«No deberíamos obviar nunca la naturaleza lúdica del cine»
Nacido en Tiflis (Georgia), este actor, guionista y director ha irrumpido con fuerza como uno de los autores más singulares del cine europeo. Tras una ópera prima como ‘Let the Summer Never Come Again’ (2017), el año pasado se hizo con el Fipresci en Berlín con ‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’.
Un chico y una chica se conocen, se gustan y fijan una cita para tomar algo. Pero una extraña maldición hará que su fisonomía cambie de la noche a la mañana, condenándoles a no reconocerse si vuelven a cruzarse. Semejante argumento, más propio del cine fantástico que de un filme de vocación naturalista, le sirve a Koberidze para llevar a cabo un recorrido por los rincones menos conocidos de la ciudad de Kutaisi, antigua capital de Georgia. Lejos de retratar la fastuosidad del lugar, el cineasta se dedica a capturar la belleza de los ambientes más anodinos en una de las propuestas más radicales y audaces del año.
La película se ha estrenado en salas y también será proyectada el martes 11 en los cines Trueba (Donostia) dentro de las sesiones del Kresala Zinekluba.
Da la sensación de que la historia de amor entre los dos protagonistas de la película es un reflejo del flechazo que usted, como cineasta, sintió por la ciudad de Kutaisi, que se erige en la verdadera protagonista del filme, ¿es así?
Más que un flechazo fue una historia de amor que se coció a fuego lento. Ni yo ni ninguno de los miembros de mi equipo conocíamos muy bien la ciudad cuando decidimos ir a rodar allí. Pero durante el proceso de preparación de la película, estuvimos un año recorriendo sus calles, sus rincones y, poco a poco, fuimos descubriendo esa belleza oculta que tiene Kutaisi. Así que supongo que la película refleja un poco esa fascinación que la ciudad ejerció en cada uno de nosotros.
¿Diría que se trata de una ciudad que, como les pasa a los dos protagonistas, ha mutado su apariencia desde que usted posó por primera vez en ella su mirada?
Nuestra percepción primigenia de Kutaisi provenía de antiguas películas y libros que reflejaban el encanto de esta ciudad milenaria; es decir, aprendimos a mirarla a través de los ojos de otras personas. Esa visión se modificó, claro, en la medida en que pudimos proyectar nuestra propia mirada sobre la ciudad y ahí Kutaisi cobró un nuevo aspecto para nosotros. Pero su apariencia continuó modificándose durante el tiempo en que estuvimos allí, período durante el cual aprendimos a mirar la ciudad de otra manera. Ese cambio en la percepción de la ciudad tuvo su reflejo en el guion de la película. En la medida en que fuimos conociendo sus calles, sus edificios y a sus habitantes, la historia que queríamos contar cobró una nueva dimensión. Si hubiéramos rodado en otro lugar, hubiéramos hecho una película muy distinta.
¿Cómo fue cambiando el guion durante el año que pasaron en Kutaisi?
De entrada, cuando estaba preparando esta película quería tomar distancia de mi anterior largometraje, ‘Let the Summer Never Come Again’, que era un tributo a la ciudad de Tiflis. Aquí no quería centrarme tanto en los escenarios como en los personajes. Pero, sin embargo, en la medida en que fui conociendo Kutaisi cada vez encontraba más cosas interesantes que quería que estuvieran presentes en el guion y en la película. Por ejemplo, de repente descubríamos un lugar singular y decíamos ‘tenemos que sacarlo en la película’, entonces lo que hacíamos era adaptar la historia o improvisar una escena que nos permitiera rodar allí. El guion de la película se fue escribiendo así. De hecho, toda la parte ambientada en la Historia de Música, que rompe un poco con la historia de los dos enamorados, fue filmada porque nos pareció que las aulas de aquel edificio eran un lugar fascinante que teníamos que mostrar.
Ese lugar es un ejemplo de cómo usted desecha aquellas localizaciones que pudieran parecer más obvias a la hora de mostrar la idiosincrasia de la ciudad. Ese penetrar en los escenarios más cotidianos, menos deslumbrantes por así decirlo, ¿no le dio miedo que generase una cierta distancia entre su mirada y la del espectador?
Bueno es que, realmente, cuando estábamos rodando la película uno de los objetivos que orientó nuestro trabajo fue el de encontrar la belleza en aquellos lugares que, aparentemente, carecen de ella. Queríamos hacer un retrato de lo cotidiano aunque en principio tampoco desechamos la idea de rodar en los emplazamientos más turísticos o más emblemáticos de Kutaisi. No obstante, según íbamos dando forma a la historia asumimos que filmar en esos lugares nos ponía en el filo de la navaja en el sentido de que era fácil caer en el cliché y llevar a cabo una representación banal. Hace falta tener mucho talento para rodar en un lugar archiconocido y conseguir proyectar una visión original del mismo.
En su película hay una tensión entre lo cotidiano y lo irreal. De hecho, la historia de amor entre los dos protagonistas está planteada como si se tratase de un cuento de hadas. ¿Por qué eligió este formato? ¿Fue justamente para compensar ese exceso de cotidianidad?
Desde el principio del proceso tuvimos claro que queríamos contar una historia de amor y encantamientos, pero al hacerlo no nos interesaba crear dos universos confrontados, el de la realidad y el de la fantasía, sino que nos interesaba imbricarlos de alguna manera. Mi propósito era trasladar al espectador la idea de que incluso los lugares más vulgares y anodinos pueden tener algo de misterioso y de que, en nuestro día a día, la magia puede estar presente.
Eso hace que, pese a retratar personajes y ambientes sombríos, su mirada resulte luminosa y hasta cierto punto optimista. ¿Cómo lo logró?
En nuestro ánimo estaba justamente eso: rodar una película que rezumara optimismo. Pero como propósito resulta un tanto ingenuo porque tampoco puedes forzar una mirada optimista o crear ese tono de una manera artificial. Tiene que ir surgiendo en la medida en que vas conociendo y percibiendo ciertas realidades y tienes que buscar el modo de transmitirle al espectador las sensaciones que a ti te procuran esos lugares. Es un proceso complejo y, de hecho, durante el rodaje no estábamos nada seguros de conseguir ese tono, solo una vez concluimos la película y ya en la mesa de montaje pude ver que, efectivamente, nos había salido un filme bastante optimista. Pero no sé ni como lo hemos conseguido dadas las circunstancias que estamos viviendo. Igual fue justamente la necesidad de rebelarnos contra una realidad sombría la que acabó por darle a la película ese tono.
De todas maneras, usted tampoco se priva de ironizar sobre ese optimismo una vez que concluye la película haciendo ver al espectador que lo que acaba de contemplar es un relato inverosímil.
Cuando trabajas durante mucho tiempo en un proyecto en el que hay implicado un gran número de personas, lo normal es que acabes dejándote llevar por un sentido de la responsabilidad que te conduce a tomarte tu trabajo muy en serio; quizás a darte demasiada importancia. Por eso para mí era muy importante introducir una inflexión irónica que le quitara trascendencia a nuestra propuesta, que dejara al espectador dudando acerca del alcance de nuestro trabajo porque, sinceramente creo, que no deberíamos obviar nunca la naturaleza lúdica del cine.
Atendiendo a esa naturaleza lúdica, en su película hay una reflexión muy interesante sobre cómo la cámara es una herramienta capaz de captar aquella realidad que está más allá de lo real, devolviéndonos una imagen exacta de lo que somos.
Cuando desarrollé la historia principal, una vez tuve a mis dos protagonistas, víctimas de un encantamiento que cambia sus apariencias y les condena a no reconocerse, enseguida me planteé: ¿Cómo podría romperse ese hechizo? Acto seguido pensé: la magia solo puede combatirse y contrarrestarse con magia y ¿acaso existe algo más mágico que el cine? Para mí, no.
¿El fútbol también tiene ese componente mágico que nos lleva a variar nuestra naturaleza? Se lo pregunto porque en la película también pone el foco sobre esa cuestión.
Junto al cine, el fútbol constituye mi otra gran pasión y además también tiene un halo de magia capaz de convertir a alguien vulgar en un ser especial. Pensemos, por ejemplo, en Leo Messi. Cuando le escuchamos hablar nos parece alguien anodino, sin encanto, pero en cuanto coge el balón es capaz de hacer cosas inverosímiles.
A pesar de lo local que resulta la historia de la película, sin embargo «¿Qué vemos cuando miramos al cielo?» es un filme que se ha proyectado en muchos festivales y se ha estrenado en países de lo más dispar. ¿Eso también es atribuible a la magia del cine?
Algo de mágico tiene, desde luego (risas). Yo no esperaba para nada que mi película tuviera ese recorrido y prefiero no pensar mucho en ello a riesgo de no obsesionarme con encontrar la fórmula secreta del éxito. Si algo me ha enseñado el cine es lo importante que resulta la capacidad para dejarse llevar, para improvisar. No me gustaría perder eso.