Más que nunca, para muchos delegados y observadores ha sido «la cumbre del bla, bla, bla», como anticipó Greta Thunberg. Una vez más, de poco ha servido la presencia de importantes líderes del mundo en su arranque para impulsar metas más ambiciosas.
Como en el filme ‘Atrapado en el tiempo’ (‘Groundhog Day’) de 1993 dirigido por Harold Ramis y protagonizado por Bill Murray y Andie McDowell, los protagonistas de las COP están condenados a repetir, COP tras COP –y ya van 26–, el «día de la marmota climática».
Año tras año se producen las mismas rutinas en las negociaciones, para en las últimas horas, escenificar, quizá para justificar la intensidad de los trabajos, una prórroga in extremis.
Pero, a diferencia de los protagonistas de la película, los negociadores no tienen todo el tiempo del mundo, y se vislumbran diversas velocidades en la voluntad de descarbonizar la economía en 2050, eliminando gradualmente los combustibles fósiles.
Como ejemplo la sorpresa India, al introducir una enmienda sorpresa en el último plenario por la que se pasa de la «eliminación progresiva» del carbón a una «reducción progresiva», lo que retrasa la supresión de este combustible.
Glasgow no ha sido diferente a otras COP y ha repetido los patrones de un modelo de negociación multilateral que para una parte de la sociedad civil y los jóvenes, que reclaman medidas desde las calles, se antoja cada vez menos operativo.
Han sido trece días de trabajo, pues no se ha podido finalizar en plazo, y ha pasado lo que cabía esperar. Lo que no se ha conseguido durante el curso, es decir, durante los dos años que se han tenido para avanzar en los acuerdos desde la COP25 de Madrid (uno más de lo habitual por la pandemia), era difícil que se lograse en dos semanas o en las horas de prórroga.
Hay que entender que esto es así porque en los documentos oficiales todo se mira hasta el mínimo detalle, cualquier término, cualquier punto, coma, etc., debe estar consensuado. No es fácil, pues los intereses económicos y geoestratégicos parece que pesan más que el clamor ciudadano y la urgencia de actuar, pese a las advertencias de la comunidad científica.
Y aunque los países ricos empiezan a concretar la hoja de ruta para poner fin a la era de los combustibles fósiles, lo cierto es que estos aún siguen moviendo la economía mundial.
Demasiados intereses. Un dato: si los lobistas de las viejas energías acreditados en la COP26 hubiesen estado agrupados en una delegación nacional, esta hubiera sido la más numerosa de la cumbre.
Por eso, se entiende la decepción de muchos delegados y observadores por el hecho de que en los textos finales se haya debilitado el compromiso de eliminación de los combustibles fósiles. Entre los culpables: Australia, Arabia Saudí y Rusia. Y es que la eliminación de los hidrocarburos es un tema que levanta ampollas en los países productores.
También se revelan como insuficientes los tímidos avances en los temas de financiación o sobre el aumento de la ambición climática.
¿Fracaso?, ¿éxito? Ni decepción como en Copenhague 2009 (COP15), ni euforia como en París 2015 (COP21). Glasgow no pasará a la historia como el punto de inflexión ante la crisis frente a la emergencia climática, pero sí se ha logrado algún que otro avance.
Entre los puntos más positivos está el regreso a la negociación de EEUU, el mayor emisor per cápita de CO2, y su acuerdo con China (el mayor emisor en términos absolutos) para trabajar conjuntamente para atajar el problema. Aunque ni la presencia de Biden ni el carisma de su predecesor Barack Obama han sido suficientes para incrementar la ambición de esta COP.
También se ha avanzado en la incorporación de la biodiversidad en la acción climática, así como en los acuerdos para reducir las emisiones de metano y los relativos a bosques y reforestación.
Sigue pendiente lograr un mayor avance en el tema de la financiación, es decir, en resolver «esto quién lo paga», pese a que los expertos confirman que el coste de la inacción será muy superior.
Es cierto que no todo se reduce a dinero, sobre todo cuando lo tienes. Pero estamos hablando de pérdida de vidas, desplazados climáticos e ingentes daños materiales, y no se ha cumplido en plazo el compromiso de captación y transferencia de los 100.000 millones de dólares anuales del Fondo Verde, y sigue siendo un reto duplicar la financiación de la adaptación respecto a los niveles de 2019 para 2025.
Por eso, finalizada Glasgow la esperanza se traslada a la próxima COP27 en Sharm el-Sheikh (Egipto).
El trabajo arranca ahora y en apenas doce meses los negociadores volverán a reunirse. Los principales emisores deberán explicar en 2022 sus planes para aumentar los recortes de emisiones e incrementar la ambición para cumplir con París, lo que implicaría reducir las emisiones en torno a un 45%.
Será también el momento para ver si los acuerdos sectoriales sobre combustibles fósiles, metano, automóviles y movilidad, y recursos forestales se convierten en políticas y planes concretos o nuevamente ha sido un brindis al sol en el escaparate de la COP.
Además, habrá que seguir trabajando en cuestiones como el mercado de carbono (artículo 6 del Acuerdo de París), pues si en Glasgow se ha avanzado en un régimen comercial estructurado, la ambigüedad en su redacción plantea fisuras para que las empresas y países «jueguen con el sistema».
El camino es largo y los pasos, cuando los hay, demasiado pequeños. Las emisiones siguen aumentando y los fenómenos meteorológicos extremos se intensifican en paralelo al incremento de las temperaturas medias. El tiempo se agota.