El primer largometraje de la granadina Violeta Salama se ha presentado en el festival de Sevilla fuera de concurso y en el de Almería dentro de la sección Ópera Prima, citas en las que ha recibido críticas mixtas. En general los comentarios coinciden en que es una comedia dramática buenista, que aborda los problemas raciales de forma superficial y sin entrar en temas de conflicto, siempre a favor de la multiculturalidad y la sororidad femeninas.

Salama ha escrito el guion en un tono ligeramente autobiográfico, a partir de recuerdos de infancia en la ciudad de Melilla. De ahí la idealización de su mirada, viendo este lugar fronterizo con el Norte de África como un punto de encuentro a orillas del Mediterráneo en el que pueden convivir cristianos, musulmanes y judíos. La protagonista convive con las distintas religiones en todo lo que es su entorno familiar y de amistades, por lo que posee el aprendizaje necesario para encarar los roces que puedan surgir entre estas comunidades diversas de una manera natural y civilizada.

De elemento catalizador sirve una boda, algo que siempre funciona muy bien en las películas para dar sentido a la coralidad del reparto. El instante simbólico es cuando todos cantan la misma canción, pero cada uno en su idioma, como demostración de entendimiento intercultural a través de la música.

Cecilia Suárez es la Alegría del título, una mujer cuya madre es católico y su padre sefardí. Aunque vive de espaldas a sus raíces judías, ha regresado a la casa familiar melillense, dentro de un aislamiento del que le sacará la mencionada boda, con la consiguiente llegada de parientes que le devolverán a esa vida de la que se creía distanciada. En medio del caos contará con el repaldo de su empleada musulmana Duna (Sarah Perles) y de su amiga Marian (Maira Guil), junto con la sobrina Yael que se casa (Laia Manzanares).