Macron saborea un triunfo que le costará gestionar si no pasa la reválida en junio
Las elecciones presidenciales han dejado un resultado que permite a Emmanuel Macron anclarse en el Elíseo, pero no dejan un horizonte tan despejado de cara a repetir una mayoría parlamentaria a la medida.
El presidente francés mantuvo un breve encuentro con sus partidarios, ya confirmada en la noche del domingo su holgada victoria electoral, y luego se dirigió a la residencia de La Lanterne. Por más que la propiedad situada en Versalles reciba muchos domingos a la familia del jefe del Estado, ese repliegue a palacio adquiere una significación especial.
Con solo 43 años de edad, el líder liberal encara el que será su segundo y, salvo requiebro constitucional, último mandato como presidente de la República francesa. El que fuera apodado como «presidente jupiteriano» por el alcance de su mayoría en 2017, ensayó un ejercicio de modestia en su discurso en el Campo de Marte. Cerca de la Torre Eiffel, en la explanada que evoca a otro planeta pero también al dios de la guerra, dio a entender que comprende las implicaciones de una victoria con una importante dosis de voto prestado.
Abstención, voto en blanco, pujanza de la ultraderecha… parte de sus ingredientes discursivos le venían heredados de otra alocución, la de aquel 7 de mayo de 2017, cuando prometió ejercer su cargo incorporando esos elementos correctores.
Aunque las circunstancias, ciertamente especiales, en que ha ejercido el quinquenio puedan predisponer a cierta indulgencia, su evolución hacia posiciones netamente liberales y su creciente dosis de autoritarismo, en las calles y en la acción de gobierno, han dejado un campo ciertamente árido.
El macronismo necesita acelerar la captación de aspirantes, habida cuenta de una debilidad territorial a la que no escapa izquierda hexagonal, poco permeable a la diferenciación
La presencia de destacadas referencias de la socialdemocracia, de ese PS que durante décadas recreó la alternancia política, tanto en la ceremonia como en los platós de televisión, con el inevitable Manuel Valls de protagonista, dejaba en evidencia la dimensión del cráter creado por el macronismo en el partido de la rosa.
¿Qué decir de la derecha republicana? Incapaz de superar el descalabro generado por la caída de su último líder, François Fillon, la dirección conservadora no encuentra una valla suficientemente alta para proteger su espacio. La amarga declaración del senador de Biarritz, Max Brisson, tras los pésimos resultados de Valérie Pécresse el 10 de abril, confirmaban ese sentimiento de que por más que se trufe de cámaras la mansión el ladrón logrará penetrar y llevarse hasta las últimas pertenencias. Tras la venta de la emblemática sede de rue Solférino por el PS, la deuda millonaria a la que Les Républicains trata de hacer frente mediante donaciones retrata la bancarrota.
En resumen, hay dos flancos devastados y un guerrero que, tras ganar el ansiado segundo mandato, si quiere ejercer su poder sin demasiadas cortapisas, necesita seguir fagocitando.
Y ese hambre voraz genera una zozobra en la derecha, cuya marca se verá sometida en las próximas semanas a una dura prueba de estrés. Sin recoger todavía las pérdidas encajadas en la elección presidencial, deberá preparar unas legislativas que pueden ser, más que nunca, un ser o no ser, ya que en no pocas circunscripciones la derecha clásica se puede ver en dificultades si a ese «bloque nacional» que, con diferentes contornos, evocan Marine Le Pen y Éric Zemmour, se le opone una candidatura unitaria de la izquierda que, con un modelo de escrutinio más favorable, dispute el liderazgo de esa idea de construir un contrapoder al Elíseo. Algo, por cierto, más fácil de evocar que de hacer.
Macron no tiene demasiado tiempo para la operación de seducción de valores territoriales que le permitan encarar las legislativas de 12 y 19 de junio con las mejores garantías. Reelegido con una alta abstención, un porcentaje alto de voto blanco y nulo y una sangría de sufragios consecuencia del desgaste del poder, el líder liberal tiene pendiente desde su primer mandato la asignatura local. Y si a ello se suma que Marine Le Pen llegó primera en 20.000 de las 35.000 intercomunalidades que integran el Hexágono, el 10 de abril se entiende mejor la urgencia del desafío, incluso para un presidente jupiteriano.
No solo Macron necesita de anclajes territoriales. En ese sentido, finalizada la presidencial, se impone un ejercicio de descompresión al que no pueden permanecer ajenas las izquierdas hexagonales. En 2017 el melenchonismo logró un resultado remarcable que, sin embargo, con la excepción de la contienda regional, no hizo que las distintas marcas dejaran de actuar en compartimentos estancos. Las legislativas marcan una «tercera vuelta», y la recuperación de voto de clase en periferias obreras –Seine-Saint-Denis– y el aporte anticolonial a ese resultado –con buenos resultados en «ultramar»– dibujan un horizonte a los sectores progresistas. A condición de no confundir una presidencial con la construcción de alternativas en 577 circunscripciones y de no tratar de jugar con una sola plantilla, despreciando la riqueza del paisaje territorial.