A instancias de EEUU y Alemania, la UE parece decidida a rescatar del fondo del armario un viejo proyecto fallido que fue diseñado para aliviar su fuerte dependencia energética de Rusia.
Se trata del Midi-Catalunya (MidCAT), un gasoducto transpirenaico calificado como «prioritario» por la UE en 2010 y aparcado en 2019, destinado a transportar el gas argelino y el gas licuado que requieren obligatoriamente estaciones de almacenamiento y tratamiento.
En la península ibérica hay ocho plantas especializadas. Siete en el Estado español, todas de Enagás, y una en Portugal lo que significa que el 30% de la capacidad de almacenamiento de gas europeo está a este lado de los Pirineos. De recibir luz verde, como algunos prevén que ocurra en los próximos días, este proyecto situaría al Estado español en el centro del tablero energético europeo que ha empezado a ser reconfigurado tras la invasión rusa de Ucrania.
Mientras Bruselas se enfanga en resoluciones simbólicas y castigos ejemplares apremiada por el pánico que ha generado el despegue estratosférico de los precios, el Gobierno español ha empezado a frotarse las manos ante los beneficios futuros que reportaría convertir al país en la plataforma de distribución gasística del continente. Hay quien apunta que detrás de este anhelo se encuentra la explicación más razonable a la fiebre atlantista que viene mostrando Pedro Sánchez en las últimas semanas. Y eso que, en el mejor de los casos, la infraestructura con sede en el puerto de Barcelona no empezaría a funcionar hasta el año 2024 o 2025. Fuentes de toda solvencia aseguran que Alemania, que ha tapiado sine die el gigantesco proyecto Nord Stream II con Rusia, ha redoblado su interés por el MidCAT ante los riesgos reales de desabastecimiento energético que, ahora sí, amenazan a su insaciable industria. En idéntica dirección apunta EEUU.
Pero ¿cuál es la capacidad estimada de suministro recogida en el proyecto original Midi Catalunya? Pues una tercera parte de lo que hoy en día abastece el Nord Stream I, el gigantesco gaseoducto en funcionamiento desde el 2011 que transporta unos 55.000 millones de metros cúbicos de gas al año por el mar Báltico y muchísimo menos que el abortado Nord Stream II, que iba a doblar esa cifra.
La capacidad estimada del MidCAT es de unos 7.000 millones de metros cúbicos al año a través de un gasoducto de 235 kilómetros que uniría Barcelona y el municipio galo de Barbaira, en el Languedoc-Rossellón. Un proyecto que comenzó a construirse en 2010, paralizado un año más tarde con el argumento de su «baja rentabilidad y poca capacidad» por parte de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia española y su equivalente gala, la Commission de Régulation de l’Énergie, y finalmente enterrado en 2019.
Pensaban en el previsible declive del gas en la economía europea. Quizá hoy, con la que está cayendo, lo vean de otra manera. Razones antagónicas a las que movilizaron al ecologismo catalán y a numerosos colectivos locales contra el proyecto, alarmados por los destrozos medioambientales en Colobrers, un bosque magnífico cerca de Martorell.
Todo ha cambiado. Rescatar el Midi-Catalunya se vislumbra como una prioridad de urgencia para la UE. Esta infraestructura se sumaría a otras dos conexiones ya en funcionamiento que atraviesan Euskal Herria de sur a norte. Una es el gasoducto Euskadour, de 360 kilómetros, que conecta la planta de regasificación de Zierbena, participada por el Ente Vasco de la Energía junto a Enagás, con un depósito ubicado en la localidad aquitana de Lussagnet. La otra es la tubería Calahorra-Larrau, pionera en las conexiones transpirenaicas con la red europea de gasoductos, que surca Nafarroa a más de 2.000 metros de altura. Entre ambas plantas suman 7.000 millones de metros cúbicos de gas al año. Insuficiente para la «hambrienta industria»de la locomotora europea.
Y ahí es donde relanzar el MidCAT empieza a tomar cuerpo. Al proyecto solo le falta conectar la planta de regasificación que hay en el puerto de Barcelona, la mayor de Europa, con Barbaira. Sería el modo de amortiguar en parte el impacto del desabastecimiento energético anunciado y estrangular el as de la dependencia alemana del gas ruso con la que maniobra Vladimir Putin. Si aprueban reiniciar el proyecto en las próximas semanas, entre el Estado español y Portugal –a través de la conexión de su planta lisboeta por la provincia de Zamora–la península ibérica estará en disposición de suministrar al espacio centroeuropeo unos 16.000 millones de metros cúbicos de gas al año, aproximadamente el 30% del flujo que hoy discurre por el fondo del Báltico desde las estepas rusas.
De consumarse, es probable que acarree un cambio radical en el actual eje energético: más gas procedente de Argelia y de los países del Golfo, una revisión al alza de los planes de cierre nuclear y ese empeño cortoplacista tan típicamente neoliberal de echar mano de soluciones disponibles a su alcance como el carbón sin mirar otras consecuencias.
Sobrevivir como sea. Si se ejecuta el plan no es descartable que entierren, o al menos retrasen, la política de transición energética comunitaria que con tanto sudor y poca ambición salió adelante aunque no cejen de hacer guiños a las renovables. El invierno se presenta largo y frío en las llanuras europeas.