Àlex Romaguera
Interview
Loreto Urraca
Nieta del policía franquista Pedro Urraca

«El Estado tiene que reconocer la injusticia que padecieron los exiliados»

Aún hoy, Loreto Urraca continúa indagando sobre los actos que cometió su abuelo, Pedro Urraca Rendueles, un agente  que en 1939 fue destinado al Estado francés con la misión de perseguir y capturar a exiliados de la guerra del 36.

Loreto Urraca en su domicilio.
Loreto Urraca en su domicilio. (Fotografía cedida por Loreto Urraca)

Conocer la actividad represora de su abuelo, fallecido en 1989, supuso para Loreto Urraca una sacudida emocional. Así lo cuenta en el libro ‘Entre hienas’, en el cual relata cómo ha reconstruido su identidad para convertirla en una herramienta de denuncia de los crímenes que perpetró el régimen de Franco. Con esta obra, elaborada a través de expedientes, cartas y diarios, la nieta de Pedro Urraca quiere divulgar «esas alcantarillas de la historia de España que se nos han ocultado», con la esperanza de que otros descendientes de victimarios rompan el silencio y se reconozca la cruel y tormentosa dictadura.

La documentación publicada hasta ahora sobre Pedro Urraca constata que participó en el arresto e interrogatorio del presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys, a quien entregó a las autoridades franquistas para ser fusilado, así como a varios intelectuales y políticos de la República. También, bajo la ficha de ‘Unamuno’, trabajó para la Gestapo con la connivencia del régimen de Vichy y durante su estancia en Bélgica hasta 1982 participó en la red Gladio, proporcionando a la CIA información de líderes comunistas.

Su vida quedó alterada en noviembre de 2008, tras leer en el diario “El País” el reportaje «El cazador de rojos», dedicado a las tareas represivas que Pedro Urraca, su abuelo, había desarrollado para el régimen franquista en el Estado francés. ¿Cómo lo recuerda?

A mi abuelo lo conocí en 1982, con sólo 18 años, al desplazarme a Francia para visitar a mi padre, que por aquel entonces se había instalado allí. Él me lo presenta. Pero ya intuía alguna cosa de su pasado, pues por los años que llevaba de funcionario para el Estado español, necesariamente tenía que estar vinculado con la dictadura. Supe sobre su actividad como policía y las barbaridades que cometió gracias al reportaje.

¿Nunca antes le habían contado de qué trabajaba?

Sabía que vivía plácidamente en Francia con mi abuela. Después, cuando ya regresó a Madrid hasta fallecer en 1989, apenas nos vimos. Primero porque yo estaba terminando los estudios y buscaba trabajo, pero sobre todo porque el piso dónde se alojaban era gris y sombrío y la actitud hacia mí era de desprecio, propio de una mentalidad conservadora y reaccionaria. Quizás por ello nunca quise que me explicara sus batallitas.

«Mi abuelo fue un personaje importante del franquismo y, quizás por eso, quise mostrar la rabia que me suponía ser nieta de ese criminal, sacudirme del lastre de su infamia»

 ¿Como gestionó el impacto que le causó saber sus fechorías?

Me provocó mucha sorpresa. No tanto por la visión que tenía de él, pues encajaba perfectamente con su perfil, sino por el grado de implicación que había tenido. Fue un personaje importante del franquismo y, quizás por eso, quise mostrar la rabia que me suponía ser nieta de ese criminal. Sobre todo cuando la periodista Gemma Aguilera me llamó para confirmar mi vínculo con él. Todo ello me interpeló a reafirmar mis ideas opuestas a las suyas.

¿No tuvo dudas en indagar sobre su vida?

De entrada me planteé cambiar de identidad, pues el apellido Urraca es muy minoritario. Pero los trámites eran complejos. Y después entendí que, al fin y al cabo, no tenía por qué renunciar a ser yo misma. En todo caso necesitaba sacudirme del lastre de su infamia y, a la vez, denunciar el sistema al que pertenecía. Un régimen cuyos crímenes no únicamente se me habían ocultado a mí; también al conjunto de la sociedad.

¿A nivel familiar, lo quiso compartir con alguien?

Afortunadamente, al ser hija única, no he tenido que enfrentarme a ningún pariente próximo, al contrario de lo que está ocurriendo con descendientes de torturadores o represores que participaron en las dictaduras de Chile o Argentina. En mi caso ha sido al revés: me he visto con el deber de difundir mi caso para evitar que continuara silenciado y explicarles a mis hijos quien era Pedro Urraca.

«En el Estado español no ha habido un ruptura con el franquismo, tal y como lo demuestra la cantidad de estructuras y leyes que han permanecido de ese período»

¿La transmisión generacional es básica para cerrar heridas?

Lo recuerdan los expertos en memoria histórica: mientras la generación que se crió con el temor del franquismo no ha trasmitido sus vivencias, la segunda generación ya exige saber que pasó. Y es fundamental, pues son herederos y sus vidas están condicionadas por ello.

¿Es crucial a efectos de reconocer lo ocurrido?

Es una obligación. Y más observando cómo, a diferencia de otros países, en el Estado español no ha habido un ruptura con el franquismo, como lo demuestra la cantidad de estructuras y leyes que han permanecido de ese período. Una continuidad que lo impregna todo, hasta el extremo que aspectos que en otros lugares serían escandalosas, como la exhibición de emblemas fascistas o monumentos que honoran a criminales de la dictadura, se ha normalizado entre la población.

¿En qué medida los archivos sobre su abuelo han salpicado a terceras personas, sean descendientes de sus víctimas o de agentes que actuaban con él?

De momento arrojan un año y medio de su actividad. Los máximos interesados en recopilar datos han sido algunos historiadores. Con todo, lo más relevante es que detallan cómo capturó a veinte personalidades exiliadas en Francia, entre ellos el expresidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys, a quien después de arrestarlo en una operación conjunta con la policía militar alemana, la Wehrmacht, lo condujo a Irún en agosto de 1940 por orden del ministro de Asuntos Exteriores de Franco, Ramón Serrano Suñer, para que fuera juzgado y fusilado; aparte de rastrear a quien fuera presidente de la República, Manuel Azaña, o detener al líder de la resistencia francesa, Jean Moulin.

«Me subleva la deshumanización con la que actuaba, tal como reflejan las cartas que dirigía al Servicio Exterior de la Falange»

¿Qué más le ha sorprendido de tu abuelo?

Me subleva la deshumanización con la que actuaba, tal como reflejan las cartas que dirigía al Servicio Exterior de la Falange. Trataba a los ‘rojos’ o ‘republicanos’ igual que los nazis trataban a los ‘judíos’, degradándolos hasta verlos como objetos que había que extirpar.

Roberto Saviano, autor de la obra ‘Gomorra’, también se refiere a ello cuando habla del comportamiento de la mafia: calumniaba y ensuciaba a sus víctimas hasta deshumanizarlas, de manera que cuando las eliminaba, la sociedad creía que se había liberado de malvados enemigos.

¿Piensa que su testimonio puede servir para que otros descendientes de franquistas se atrevan a hablar?

Puede animar a que se lo planteen, pero para evitar una ruptura familiar, hay que esperar a que mueran sus padres para hacerlo. Estoy convencida de que llegará, igual que está ocurriendo con la exhumación de fosas. Sólo falta tomar conciencia de que necesitamos esta catarsis y forzar al Estado a que reconozca la injusticia que padecieron los exiliados. No se nos puede ningunear más.