Iñigo Garcia Odiaga
Arquitecto

Ciudad comestible

Cuenta Carolyn Steel en su libro ‘Ciudades Hambrientas’, como la historia de las ciudades está íntimamente ligada a la agricultura. Hasta que de alguna forma el ser humano no dispuso de esta herramienta para procurarse alimentos sin depender del azar de la recolección, y con ello asegurarse unos pocos excedentes las ciudades no vieron la luz. En ese sentido puede decirse que las ciudades siempre han dependido de una red agrícola y ganadera que les procurase sustento, ya que por regla general nunca estas se han autoabastecido.

Las ciudades preindustriales eran relativamente productivas, estaban rodeadas de huertas, frutales, campos de cultivo y viñedos, y muchas familias tenían cerdos y pollos en los patios traseros de sus casas. Aunque la ciudad requería consumir recursos de su entorno próximo, su capacidad de producir alimentos mantenía un cierto balance. Este sistema que nutría el hambre de las ciudades tiene su quiebra con la llegada de la revolución industrial, que por un lado producirá un aumento exponencial del número de habitantes que abandona el campo y se trasladan a la ciudad, y por otro la especialización de ambos territorios.

Pero lo cierto es que en la actualidad la comida da forma a todo lo que nos rodea y la manera en que comemos afecta a personas, animales, paisajes y ecosistemas que, a menudo, están a miles de kilómetros de distancia y son invisibles para nosotros. De hecho la relación entre los sistemas de producción de alimentos y el cambio climático son múltiples y complejos de tratar.

Lo que sí se conoce a día de hoy es que países como Japón importan el 60% de los alimentos que consumen o que, por ejemplo, Qatar alcanza un 90%. Pero a escala urbana las cifras no son mejores, Londres requiere para su alimentación el 100% del suelo cultivable en Gran Bretaña, teniendo que importar alimentos para el resto de la población del país.

Esa ruptura entre el campo y la ciudad provoca que cientos de toneladas de alimentos realicen miles de kilómetros generando un impacto inmenso sobre la producción de CO2 y por lo tanto una inmensa afección sobre el medio ambiente. Además obliga a una agricultura intensiva que genera gran estrés al suelo y que consume inmensas cantidades de agua.

La granja urbana. Sacudidos por la crisis medioambiental y preocupados por su alimentación y salud, los habitantes de la metrópoli vuelven a plantearse la agricultura. Pero la visión ideal y romántica que mantienen sobre ella es difícil de proyectar frente a la organización y las prácticas de la ciudad contemporánea, por lo que han surgido modelos como el de UF002 De Schilde en Rotterdam. En 2016, se puso en servicio esta granja construida sobre la cubierta más grande de Europa. Esta granja urbana se realizó en y sobre el antiguo edificio de oficinas de una empresa dedicada a la producción de tecnología para el hogar.

Este artefacto urbano produce hoy verduras frescas y pescado, y proporciona a la ciudad no menos de 19 toneladas de pescado y 45 toneladas de verduras cada año. Esta granja funciona además con un sistema de nutrientes cruzados, es decir la materia orgánica liberada durante la producción de pescado se reutiliza para el abono de los cultivos de hortalizas, mientras las plantas purifican el agua en la que se cría el pescado evitando así el uso de químicos.

Mediante este sistema la granja ahorra hasta un 90% en el consumo de agua, además de no recurrir a pesticidas, herbicidas ni antibióticos que, por desgracia, son tan comunes en la logística alimentaria actual.

El edificio original, construido en la década de 1950 por el arquitecto Dirk Roosenburg, fue en origen una fábrica de televisores y teléfonos de Philips. En el año 2013, el ayuntamiento de La Haya lanzó un concurso para que las empresas de alimentos sostenibles propusiesen nuevos usos para el edificio que antes estaba vacío. Urban Farmers ganó el concurso y recibió apoyo del ayuntamiento, y con el la oportunidad de alquilar el espacio de la última planta y la cubierta donde levantó el invernadero.

El proyecto cuenta además con una tienda y un pequeño restaurante, y comercializa sus productos mediante una caja que sus clientes recogen semanalmente. En ese sentido, además de una granja es un lugar de encuentro para la educación, la investigación y la innovación. La reutilización de este edificio emblemático es más allá de su rendimiento agrícola, un ejemplo en cuanto a medios alternativos de producción sostenible de pescado y verduras, así como una oportunidad única para cultivar en tierras que están baldías o no utilizadas, como pueden ser las cubiertas de los centros comerciales o de los polígonos industriales.

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación señala que 800 millones de personas en todo el mundo cultivan frutas, verduras o crían animales en las ciudades, lo que produce un impresionante 15 a 20% de los alimentos del mundo. Pero esas cifras se centran en ciudades de países en desarrollo, que cultivan para la subsistencia; el futuro implicará hacerlo en los países desarrollados en un esfuerzo concertado para abordar los problemas de sostenibilidad en nuestro sistema alimentario.

Son ya muchos los que piensan que una agricultura urbana comercial y sostenible ayudará a reducir la presión sobre nuestros océanos y mejorará la cadena de suministro al llevar productos ultra frescos y seguros lo más cerca posible del punto de consumo, minimizando el desperdicio y el transporte. Tal vez ahora solo quede interrogar a la arquitectura sobre como hará esto generando ciudades más amables, más sostenibles y más bellas.