Víctor Esquirol
Crítico de cine

Sonreír ante la pérdida

La 72ª Berlinale termina con la presentación de ‘Alcarràs’, de Carla Simón, la gran película que aún nos debía el festival. Después, por si esto fuera poco, Andrew Dominik y Nick Cave se vuelven a juntar en ‘This Much I Know to Be True’, otra obra maestra del cine musicalizado.

Carla Simon, en la conferencia de prensa tras la proyección de ‘Alcarràs’.
Carla Simon, en la conferencia de prensa tras la proyección de ‘Alcarràs’. (Stefanie LOOS | AFP)

¡Por fin! Se hizo esperar, y en algún momento algunos perdimos la esperanza, pero justo cuando empezábamos a preparar las maletas para regresar a casa, va la Berlinale y se saca de la manga esa gran película que cabe pedirle a todo gran festival. La que es capaz de justificar el viaje, y las pocas horas de sueño, y las carreras extenuantes entre sesión y sesión… incluso ese maldito palito en la nariz de la prueba PCR con el que nos hemos despertado cada mañana, a lo largo de esta última semana. El Palast alberga su última proyección para la prensa de este año, y lo hace con el mejor título de su nueva cosecha.

Llega Carla Simón a la capital alemana, una vez más. Cinco años atrás presentó aquí mismo, en la sección Generation, su primer largometraje, ‘Estiu 1993’, una pirueta autobiográfica para concretar un prácticamente perfecto retrato de la infancia; de una niña que, como ella, había perdido a su madre. El resto, ya lo conocemos: aquello fue una película que, desde la discreción con la que arrancó, se fue confirmando como uno de los fenómenos autorales de la temporada. Por esto no extrañaba que el siguiente título de esta cineasta catalana aterrizara directamente en el principal escaparate del certamen: la competición por el Oso de Oro. Para mayor satisfacción, se ha acabado de entender todo durante la proyección.

‘Alcarràs’ nos sitúa en el pueblo del título, a pocos kilómetros de Lleida. La cámara de Simón, siempre atenta a los detalles; siempre respetuosa con los deseos y necesidades de sus personajes, se instala en casa de la familia Solé. Bajo un techo donde conviven tres generaciones; entre cuatro paredes donde palpita, de forma emocionantemente orgánica, una vida rural que, esto sí, se extingue. La mejor película de esta Berlinale nos habla de las eternas tensiones entre el mundo de ayer y el ahora, que como ya sabemos, aparta (con más o menos consideración) todo cuanto se cruza en su camino.

Pero lo hace con espíritu no-intervencionista, a la hora de relacionarse con el medio estudiado. Un entorno en el que Carla Simón no siente que esté de paso, pues su cuerpo está invadido por unas ganas irrefrenables de quedarse a vivir en él para siempre. O esto transmiten sus imágenes; también una narración que, empalmando habilidosos saltos entre los miembros de la familia protagonista, va envolviéndonos con pinceladas costumbristas de ese mundo condenado a desaparecer. Ahogados por unos números que cuadran cada vez con más dificultad, a los Solé se les ofrece una salida muy apetitosa: poner paneles solares en su campo. O sea, dejar de cultivar la tierra para almacenar la luz del sol.

Un trato irresistible, dadas las acuciantes circunstancias por las que nos movemos, y al mismo tiempo, es un pacto marcado por un carácter trágico insoportable. Pero ante despedida inevitable, Carla Simón aprende a sonreír, no por capricho, sino porque así se lo enseñan sus personajes, sendos prodigios de la autonomía delante de la cámara. Así mismo se comporta ‘Alcarràs’, como un ser vivo impecablemente ingobernable; como el brillante recordatorio de ese vuelco al corazón que se produce cuando lo que te muestra la pantalla, es indistinguible de tus propios recuerdos.

Dupla catalana y uno que falta

Ahora vendría el momento en que se tendría que decir aquello de «Y hasta aquí la competición», pero no. La compresión antinatural propuesta esta este año en Berlín, nos ha llevado al absurdo de que en el momento de escribir esta crónica (el martes, la última antes de que se den a conocer los premios), aún no hemos tenido la ocasión de ver ‘The Novelist’s Film’, última contendiente en la carrera por el Oso de Oro; nueva película de ni más ni menos que Hong Sang-soo, sin duda uno de los grandes nombres este año (y cualquier otro) en este festival (ídem). La proyección para la prensa está programada para la noche, sobre la bocina, vaya.

A la espera de ver lo nuevo del maestro surcoreano, tenemos que quedarnos con la dupla catalana que nos ha tenido ocupados estos dos últimos días: Isaki Lacuesta, con ‘Un año, una noche’, y Carla Simón, con su ahora comentado último trabajo, están en una terna de favoritos donde también encontramos a colosos como Ulrich Seidl (‘Rimini’) o Claire Denis (‘Avec amour et acharnement’)… pero también a nombres de perfil más bajo sobre el papel, pero de talento impresionante en la pantalla.

Es el caso de Kamila Andini (‘Nana’), Nicolette Krebitz (‘A E I O U - A Quick Alphabet of Love’) o Mikhaël Hers (‘Les passagers de la nuit’). La suerte está echada, a partir de aquí, le toca decidir al jurado presidido por M. Night Shyamalan: cuidado a los posibles giros de guion.

El gran Nick Cave

Con esto dicho, sobra el tiempo justo para ir cerrando este festival como se merece: por todo lo alto. Fuera de concurso, en la sección Berlinale Special, escuchamos una voz familiar: «El mundo ha cambiado», dice, «ahora mismo, es imposible ganarse la vida dando conciertos de música». Lo dice ni más ni menos que Nick Cave; le filma el neozelandés Andrew Dominik.

Se repite pues la conexión oceánica que en 2016 nos dio ‘One More Time With Feeling’, uno de los documentales más impresionantes de aquella temporada. En dicha ocasión, recordemos, el motivo de la filmación (la grabación del nuevo disco de tan aclamado compositor con The Bad Seeds) se vio trágicamente truncado por el fallecimiento de Arthur, hijo de Nick Cave.

Pero de las cenizas surgió un trabajo portentoso: una música que era puro dolor y desgarro por esa pérdida irreparable, pero también una lección de vida, espectacularmente filmada por un director que incluso encontró sentido –artístico– al maldito 3D. Seis años después de aquel hito llega ‘This Much I Know to Be True’, nueva reunión de la banda, con la imponente presencia de Warren Ellis (ese ilusionista, ese diablo irresistible) una vez más en calidad de garantía de éxito definitiva para el producto. Ahora el propósito es dejar constancia audiovisual del proceso de algunos de los grandes hits de los nuevos álbumes de la factoría: ‘Ghosteen’ y ‘Carnage’.

Aunque la verdadera intención pasa evidentemente por convertir la sala de cine (más aún las de la Berlinale, siempre excelsas en la calidad de sonido y proyección) en el mejor sitio para relacionarse con la música. Ahí donde pueden apreciarse todas las capas propuestas por los coros y los acompañamientos filarmónicos, ahí donde un primer plano de Nick Cave es capaz de atravesar el alma, ahí donde un travelling circular de Andrew Dominik acaba de dar sentido a los hipnóticos movimientos de Warren Ellis… ahí donde esas letras, tocadas por la gracia divina, parece que se dirijan a ti, directamente. Imposible no vibrar, imposible clausurar mejor este festival.