El pasado año tuvimos tres virus en uno, debido a la sucesión de variantes. Arrancó el año todavía con un coronavirus muy parecido al de Wuhan, con varios linajes que poco se distinguían los unos de los otros y alguna mutación compartida. A inicios de año llegó la variante británica, la primera en merecer letra del alfabeto griego: alpha.
Alpha reinó de marzo a junio, siendo fagocitada a lo largo del verano por delta, que ha sido hegemónica hasta estas navidades. Ahora es el turno de ómicron, que parece que será capaz de erradicar a delta próximamente. La semana pasada solo un 3% de los casos en Nafarroa se atribuyen a delta, la variante más virulenta hasta la fecha.
La sustitución de la variante delta por ómicron implica tres cosas importantes, más allá de la velocidad de expansión.
La primera y más inmediata pasa una reducción en la proporción de las personas infectadas que enferman de gravedad. El último informe del Ispln sostiene que, de media en lo que va de onda, una persona contagiada con ómicron «presenta una probabilidad cuatro veces menor de hospitalización y diez veces menor de cursar con formas graves de enfermedad (ingreso en UCI o defunción».
El segundo cambio hace referencia a la inmunidad de rebaño. Las infecciones de ómicron reforzarán la protección de las personas que logren superar la enfermedad. Y al sucederse este contagio de forma generalizada, la situación epidemiológica variará, no por mutaciones en el coronavirus causante, sino por cambios en los huéspedes.
Así, aunque esta onda no va a ser la que nos contagiemos todos dando por finalizada la epidemia, sí que tiene potencial para cambiar sustancialmente la situación.
Como tercera consecuencia, la llegada de ómicron apunta a una primavera tranquila. La del año pasado no lo fue debido a la difusión de alpha en una población que justo empezaba a vacunarse. Alpha fue capaz de generar una onda fuera de los meses más propensos a la expansión de los virus respiratorios.
Como contó a GARA Paula López, la jefa del rastreo en Nafarroa, antes de alpha un caso provocado por la cepa original en una familia no implicaba el contagio de todos los convivientes. La cepa británica fue la primera en provocar eso.
Del mismo modo, cabe pensar que sin que hubiera llegado en junio delta, capaz de contagiar masivamente a jóvenes no vacunados y desatando eventos de supercontagio relacionados con el ocio, no se hubiera llegado a formar una onda de importancia a lo largo del verano que justificara nuevas restricciones.
Desbancar a la más fuerte
En la actualidad, no se ha reportado ninguna variante con capacidad para transmitirse mayor que la de ómicron. Y esto hace improbables ondas de gran calado una vez esta sexta ola baje a niveles de transmisión más manejables. Y para que esto llegue parece queda poco, a expensas de ver cuál es el resultado de la reapertura de las aulas a efectos de contagio. En cualquier caso, febrero acostumbra a ser un mes donde desciende la transmisión de virus respiratorios debido a que se reduce la interacción social.
A una climatología cada vez menos favorable al virus y a una inmunidad en la población aumentando, se suma que el margen de mejora en cuanto a la transmisibilidad que le resta al coronavirus ya no es demasiado amplia. La capacidad de transmisión de ómicron se compara con la del sarampión, que, hasta el momento, era el virus con mayor índice de transmisibilidad (R). Superar a ómicron requiere, por tanto, velocidades de propagación desconocidas.
Los virus respiratorios regresan cada otoño. Todo apunta a que con el SARS-CoV-2 pasará lo mismo, si bien no se puede adelantar si será el mismo o se tratará de una versión diferente. Hasta la fecha ha cambiado cada seis meses, pero no tiene porqué seguir siendo así siempre.