¿Cuánto tiempo puede aguantar Europa con estos precios de la energía?
El precio de la energía lleva tiempo subiendo. La guerra en Ucrania ha acelerado el proceso y ha puesto en evidencia la debilidad que para la UE supone tener todo el sector energético en manos del mercado
Esa pregunta ronda en la cabeza de muchas personas. Por desgracia, no tiene una respuesta clara, entre otras cosas, porque el futuro es impredecible. En cualquier caso, aunque no haya un dictamen unívoco, sí se pueden analizar las principales tendencias, sin olvidar que lo que marcará el futuro de los precios de la energía serán las decisiones que unos y otros vayan tomando.
En primer lugar, conviene recordar que la escalada de precios de la energía, tanto del petróleo como del gas no es una consecuencia de la guerra en Ucrania. Durante todo el año pasado, los precios han estado subiendo. El petróleo por ejemplo, hace un año rondaba los 65 dólares el barril, a final de año eran casi 75 y el 14 de febrero eran 93, con el ataque ruso a Ucrania se disparó a 109 y con la decisión de Joe Biden de prohibir la compra de petróleo ruso alcanzo el martes un máximo de 123 dólares. En cuanto al gas, está todavía lejos del máximo de 218 dólares el metro cúbico alcanzado en octubre. Hace un año apenas eran 87 dólares. Terminó el año con 126 dólares, el 24 de febrero cotizaba a 160 y la semana pasada alcanzaba los 172. Como se observa, los precios de la energía han fluctuado bastante, pero se adivina de fondo una tendencia ascendente que la guerra no ha hecho sino acelerar.
Sobre esta tendencia ascendente son muchas las teorías. Lo más probable sea, como no se cansa de repetir el presidente de la petrolera saudí Aramco, Amin H Nasser, que las inversiones no están creciendo en la proporción suficiente para mantener los actuales ritmos de extracción. No es difícil entender que a medida que se van agotando los yacimientos más fáciles de explotar, es necesario incrementar la inversión para seguir extrayendo crudo al mismo ritmo.
De hecho cuando la Unión Europea comenzó a tantear la sustitución de crudo ruso, la mayoría de países exportadores de petróleo manifestaron la imposibilidad de aumentar de manera significativa el suministro. Se calcula que la capacidad ociosa se limita aproximadamente al 2% del total, mientras que la oferta rusa de crudo alcanza el 10% del mercado mundial. En resumidas cuentas, el mundo va bastante justo de petróleo como para poder prescindir nada menos que del 10%. Este es un dato a tener en cuenta cuando se habla de sanciones.
A favor de incrementar el bombeo se manifestó el embajador de Emiratos Árabes Unidos en Washington. Sin embargo, a las pocas horas el ministro de Energía e Industria del mismo país, Suhail bin Mohammed al Mazrouei, señaló que su país «está comprometido con el acuerdo de la OPEP+», de modo que los incrementos de producción seguirán la pauta acordada. Conviene no olvidar que Rusia participa activamente en el seno de la OPEP+ y posiblemente gracias a sus oficios diplomáticos se hayan alcanzado muchos de sus últimos acuerdos, con lo que es difícil que el resto de miembros le vaya a dar la espalda ahora. Y mucho menos cuando solo Japón y Australia se han sumado a las sanciones de los países del Atlántico norte contra Rusia.
La prohibición de EEUU de importar petróleo ruso apenas afectará a la economía norteamericana –importa solamente un 8% de Rusia– y, además, Washington ya se ha cubierto las espaldas negociando con Venezuela. Con su decisión no ha hecho sino agitar el mercado y provocar otro incremento del precio del petróleo. De este modo, parece que actúa contra Rusia y mete presión a Europa para que corte sus relaciones comerciales con Moscú. En realidad, también mira por sus intereses, ya que al ser un importante productor gana más con precios más altos. Indirectamente, Washington pretende que Europa se sienta en deuda para atarla todavía más en corto. De seguir con estas escaramuzas es muy posible que los precios de la energía sigan disparados durante mucho tiempo.
La energía está en la base de toda la actividad económica, por lo que cualquier incremento de los precios tiene un efecto en cascada por toda la economía. La diferencia es que esta vez el salto en los precios ha sido muy abrupto. El problema no es solo que los precios de la energía suban, sino que además lo han hecho muy rápidamente. ¿La causa? Básicamente que el marco institucional europeo provoca que cuando el precio sube, el alza se traslade inmediatamente al precio final, pero cuando el precio de la energía cae, el descenso es siempre mucho más paulatino.
Dos son las claves de ese marco. Por una parte, la privatización completa del abastecimiento energético permite que unas pocas y grandes compañías dominen completamente el mercado y por tanto estén en condiciones de dictar los precios de la energía. Un oligopolio energético que convierte en papel mojado el «libre mercado». Por otra parte, está el sistema de subastas para fijar el precio de la energía eléctrica, teóricamente un sistema de mercado, en la práctica un cortijo de los oligopolios que manipulan los precios sin ningún rubor.
La suma de estos dos elementos empuja los precios de tal forma y tan rápido que algunas empresas que son intensivas en energía han decidido reducir la producción, otras como la flota pesquera se lo está pensando y los transportistas hablan de paros. De hecho, en Italia hay convocado uno para este lunes. El impacto va por barrios y hay que considerar además otros tipos de escasez que ya se están dando a causa de la guerra en productos como los cereales, con lo que es difícil prever la cadena de consecuencias que se puede desencadenar.
En lo que respecta a la energía se puede decir que, siguiendo los dogmas neoliberales, la Unión Europea ha creado un sistema de precios sin amortiguadores que golpea sin piedad a los sectores productivos que más dependen de la energía.
Tanto es así que el plan para hacer menos dependiente a la Unión Europea de la energía rusa propuesto por la Comisión reconoce que existen «beneficios caídos del cielo» (Windfall Profits”, en inglés), es decir, beneficios extraordinarios por el modo en que está organizado el sistema y plantea que se reste esa rentabilidad excesiva, pero ¡ojo! con fórmulas adecuadas que no distorsionen el sacrosanto mercado. Además, señala que está considerando opciones para reformular el diseño estructural del mercado eléctrico.
Ahora que la Unión Europea subsidia a las empresas, se dispara la deuda y se descontrolan los precios, tal vez haya llegado el momento de que reconozcan que el modelo construido sobre los dogmas liberales no funciona y los suministros básicos, como la energía, han de estar fuera de los vaivenes del mercado. El abastecimiento energético no necesita una reforma, sino una enmienda a la totalidad. Con unos precios de la energía regulados, ninguna empresa se encontraría en este momento en dificultades. Independientemente del desarrollo de la guerra, la clave está en que el Estado establezca unos precios de la energía estables –también lo puede hacer nacionalizando el sector–. El mercado no optimiza el gasto energético, sino que lo que permite es optimizar los beneficios a los poderosos. Si no se avanza hacia una solución de este tipo, los efectos pueden ser devastadores dependiendo de los pasos que den unos en relación con las sanciones.
En relación con las sanciones, todo el mundo quiere aportar su granito de arena y así han echado a Rusia hasta de la Federación Internacional de Gatos. Y ahora se ha puesto de moda decir que las compras de gas ruso financian la guerra. Es cierto pero tampoco existen muchas alternativas. Además se da un fenómeno paradójico.
Los presupuestos de la Federación Rusa para 2022 prevén unos ingresos 23,69 billones de rublos. De ellos, 9,54 provendría del petróleo y el gas, es decir, el 38% del presupuesto. En esa previsión de ingresos consideraron que el precio del barril de petróleo estaría en los 62,2 dólares por barril. Sin embargo, los cálculos de ingresos presupuestarios son más conservadores todavía: se han calculado con un precio de 44,2 dólares el barril. En teoría, todo lo que supere esa cifra, pasaría a engrosar el Fondo de Bienestar Nacional, un fondo a largo plazo que sirve entre otras cosas para complementar las pensiones. De este modo, con un precio del barril de petróleo que en estos momentos casi triplica la previsión de 44,2 dólares, a Rusia le basta con vender una tercera parte del petróleo que preveía para completar su presupuesto. Si su parte era del 10% mundial y queda reducida por ejemplo, al 3%, lo más probable es que los precios se dispararán todavía más, con lo que paradójicamente tendría que vender menos petróleo para completar sus previsiones.
Lo mismo ocurre con el gas. El presupuesto se ha basado en un cálculo de unos 20 dólares el Mwh. Durante esta pasada semana ha alcanzado casi 10 veces ese precio en el mercado TTF holandés. Solamente con vender una décima parte del gas completaría la previsión de ingresos en este capítulo.
En cualquier caso, estos número hay que tomarlos como una aproximación, ya que muchos contratos se cierran a largo plazo y por tanto, los precios actuales en el mercado pueden repercutir cuando se renueven, pero no ahora. De todos modos, los ingresos por productos energéticos tienen dos componentes: volumen de venta y precio.
Seguir alimentando las sanciones posiblemente reduzca algo las ventas de Rusia –mucho no porque el mercado mundial son habas contadas–, pero empujará los precios al alza, con lo que compensará con creces la pérdida de volumen. Y unos precios elevados benefician, sobre todo, a los productores de energía, ya sean países o empresas, y castigan especialmente a la gente corriente y a las empresas intensivas en energía, donde los daños pueden ser catastróficos. Tal vez convenga no dejarse llevar por las pasiones.