Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

Nacido en el país de Bollywood

LA ÚLTIMA PELÍCULA  
India. 2021. 110’. Tít. Orig.: ‘Last Film Show’. Dtor. y guion.: Pan Nalin. Prod.: Pan Nalin, Dheer Momaya, Marc Duale y Siddharth Roy Kapur. Int.: Bhavin Rabari, Bhavesh Shrimali, Richa Meena, Dipen Raval, Rahul Koli, Vijay Mer, Vikas Bata. Fot.: Swapnil S. Sonawane.

El descubrimiento del cine por el niño indio de 9 años Samay.
El descubrimiento del cine por el niño indio de 9 años Samay. (NAIZ)

La película ganadora de la Espiga de Oro en la Seminci es una maravilla, y el único problema que presenta es la ceguera occidental a la hora de compararla con ‘Cinema Paradiso’ (1988), el clásico de Tornatore en cuyas diferencias esenciales ya entraremos más a fondo en la crítica del próximo domingo.

La India es otro mundo, y si ha llegado a ser el país de Bollywood es porque en ningún otro sitio aman tanto el cine como allí. Lo viven como una experiencia colectiva y comunitaria, y así lo refleja Pan Nalin en su carta de amor a los sueños de celuloide, porque lo que reivindica el autor de ‘7 diosas’ (2015) es el cine como un acto íntimo que las nuevas tecnologías no pueden suplantar.

El culto a la verdadera naturaleza cinematográfica queda definido en el mensaje de ‘La última película’ (2021), que se resume en el siguiente lema: «Las historias se convierten en luz, la luz en películas y las películas en sueños». La parte autobiográfica de la obra se refiere a la fascinación que de niño supone el descubrimiento del cine, con ese misterio creativo que te lleva no solo a ver películas, sino también a imaginarlas e intentar hacerlas.

Es lo que le pasa a Samay, un crío de 9 años que vive en una aldea remota del distrito de Chalala en la India más rural, donde conviven con ciervos y leones, y cuyo único nexo de comunicación con el progreso es un apeadero. Los trenes pasan y las proyecciones en el cinema cercano Galaxy son la ventana abierta al mundo exterior.

El padre de Samay no quiere llevar a su hijo a ver películas y solo consiente cuando pasan una de temática religiosa. El contenido es lo de menos, porque este niño descubre un espectáculo fascinante que cambiará su forma de ver la realidad. Se las ingeniará para acudir todos los días, haciéndose amigo del proyeccionista, que le deja entrar gratis a cambio del almuerzo cocinado por la madre del chaval.

No parará hasta averiguar el secreto de las imágenes plasmadas en la pantalla y, junto con sus amigos, inventará un proyector casero. Un avance muy localizado, pero que representa el potencial imaginativo de los países pobres que se las arreglan para hacer cine sin medios.