IKER FIDALGO

Lazos

Los lenguajes del arte contemporáneo son múltiples. Las grandes disciplinas, escultura, pintura y arquitectura se vieron desbordadas ante el devenir de los tiempos. Las maneras de reproducción y la noción de originalidad se alteraron primero con las técnicas industriales de impresión y más tarde con el nacimiento de la fotografía y el cine. Pasados los años, en la década de los 60, la invención de los equipos portátiles para el registro videográfico democratizó el acceso a las tecnologías de filmación abriendo así el abanico para la grabación y la experimentación. El surgimiento del uso del vídeo, como un elemento más en los procesos artísticos, expandió la creación y sus espacios de exhibición. El nacimiento del concepto del cubo blanco está ligado a la necesidad de ofrecer un lugar neutro en el que poder construir nuevas atmósferas en cada proyecto expositivo. La instalación audiovisual, o el registro de performances y acciones son solo algunas de las parcelas que el vídeo comenzó a originar.

Por su parte, el cine encontró a través del llamado ‘cine expandido’ un terreno híbrido entre lo efímero de sus propuestas y una experiencia con el público más allá de la oscuridad de la sala. Cada una de estas opciones supuso una ruptura con los lenguajes de su momento y difuminaron las líneas que marcaban las barreras de lo disciplinar. A día de hoy, estas idas y venidas entre el arte, el cine y el vídeo siguen vigentes. Marcadas por la ya asentada era de la explosión digital, la relación entre cada uno de los espacios sigue siendo fuente de propuestas interesantes e innovadoras. Muchos son los centros de arte que atienden desde su programación a la potencia que surge de estos lazos.

Hace algunas semanas reseñábamos la exposición que Ana Laura Aláez (Bilbo, 1964) había inaugurado en la Alhóndiga y que suponía una merecida puesta en valor de su carrera. En esta ocasión y coincidiendo aún con plazo para visitar la muestra, el Museo Bellas Artes de Bilbo expone hasta el 5 de septiembre la pieza audiovisual ‘Portadoras queer: el doble y la repetición’, que la artista terminó el pasado 2020. La obra fue premiada en las Becas Multiverso a la Creación en Videoarte, programa llevado adelante por la Fundación BBVA y la propia pinacoteca. Durante los quince minutos que dura el vídeo coinciden códigos relativos a lenguajes diferentes. La danza, el videoclip, la escultura o la pintura, aparecen referenciadas a través de las diferentes localizaciones que sirvieron como escenario.

El Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo Artium de Gasteiz estrenaba a principios de julio ‘Paraíso’ de Marina Lameiro (Iruñea, 1986) y Maddi Barber (Lakabe, 1988). Una película documental en torno a la tala de un pinar plantado hace 50 años en el Valle de Arce. Varias miradas conforman un relato compuesto por las voces que construyen la memoria del lugar. El proceso de desaparición de los árboles para la recuperación del campo. Hasta el 12 de septiembre se proyecta de manera continua en la ‘Sala Z’ del centro alavés.

La sala Film &Vídeo del Museo Guggenheim de Bilbo acoge hasta el 24 de octubre el trabajo de Cecilia Bengolea (Buenos Aires, 1979). ‘Animaciones de agua’ es el título bajo el que se muestra ‘Danza del rayo’ (2018), acompañado de dos trabajos en animación digital ‘Bestiario’ (2019) y ‘Posturas favoritas’ (2018). En ‘Danza del rayo’, Bengolea presenta un vídeo en blanco y negro en el que varios personajes bailan el estilo dancehall, tradicional de Jamaica desde los 80. El cielo se torna oscuro y una tormenta eléctrica sirve como escenario para esta danza que sucede a los lados de una carretera. La relación entre la energía atmosférica y el cuerpo va desarrollándose mientras el fondo relampaguea y la lluvia moja las calles.