Koldo Landaluze
Especialista en cine y series de televisión

Lewis Carroll, el espejo poliédrico de un autor inusual

Charles Ludwig Dogson nació el 27 de enero de 1892 y con él también cobró forma Lewis Carroll, el autor de los dos viajes fantásticos que protagonizó Alicia y el domador de palabras y números que creó un imaginario tan fascinante como controvertido.

Una de las fotografías en las que el escritor se retrató a sí mismo.
Una de las fotografías en las que el escritor se retrató a sí mismo. (Charles Ludwig Dogson)

Cada vez que asoma el nombre de Lewis Carroll se conjuran todas las hipótesis. En su apariencia de reverendo Charles Lutwidge Dodgson, se intuye un gesto apático, algo que se contrarresta con el mundo interior que asomaba cada vez que el diácono anglicano asumía la identidad de Lewis Carroll. Se dice que siendo joven, reveló una gran precocidad intelectual, que sufrió un trauma infantil cuando se le obligó a contrarrestar su tendencia natural a ser zurdo, que temblaba cada vez que debía hablar debido a su tartamudez, que le gustaban las sustancias sicoactivas e incluso un escritor llamado Richard Wallace lo señaló como la persona que se encontraba detrás de ‘Jack el destripador’.

También se ha dicho de él que sufrió una agresión sexual a la que él siempre se refirió como ‘molestia nocturna’. En una de sus cartas, Carroll recordó este pasaje que vivió a los 12 años en una escuela privada de Richmond: «Creo que por nada en este mundo volvería de nuevo a vivir los tres años que pasé allí. Puedo decir, honestamente, que si hubiese estado a salvo de la molestia nocturna, la dureza de la vida diurna se me hubiera hecho, en comparación, muchísimo más soportable».

Para abordar el laberinto Dogson-Carroll, nada mejor que dejarnos caer por la madriguera que imaginó en su magistral, disparatado y muy complejo juego literario, ‘Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas’. Un libro que fue escrito para lectores británicos de otro siglo y que se requiere de mucha información de la época para desencriptar lo que aparece entre sus páginas y descubrir su gracia y esencia verdadera. Además, muchas de sus referencias son alusiones que únicamente eran entendibles en el círculo privado de Carroll y las tres hermanas Liddell. Hoy en día, son muchos los niños y niñas que se ven incapaces de entrar en este rocambolesco juego literario debido a su complejidad y, sobre todo, por el miedo que les causa la atmósfera pesadillesca de los sueños de Alicia. El prestigioso crítico teatral Alexander Woollcott expresó su alivio porque los freudianos hubiesen dejado de explorar los sueños de Alicia. Pero, en la actualidad, las páginas de Alicia se han convertido en un caudal interminable de todo tipo de teorías sicoanalíticas y ello se ha debido, en buena medida, a la singular relación que el escritor siempre mantuvo con las niñas.

Ellas, las niñas

Por la vida de Lewis Carroll desfiló una larga procesión de niñas; pero ninguna pudo ocupar jamás el hueco emocional que le legó Alicia Liddell. «He tenido docenas de amiguitas desde tus tiempos –le escribió siendo ella ya adulta–, pero han sido algo completamente distinto». Por su parte, Alicia Liddell describió, siendo ya adulta, las escenas infantiles que dieron sentido al libro escenas del pasado al escritor Stuart Collingwood, autor de ‘The Life and Letters of Lewis Carroll’: «Creo que el principio de ‘Alicia’ lo contó una tarde de verano en que el sol quemaba tanto que tuvimos que desembarcar en los prados junto al río, abandonando la barca para buscar refugio en el único trocito de sombra que encontramos, al pie de un almiar recién hecho. Aquí surgió de las tres la sempiterna petición de ‘cuéntenos un cuento’; y así empezó el delicioso cuento. A veces, para hacernos rabiar –y quizás porque estaba verdaderamente cansado– el señor Dodgson terminaba de repente diciendo: “Y colorín, colorado, hasta la próxima vez”. ‘¡Ah, ya es la próxima vez!’ exclamábamos las tres; y tras insistirle un poco, lo reanudaba nuevamente. Otras veces, a lo mejor empezaba el cuento en la barca; y el señor Dodgson, en medio de su emocionante aventura, fingía quedarse dormido para consternación nuestra».

En su excelente y metódica ‘Alicia anotada’, Martin Gadner afirma lo siguiente, «le atraían las niñas porque precisamente con ellas se sentía sexualmente a salvo. Lo que diferencia a Carroll de otros escritores que vivieron una vida asexual (Thoreau, Henry James) y de los que se sintieron fuertemente atraídos por las niñas (Poe, Ernest Dowson) es la singular combinación, que se da en él, casi única en la historia de la literatura, de una completa inocencia sexual y una pasión que solo puede describirse como totalmente heterosexual».

Dondequiera que miremos en las obras de Carroll, en sus diarios o cartas, topamos con una implicación con la infancia, una fascinación irresistible por lo que él denominaba ‘el temperamento infantil’. «Cualquiera que haya amado a un verdadero niño –señala el autor en su prólogo para ‘Alice’s Adventures Under ground’– conocerá la admiración que uno siente en presencia de un espíritu recién salido de las manos de Dios, sobre el que todavía no ha caído... ninguna sombra de pecado». El autor Morton N. Cohen –firmante de la obra ‘Lewis Carroll’– afirma en relación a este tema que «algunos consideran la devoción de Charles por la infancia como una obsesión, una manifestación de alguna deficiencia, una inadaptación, incluso una perversión. Otros que han tratado de entender su intensa atracción usando lo que llaman ‘sicoanálisis’, han difundido a menudo fantasías urdidas por ellos mismos. Hasta que no dispongamos de mejores herramientas para explorar los impulsos y motivos de un autor muerto, tenemos razones suficientes para buscar el origen del apego de Charles a la infancia en los impulsos domésticos, sociales y culturales que forjaron su existencia».

Domador de palabras

De niño fue un gran aficionado a los títeres y la prestidigitación y durante toda su vida, disfrutó haciendo abracadabrantes juegos ante la atenta mirada de los niños. Construía ratones con su pañuelo que saltaban  misteriosamente de su mano, les enseñaba a construir pistolas y barcos de papel que estallaban al sacudirlas en el aire. Le entusiasmaba el ajedrez y todo tipo de juegos y acertijos. A sus amistades adultas las volvía locas cada vez que les escribía cartas porque, primero, incluía en un sobre el original recortado en diminutos trocitos y, con posterioridad, adjuntaba un sobre en el cual indicaba cómo debían ser montadas sus cartas.

Conversador divertido e ingenioso, el reverendo Dodgson fue un consumado domador de palabras y sentidos y legó para la posteridad frases, versos y juegos de palabras muy imaginativos. En ‘A través del espejo y lo que Alicia encontró allí’, incluyó este diálogo abierto a todo tipo de lecturas actuales y que comparten la protagonista y el huevo parlanchín Humpty Dumty: «Cuando yo empleo una palabra –dijo Humpty Dumty en tono despectivo–, significa exactamente lo que yo quiero que signifique: ni más ni menos. La cuestión es –dijo Alicia–, si ‘puede’ usted hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas. La cuestión es quién manda –sentenció Humpty Dumty–; nada más».

En muchos estudios se ha reseñado que las fantasías que creó para Alicia no fueron más que un encadenado de bromas y trabalenguas que le permitían huir de su rutinaria y muy gris existencia cotidiana. En este sentido, y recordando lo que Gilbert K. Chesterton escribió en la conmemoración del centenario de ‘Alicia en el País de la Maravillas’, este se lamentaba de que la obra fuese pasto de los eruditos y los siquiatras. «¡Pobre Alicia! –dijo Chesterton– No sólo la han cogido y la han hecho recibir lecciones; la han obligado a imponer lecciones a los demás. Alicia es ahora, no sólo una colegiala, sino una profesora. Las vacaciones han terminado y Dodgson es otra vez profesor».