Superado el ecuador de esta atípicamente hogareña edición de 2022, podríamos empezar a relajarnos bajo el pretexto de empezar a ver la luz al final del túnel. La experiencia está siendo intensa (como intenso es cualquier otro festival de cine); nos ha tenido en estado de alerta desde la jornada inaugural, pero da igual, por muy seguros que estemos de nuestras propias posibilidades, por muy estudiadas que tengamos las sinopsis de las películas, estas siempre encuentran una manera de golpearnos por ese flanco que, en este momento, más desprotegido hemos dejado.
Para muestra, ‘Palm Trees and Power Lines’, carta de presentación de Jamie Dack, quien rinde como si fuera la fusión perfecta entre Sean Baker y Eliza Hittman. Estamos en esos EEUU cosmopolitas y al mismo tiempo periféricos, en compañía de una chica que aún no es mujer. La joven, de apenas 17 años, pasa los días de verano como la mayoría de gente de su edad: acompañada por sus amigos, pegada al teléfono móvil y recelando de todo lo que su madre dice y hace.
En el ambiente se palpa un miedo muy potente: el de la hija que tiene miedo a repetir los errores de su progenitora. Sobre todo los que tienen que ver con la relación (amorosa, se entiende) con los hombres. Y como si se hubiera invocado al diablo, uno de estos entra en escena. Un señor, para ser más exactos, con el doble de años a sus espaldas que la protagonista, y que al descubrir esta diferencia de edad, no se echa para atrás en sus aspiraciones románticas. Señal de alarma… que por desgracia, no llega a las atolondradas orejas de ella.
Así está el patio, y con este sufrimiento se contempla todo. Jamie Dack cocina a fuego lento y contemplativo un drama romántico… que a la que nos hemos querido dar cuenta, resulta que es un cuento de puro terror. Y para entonces, ya no hay posible vuelta atrás; ya es tarde para salvarse. En un último acto que cala por su capacidad arrolladora para remover el estómago, ‘Palm Trees and Power Lines’ carga las tintas (feministas, sociales) en un aviso que, ahora sí, ya nadie puede dejar de captar. La moraleja, asusta: el amor es también esa fantasía que, de caer en malas manos, puede emplearse como la más adictiva (y peligrosa, claro) de las drogas.
Para quitarnos esas pésimas vibraciones del cuerpo, acudimos a ‘Dual’, nuevo trabajo de ese marciano llamado Riley Stearns. En esta su nueva marcianada, Karen Gillan (quien cuenta con la inestimable compañía de Aaron Paul) descubre que sufre una enfermedad terminal, pero ahí no está la sorpresa. Acto seguido, la mujer decide contratar los servicios de un laboratorio que le ofrece un clon perfecto de ella, para que los seres queridos que la sobrevivan, no tengan que cargar con el peso de su pérdida. Pero ahí no está la sorpresa. Esta se esconde, una y otra vez, en una gestión de la narración y del extrañamiento que suspenden la función en el más absoluto (y fascinante) de los desconciertos.
En el trabajo con unos actores encargados de recitar diálogos delirantes con voz e impasibilidad maquinales, en la gestión de las elipsis y el fuera de campo, en la concreción o elusión de las expectativas generadas… ‘Dual’ entiende a la perfección los tropos de los distintos géneros por los que se mueve. El drama familiar, el thriller psicológico, el relato de ciencia-ficción… Riley Stearns se burla de los mecanismos de cada hogar visitado, concretando con ello uno de los viajes más sorprendentes de la temporada; uno de esos extrañísimos objetos fílmicos que siempre consiguen cogernos a pie cambiado.
Por último, nos cocemos un rato bajo el Sol justiciero de Extremadura. Carlota Pereda presenta ‘Cerdita’, otro cuento en el que no se puede bajar la guardia. Su primer largometraje, extensión de un corto de mismo título firmado también por ella, es una asfixiante montaña rusa de emociones fuertes, en la que los demonios del bullying se mueven como un asesino en serie. Con gusto endiablado por los giros de guion y habilidad igualmente desatada a la hora de narrar con muy pocas palabras, la película supone una impactante exploración de los miedos y las inseguridades en el siempre taquicárdico tránsito por la adolescencia, esa etapa en la que cada sorpresa del destino puede cambiarte la vida.