotros o si es alguien de afuera que viene a hacer lo que sea», afirma con pudor.

Además de que los cuatro inodoros instalados se han vuelto inutilizables por falta de mantenimiento, Guerrier confiesa que sufre porque cada vez que necesitan orinar «nos miran por todos lados”.

«Sólo las chicas pueden entender lo que les digo: las mujeres y los niños que estamos en el campo, sufrimos mucho», suspira.

«Miedo por nuestros hijos»

Tras escuchar fragmentos de su testimonio, dos jóvenes que se dicen miembros de un comité organizador del campo acusan a Vesta Guerrier de no comprender la situación.

Lejos de los oídos de estos líderes autoproclamados, otras víctimas del campo de Gabions también dan testimonio de sus temores. «Tenemos miedo, tenemos mucho miedo por nuestros hijos. Necesitamos carpas para que vuelvan a vivir con nosotros como familia», señala Francise Dorismond, embarazada de tres meses.

A unas decenas de metros en línea recta desde el campo de fútbol, se ha formado otro campamento improvisado como respuesta a estas amenazas de violencia.

El pastor Milfort Roosevelt comenta que ha trasladado a «los más vulnerables» hacia allí. «Protegemos a las niñas. Por la noche, armamos una brigada de vigilancia que circula y se asegura que ningún chico cometa actos de violencia contra las mujeres», explica el religioso de 31 años.

Entretanto, en las ruinas de una antigua discoteca destruida por el huracán Matthew en 2016 decenas de personas intentan organizar su vida diaria entre sábanas estiradas por simples cuerdas atadas a las paredes.

En medio de este pequeño laberinto de telas, una joven madre intenta, con una pequeña manta, hacer lo más cómodo posible el lugar para acostar a su bebé de 22 días.

«La noche del terremoto iba a dormir en el campo de fútbol de al lado pero me dijeron que con mi bebé no era aconsejable, así que me recibieron aquí», explica Jasmine Noel.

«Algunas personas siempre intentan aprovechar esos momentos para hacer lo incorrecto», lamenta la joven madre mientras amamanta a su bebé recién nacido. Desde el terremoto, dice que tiene la impresión de no «estar viviendo realmente».

«Nuestros cuerpos están aquí, sí, pero nuestras almas no lo están», confiesa Jasmine Noel mientras espera el regreso de su madre, una vendedora ambulante, que tal vez haya logrado ganar lo suficiente para prepararles la comida del día.

Peticiones de protección

En este contexto, la ONG Human Rights Watch ha pedido al Gobierno de Haití y a los donantes internacionales que aprendan la lección del catastrófico terremoto de 2010 y no se olviden de los Derechos Humanos, de las mujeres en particular, mientras cubren las necesidades de la población afectada por el último seísmo que ha dejado más de 2.000 muertos, 12.000 heridos y decenas de miles de afectados.

«Las necesidades médicas son ahora mismo tan grandes que existe el riesgo de que se vea a los Derechos Humanos como algo optativo. Ya hemos visto antes esta historia, una que deja a las mujeres y las niñas expuestas a la violencia, a los abusos y a la muerte», ha declarado la directora adjunta para los Derechos de la Mujer de HRW, Amanda Klasing.

Los estudios de Human Rights Watch sobre el terremoto de 2010 demostraron que las mujeres y las niñas acabaron desprotegidas en medio del caos tras el seísmo, sin atención médica especializada, en particular en lo que se refiere a salud reproductiva, ni protección ante los abusos.

«Dado el enorme conocimiento de lo que salió mal hace diez años, sería intolerable e inhumano que los Derechos Humanos volvieran a quedar olvidados durante los esfuerzos de respuesta humanitaria», lamenta Klasing.

La situación es todavía peor dados los daños materiales del seísmo del 14 de agosto, que destruyó cuatro clínicas y dañó otras 32, por lo que mujeres necesitadas de anticonceptivos o de atención post-trauma sexual se han quedado sin donde ir.

HRW también pide que se acelere la llegada de fondos tras recordar los donantes entregaron durante los primero 18 meses tras el seísmo de 2010 menos de la mitad de los fondos comprometidos, con el resultado de un «vacío devastador» para la población marginada del país.

«Hay que respetar los derechos de los haitianos durante la respuesta al seísmo, y los donantes internacionales deben colaborar con el Gobierno uy las ONG locales para garantizar una supervisión eficaz del proceso, así todos podrán disfrutar de los servicios, protección y respeto que se merecen», concluye Klasing.